“Viaje al país del agua” en la Feria del Libro de Goya

Quiero agradecer a todas las personas que hicieron posible la presentación del “Viaje al país del agua” en la Feria del Libro de Goya. A la Municipalidad de Goya, sobre todo a las chicas y muchachos de las secretarías de Cultura, Educación, Turismo y Prensa; a la Biblioteca popular Sarmiento, y de allí a Marisa Laura Baez, que fue la impulsora inicial de todo la presentación; y a todos los colegas periodistas que me hicieron sentir muy hallado. Quiero agradecer por ello a mi tocayo Jose Luis Paleari, Pepe, y a Javier Bovino por la charla y los presentes. Quiero agradecer también, y sobre todo, a Stella Maris Folguerá, quien hizo que la presentación sea realmente especial, pues supo conducir el interés de los presentes hacía el formato de una charla que se extendió por casi dos horas.
Comparto aquí, por importante y conmovedora, la lectura que hizo Stella Maris de este libro.
📖
“Lo primero que se encuentra sobre el Iberá en cualquier buscador es una decena de consejos de qué hacer cuando se lo visita:
Dicen:
Navegar para ver animales en su hábitat.
Avistaje de aves.
Cabalgatas en los Esteros del Iberá
Paseos por el pueblo.
Visitar el centro de interpretación.
Senderismo.
Descansar y desconectarse.
Disfrutar de los atardeceres.
A continuación surgen las preguntas: ¿Cuál es la mejor época para ir? ¿Cómo es el clima? ¿Hay transporte público hasta los Esteros del Iberá? ¿Cómo será el camino para el auto? ¿Y si llueve? ¿Me quedo varado? ¿En qué localidad me conviene hacer base? ¿Cuáles son los tipos de alojamiento? ¿Qué se puede hacer en los Esteros? ¿Y la fauna? ¿Tengo que contratar una excursión o puedo hacer algo por libre? ¿En un día podré ver todo?
Buscamos información en notas y folletos que nos muestran un infinito espacio de agua, flora exuberante, poblado de animales, y a veces la silueta a contraluz de un vareador abriendo surcos entre la vegetación acuática. Está ya tan incorporada a la imagen icónica del lugar, que no le miramos la cara, ni le preguntamos su historia. No preguntamos ¿Quién es? ¿Cómo vive, de qué vive? ¿Cuánto hace que está allí? ¿Tiene hijos? ¿Van a la escuela?¿Quién atiende su salud? ¿Cómo es su casa? ¿Dónde está? ¿Qué come? ¿Tiene mujer, dónde la conoció, cómo se enamoraron?
Tiene que haber un proceso de mucha exigencia a la sensibilidad para reinterpretar el sitio desde las historias de vida de la gente, de los correntinos que habitan esas honduras interiores de nuestro interior.
Y eso es a lo que nos enfrenta esta obra: “Viaje al País del Agua” Esteros del Iberá, de Eduardo Ledesma, de quien es su tercer libro. A esas preguntas y a sus respuestas dadas por ellos mismos con digna naturalidad y amor por su lugar.
(…) El libro es de Moglia Ediciones y tiene prólogo de la poeta, docente, crítica literaria Evelin Bochle (Eve Lín), quien dice: “… Ya en ‘A corazón abierto’ daba cuenta del manejo del género (la crónica literaria), del juego interesante que propone entre el periodista y el poeta”. “En ‘Viaje al país del agua’ el narrador se interna en el terreno de la crónica literaria con pasos firmes, a grandes zancadas, como recorriendo un camino ya conocido y familiar”.
Pese a lo mucho que se escribe y se dice sobre el Iberá, los citadinos, y ya no digamos los no correntinos, aunque hayamos estado allí, lo enfrentamos como un enigma.
Este libro se adentra en el enigma, y tal como lo ha dicho el autor, lo expone en espejo con la nota que 56 años atrás realizó el periodista y escritor Rodolfo Walsh a lo que él llamó “el fondo de los fantasmas”.
Eduardo Ledesma lo desmitifica y redimensiona al llamarlo “el país del agua”. Es un viaje desde el siglo XXI que se remonta a los vestigios de un tiempo geológico medido en millones de años, sobre las memorias naturales y culturales .
Aunque tengamos esa sensación de existencia del misterio, (“la leyenda vuelve siempre a cerrarse, como la vegetación insobornable del estero”, dice Walsh en su nota) este viaje, esta exploración, realizada con casi idéntico itinerario que aquella, pero en el S XXI, se inició luego de muchos meses de estudio y preparación, lo que enriquece el resultado porque se sustenta en el conocimiento del autor, sus objetivos precisos, su solvencia en la crónica, al tiempo que cobra magnitud literaria por el muy buen uso de recursos, estrategias y técnicas narrativos.
Las marcas literarias aparecen de múltiples maneras, lo que hace de este libro un valioso testimonio expresado en un muy bello texto.
No es sólo la narración de la exploración de una geografía en estado casi original, y una investigación periodística que, al indagar sobre los modos de vida de los sujetos que lo habitan, expone también lo olvidado o lo silenciado, sino que transita vidas humanas, establece relaciones, tiende lazos, deja contactos, hace reales, pone carnadura en aquellos “fantasmas”, cruza historias de vida que se entrelazan, para reconstruir la cotidianidad de esos hombres casi invisibilizados en ese universo líquido en el que todo parece quieto y sin embargo, todo se mueve.
(…) Pese a su sólida formación y profesión de periodista, Eduardo se despega de los datos y se manda al abismo de pasar por su mirada y sus sensaciones el efecto de sus encuentros y sus hallazgos y de filtrar con su propia voz, con respeto maravillado, las voces testimoniales presentes y pasadas.
El impacto del lugar, sus colores, sus ruidos, gorjeos o rugidos, chapoteos o gemidos, y sus silencios, el lento avance de la canoa que se acompasa al perezoso deslizamiento de los yacarés, la potencia de la naturaleza que no se privó de arreciar con su peor humor sobre los expedicionarios, pero sobre todo el sorprendente sonido de la voz humana donde no se esperaba encontrarla, se cuentan desde el pulso, desde la aceleración del ritmo del corazón de quien se sabe insignificante en ese espacio sin tierra firme.
Es un texto que hace foco en lo humano, que valoriza el verdadero patrimonio cultural e histórico de Iberá desde las vivencias cotidianas y las transmisiones orales de los sucesos del pasado, preservados en la memoria de esos hombres y mujeres que allí hacen su vida en condiciones que demandan una fuerza, una sabiduría y un coraje que nos empequeñecen.
El gauchillaje de por ahí, cósmicamente se corresponde con el paisaje, decía Madariaga. Y dice Eduardo Ledesma.

“Viaje al país del agua” en la Feria del libro de Buenos Aires

PRESENTACION: 03 de mayo de 2022 / Sala Julio Cortázar / 18 Hs.
Quiero agradecer a todos y todas las que se acercaron, a quienes hicieron posible este acto trascendente para el libro y para mi. En el acto, mas o menos, esto fue lo que se dijo:
Gracias a todos por estar acá.
Para empezar quiero agradecer. Al Instituto De Cultura de La Provincia De Corrientes que le dio a este libro un espacio central en el Día de Corrientes en esta importante Feria Internacional del Libro. Y a Leonardo Moglia por editarla, y por el trabajo que hace con todos nosotros en tanto autores correntinos.
Mi especial reconocimiento por el trabajo que hacen ambas instituciones -una pública y otra privada- para visibilizar el nuestro, que es un trabajo solitario y que debe sortear muchos obstáculos.
Acerca de muchos de ellos ya se habló en esta feria. Otros más, podríamos aportar, tienen que ver con los cánones, con los que deciden los cánones; con la concentración de la producción; con los espacios para que las editoriales de provincias puedan federalizar su producción y los autores puedan estar en librerías por fuera de sus territorios.
No hay duda de que en las provincias hay literatura muy rica y variada, autores y editores que hacen lo imposible para romper con otro de los grandes asuntos de la centralidad: la tensión entre los autores capitalinos, que desarrollan los temas de la llamada agenda nacional, y los autores de provincias a los que les toca, vaya uno a saber por qué, temáticas locales, regionales o regionalistas.
Hay que revelarse ante eso. Revelarse pero con acción. Abandonar solo la queja y empezar a hacer algo para discutir estos espacios y posiciones.
Buenos Aires no es tan grande, somos muchos correntinos, dijo Teresa Parodi alguna vez. Aquí mismo veo escritores, pero vi muchos más recorriendo la feria. Y leí a muchos otros, provincianos como yo que cuentan sus cosas, pero sin que ello carezca de humanidad o de universalidad. ¿Alguien puede desmentir eso?
Necesitamos producir, discutir espacios y temas y generar, tal vez, un círculo más fuerte entre lectores y editores, correctores y críticos para hacer crecer nuestra literatura. Eso sí. Pero me niego a aceptar que lo que tengamos para decir esté determinado sólo por nuestro código postal.
Dicho esto, quiero decir que es un honor para mí estar hoy aquí presentando este libro. Y otro honor compartir esta mesa con Julio Tomas Cáceres referente de la cultura de nuestra provincia que supo darle representación -con su poesía, su música y su voz-, a eso que llamamos con orgullo, identidad.
De Julio escuché por primera vez la poesía de Sosa Cordero. De Julio escuché la belleza del atardecer que en las veredas de los esteros, allá en Concepción del Yaguareté Corá, pintó don Osvaldo. Y entonces me animé a jugar y a pedirle su palabra.
Pínteme ese atardecer, le rogué a Sosa Cordero, y su alma de poeta me devolvió esta maravilla:
“La tarde filtra zafiros/
sobre el sueño de los pastos”.
***
Puede ser una imagen de 2 personas y personas de pie
Viaje al país del agua, este libro que hoy presentamos acá, es una cita. Es un homenaje a un gran libro compilado por Cristina Iglesia que reúne crónicas de Rodolfo Walsh y aguafuertes de Roberto Arlt en la región de los ríos: la región del Norte argentino. Es un homenaje a ellos, a ella, y una excusa: retomar una crónica de 1966 que se publicó en la Revista Adán, escrita por Walsh bajo el sugerente título de “Viaje al fondo de los fantasmas”.
Fue también, entre julio y agosto de 2020, una forma de reencauzar la angustia en la que estábamos todos en tanto humanidad: la angustia del futuro que no nos permitía ver la pandemia de coronavirus.
Así nació este libro. Gracias a un viejo boceto de mis épocas de estudiante. Gracias a la colaboración de mucha gente y a una espina clavada oportunamente por Cristina Iglesia. Presentando en Corrientes su hermoso libro sobre Walsh y Arlt me dijo, como al pasar, que ninguno había dejado herederos.
Me pareció tan potente esa frase. Potente como inalcanzable. Pero como de sueños está hecho también este camino, me tracé un objetivo. Claro que no era para perpetrar la impertinencia de reclamar ninguna herencia, sino más bien para acometer una emulación.
La idea original de esta crónica, entonces, era caminar por esos caminos de Walsh, ese que había recorrido entre otros con Pecco Tissembaun y el mayor Braillard Poccard en 1966, cuando el estero era menos que agua y pasto engarzados.
Pero al poner el pié en el barro, en el puerto Juli Cué del Carambola, supe que la cosa sería distinta. Y lo fue.
Al final se convirtió en una crónica de momentos y lugares. En una crónica de personas que habitan como sus antepasados un territorio aún esquivo y misterioso. Enorme. Insondable. A veces ajeno.
La crónica cabalga además sobre ese detalle que es central, y que lo será todavía más con los años: fue escrita en el marco extraordinario de la pandemia, sin que ese episodio sea determinante en el texto. Es un personaje fugaz, pero inolvidable. Como inolvidables son los personajes de este libro. Los de carne y hueso.
Chuli Vallejos el guía, por ejemplo, sin quien nada de esto sería lo que es. Los hermanos Victoriana, Ramón y Cirila Villagra, los más conmovedores para mi. Y otros tantos, como Casimiro Ojeda, que fue, creo, el hallazgo de la crónica. Y que está en el libro por una cadena grande de favores de gente comprometida con su trabajo, con su lugar y con su gente. A Casimiro no pude verlo en persona, por las limitaciones de la pandemia, pero una guardaparque de Loreto me tradujo ante ese hombre, sobreviviente de una pelea con el jaguar, nada menos. Me tradujo con un trabajo tan minucioso y tal vez más importante que el que hubiese podido hacer yo mismo. A Kuny Alvarez, mi agradecimiento de siempre.
Quiero agradecer especialmente aquí, también, a Fernando Laprovitta, un gran guía para mí y para este trabajo. Y a Pitty Benítez, quien fue para esta crónica un gran facilitador de encuentros. Con ellos y con todos los hombres y mujeres que viven en el corazón y en los contornos del estero, fuimos armando estos retazos de historias que se estructuran en el formato de la crónica periodística y narrativa, que lleva mi firma pero que es un trabajo coral y quiero compartirlo con todos ellos y ellas, porque me ayudaron a contar las vidas que cuento, los oficios, los sueños y las frustraciones.
***
Dijimos que el viaje central y los demás que se cuentan en el libro se hicieron en momentos del cierre total por el aislamiento. A la luz de los meses (años ya), eso fue un acierto, porque el territorio estereño se nos presentó vacío, y sus ecos pudieron salir a superficie. Algunos pocos de esos ecos pudieron ser captados por mi sensibilidad de periodista, de narrador, de cronista.
Digo en el libro:
Pensé entonces en la idea de “ver lo invisible”, de Thomas Fleischner. En la experiencia que uno vive en el momento de la observación y de esos vínculos emocionales que se trazan engendrando una mirada distinta de lo que se observa. Pensé en esa libre asociación y en lo que escribió el poeta y ensayista uruguayo Eduardo Espina, quien aludiendo al Iberá sentenció que allí, envuelto en esa “netitud” de provincianía gaucha, “la razón pertenece cada vez menos al mundo de las palabras”.
Mis compañeros, entonces, además de Walsh fueron Francisco Madariaga, Manuel Belgrano y otros tantos, desde Félix de Azara hasta Alcide D’orbigny, que anduvieron antes que yo por ese lugar que hasta el centenario (1910) era considerado el último gran secreto de la Argentina.
Digo en el libro:
Flotábamos en esas zonas misteriosas donde se presiente una fiereza que brota de los huesos enterrados. Esqueletos que cuando eran molestados y volvían a ver la luz, medían en escala de gigantes.
La etnografía lo explica a su modo: flotábamos sobre las únicas zonas que permanecen habitadas en el estero, y donde se encontraron a lo largo de los años restos de sus primeros pobladores, a los que llamaban karacará: crueles miembros indígenas de las tribus chaná, vinculados a las etnias charrúas, y que adornaban sus cabezas con plumas de carancho, hasta que fueron guaranizados.
Entonces recordé a Francisco Madariaga, que conocía en detalle el alma de esas fuerzas escondidas:
—Son los esqueletos que besan a las islas, durmiendo un sueño aluvional, entero y peligroso, propio de los cadáveres de los que no fueron realmente derrotados.
***
Se trata de una crónica, literaria, narrativa, pero es una crónica. Todos los hechos allí contados sucedieron.
Los vivos hablan por ellos y los muertos a través de sus propios documentos. De sus obras. El paisaje, en tanto, se me reveló como otro protagonista, con vida y libreto propios. Me siguió en cada una de las incursiones. Se me clavó como la lluvia y el frío de aquel agosto de 2020. Pero muchos años tuvieron que pasar desde mi primer abordaje hasta este libro. Mis palabras no alcanzaban siquiera a describirlo.
Sucede que el Iberá es mi provincia. Es el corazón de mi provincia, la nuestra.
Hay quien dice que uno en tanto periodista o cronista se prepara toda la vida para poder contar la manzana de su casa. Su barrio.
Fue esa una dificultad adicional para mi. Contar al Iberá y a su gente, que es mi Iberá y mi gente: un otro igual a mi, que me hace espejo.
¿Cómo conseguir allí la distancia? ¿Cómo no sucumbir ante la emocionalidad que implica ver, más allá de los desarrollos productivos o turísticos, la desigualdad, atávica como su hija la pobreza?
Digo en el libro:
Afloró allí, en ese patio seco rodeado por el agua, el aroma inconfundible de la miseria, hija de estafas reiteradas que se pudren en el tiempo y que pude oler, sentir y ver en el resplandor de un rayo en ese atardecer de selva y laguna. Lo sentí de golpe como un golpe: era la punzada de un invierno antiguo y triste, repetido, agazapado en ese mundo sin puertas.
No pude dejar de verme y se me rompieron los puentes.
Salí del paso con el discurso que mejor he podido articular en los últimos años, que es el discurso político. Y allí otra vez Madariaga. ¿Cómo superar semejante poesía, potente como una caballada?
¿Qué es Corrientes, don Francisco? le pregunto.
—Un reino natural de arisca republicanidad —me dice, y yo nunca supe desde qué época hablaba, o a cuál se refería.
Arisca republicanidad, sí. Reino natural también.
Sólo decir en este punto que esta crónica contó un Iberá en período de seca, el Iberá del largo período de seca de los últimos dos años y medio que terminó en los incendios de principios de año. Fue un dolor compartido ese, el de los fuegos. Mucha gente nos ayudó. Y gracias a eso, y a las lluvias -que se acordaron de caer-, el reino está renaciendo.
Por último quiero traer aquí algo que se dijo de este libro. “No se trata de una crónica común”, escribió mi amigo Carlos Lezcano, que además tuvo la gentileza de acompañarme hoy aquí, gesto que agradezco siempre. “Hay en el texto y en su autor un secreto y antiguo vínculo con el espacio de las lagunas, tal vez por haber nacido en San José de las Siete Lagunas de Saladas. Desde ese vínculo rastrea, escribe, cuenta, y lo hace llevando consigo la poesía y la prosa de Francisco Madariaga, pero sin repetirlo.
Durante el invierno de 2020 el estero abrió sus puertas al cronista y “el caballero repasó las lagunas de los oros naturalmente populares, y se embarcó, en las balsas de los oros, con todos los excesos”.
“Viaje al país del agua” es una crónica sin límites claros entre el periodismo y la literatura. Pero es periodismo, aun con todos los excesos, que para mi son latidos. Acaso este es el periodismo que me gusta hacer.
Si además, alguien siente interés de leer ese periodismo, esos latidos, el primer y último objetivo de todo texto se habrá cumplido.
Muchas gracias a todos por estar
A mi familia que me acompaña a la distancia.
A mi madre, que debe andar por ahí mirando este acto.
Y especialmente al maestro José Luis Castiñeira de Dios que con su presencia prestigió este acto. Me siento muy honrado por ello.
Muchas gracias.

VIDEO: Lanzamiento del libro “Viaje al país del agua”

Agradezco a mis compañeros de Final Abierto: Gabriela Bissaro y Carlos Alberto Simon por el tiempo del programa que me regalaron para el lanzamiento/presentación en sociedad de la crónica “Viaje al país del agua”.
Gracias también a todos los chicos del equipo: Tana Obregón Nicolas Alonso María De Itatí Joaquin Dalmazzo Hugo Orlando Zamora
Gracias a Leonardo Moglia de Moglia Ediciones por la publicación y a todos y cada uno de los y las que lo hicieron posible.
A Cristina Iglesia que sin saberlo ella me inspiró; y a Rodrigo Galarza que sin saberlo él me abrió las compuertas de las palabras.

Eduardo Ledesma presenta su libro “A corazón abierto” en Caá Catí

Por Paulo Ferreyra. Publicado en el diario El Litoral

Van acercándose los días en los que Caá Catí se vestirá de palabra y música. La Feria del Libro es un hecho cultural donde la venta de libros es casi un accesorio, y los personajes y el lugar cobran un vuelo insólito para quienes se acercan a conocerlo.
Eduardo Ledesma escribió un libro de crónica para dar visibilidad a las personas y al lugar, y “si bien el libro tiene su epicentro en lo que sucedió en la IV Feria del Libro de Caá Catí, está rebalsado con otros personajes y otros lugares”. La feria en sí misma dispara muchas cosas. “Creo que es desconocida en gran parte de la provincia porque no es hija del marketing. Sin hacer alardes y sin mostrar sus pretensiones, año tras año sigue creciendo”, desliza el periodista.
Esta publicación que aún huele a nuevo, muy nuevo, abrirá su fragancia el próximo domingo. El libro es producto de una donación tanto de Leonardo Moglia de la Editorial Moglia como del periodista Eduardo Ledesma, quienes en esta primera edición del libro confieren a la Biblioteca Popular Juan Manuel Rivera toda la potestad. El libro se venderá a un precio módico y todo lo recaudado será para la biblioteca.
Hace apenas un año atrás, en este pueblo de arena, laguna y bajo ese cielo inmenso, Selva Almada leía un texto inédito de un trabajo que todavía no había presentado en Buenos Aires. Este año estará Josefina Licitra, quien presentará su nueva crónica “38 Estrellas. La mayor fuga de una cárcel de mujeres de la historia”.
“La tierra ebria sobre mí y yo en una voluntad azul bajo las aguas poseído por el temblor de las especies”. Ese temblor y esa ebriedad mueven las pulsiones de Eduardo ahora en un libro de crónica. Aquí pone su firma, donde la pantalla blanca del computador no tiene límites y los personajes, los momentos y los lugares del interior de Corrientes quedan por un momento -tan solo por un instante- congelados en las páginas de este libro que tituló “A corazón abierto”.
La invitación va más allá de leer: la invitación es para ir pynandi por la tierra del taragüí y conocer su historia cultural, aquella mezcla de poesía y música.
“El libro se escribió a lo largo de un año. Es un testimonio que me deja satisfecho. En la intimidad del trabajo hay muchas satisfacciones. Esta crónica es una contribución de toda la gente que participó y de Leo Moglia. Nadie cobra nada por esto. Es una donación”.
“En tanto texto, la escritura me permitió jugar en un registro al que no estoy acostumbrado: me permitió jugar con la ficción. Dialogué con personas que ya no están, con el archivo. Estos elementos periodísticos y narrativos me permitieron generar un relato de asuntos verídicos con una carnadura mayor al del lenguaje periodístico”, concluye.
Esta crónica relata la experiencia de un viaje, pero no un viaje cualquiera sino uno “a corazón abierto”. Ya con el título, Eduardo Ledesma nos previene que la crónica no se basará únicamente en la IV Feria del Libro de Caá Catí, sino también en los engranajes, motivaciones y paisajes humanos que la sustentaron”.
“Ledesma maneja con soltura los tiempos de la crónica; los matiza con pasajes ficcionados de testimonios reales que dotan al relato de una tensión propia de otros géneros. Tal entrecruzamiento le permite desarrollar distintos asuntos a la vez sin que se pierda el hilo ni decaiga el interés por la lectura”. Así traza este libro el poeta Rodrigo Galarza.

 

Cómo se siente un tiro

De paseo por las letras, siempre es grato leerlo a Bruno Martínez.

Su libro “Cómo se siente un tiro”, fue una de las compañías a las que recurrí para esconderme del sol y de la lluvia. O para disfrutarlos.

Hay de todo en esas crónicas. Hay pasajes y paisajes. Hay sutilezas y frentazos. Hay lugares transitados ya por otros, pero también descubrimientos. Hay poesía y crudeza. Hay literatura.

Hay política, que es tal vez lo que uno -por motivaciones personales- más disfruta.

La sola crónica sobre el recorrido al y por el apiario de Danilo Polo Legal, “Hablemos de abejas”, para mí, justifica el libro, además de la que le da su título, claro.

Recomiendo este trabajo, editado el año pasado con crónicas sazonadas por el tiempo, reconociéndole el mérito de haber abierto una puerta enorme a los cronistas de la región. De haber proveído un espejo. Un objetivo. Una meta.

Leila Guerriero y Crístian Alarcón discuten sobre crónica

Duelo de autores: ¿De qué @%#!& estamos hablando cuando hablamos de crónica?

Leila Guerriero y Cristian Alarcón, con la moderación de Ezequiel Martínez, brindaron una charla de alto vuelo sobre la realidad de la crónica en el festival Basado en Hechos Reales que tuvo lugar la semana pasada en en el CCK, Buenos Aires.

Vale la pena este video producido por el #FestiBaHR para encaminar la visión sobre la crónica, pero también sobre la narración en el periodismo diario.

 

La fortuna triste del Señor Hallado

“Es cuestión de sentarse en la galería, elegir un punto de mira diferente cada tarde o elegir el de siempre: el resultado es el mismo y a la vez es otro. Sentarse en la galería, así nomás, sin realizar ningún esfuerzo y el cuerpo se vuelve poco a poco pura mirada.

Cristina Iglesia
Mirar el campo, de “Corrientes” (2010)

 

Cuando Felipe Olivera encontró el crucifijo enredado a unas ramas, pensó en un milagro.

***

Promediaba la mañana y el sol brillaba fuerte esa primavera de 1739, cuando se dice que el hombre, que peregrinaba a Itatí, se detuvo a descansar en la zona de la desembocadura del arroyo Empedrado, donde originalmente estaba una reducción franciscana luego destruida. Cuentan que en ese lugar del pueblo viejo sintió una presencia que lo llamó a mirar hacia la copa de un árbol donde descubrió la cruz. La luz que agujereaba la fronda daba de lleno en la reliquia.

Don Felipe siguió el camino del norte y al cabo de varios días llegó a Itatí. Contó su experiencia a los sacerdotes de la Virgen, quienes además de bendecir el madero labrado, lo invitaron a construir una capilla para honrar al Cristo. Al encontrado.

El suceso caló hondo entre quienes lo supieron. Los curas de la parroquia todavía relatan por estos días que, en aquellos tiempos, los feligreses acudían al oratorio familiar para venerar al crucifijo, al que se llegaba por un camino rocoso, empedrado con material de la zona.

De tanto rezar, la gente se fue quedando, y así pasaron 87 años hasta que, en 1826, el Señor Hallado presidió la fundación del pueblo nuevo. Un año después construyeron la primera capilla. Y en 1912, el templo neogótico que alberga aún hoy la fe mayoritaria de los 15 mil empedradeños que cada 14 de septiembre le rinden culto en sus fiestas patronales.

Hasta los que se tuvieron que ir, porque sobraban, deponen su orgullo para volver y estar y ejercer su devoción.

***

Viajar a Empedrado es viajar en el tiempo más que en el espacio. Apenas 60 kilómetros la separan de la capital de Corrientes, yendo hacia el sur por el camino antiguo que hoy es la Ruta Nacional 12: unos 30 o 40 minutos en automóvil.

Es 14 de septiembre de 2017. Pasaron casi 300 años de aquel hallazgo de Olivera y más de un siglo desde que los curas con hábitos de negro eterno estructuraron la liturgia que sigue repitiéndose hoy, en medio de un gran mercado al aire libre.

***

Las fiestas son largas en los pueblos de Corrientes. En casi todos ellos. Son todo un acontecimiento.

Cualquier antropólogo haría dulce de sólo ver como conviven en un mismo territorio (alrededor de una iglesia y una plaza trazada en damero indiano), la fe heredada sin reparos de la gente sencilla, cartelería en inglés y en guaraní, chamamé en yopará, juegos criollos con animales (cuyo mayor atractivo es la carrera de sortija) y unos minions inflables donde se revuelcan sin culpa los más chiquitos. Lo que se dice sincretismo explícito.

Hay mucho comercio que riñe con las normas de la Afip. Comidas de olores y sabores varios. Jugos naturales de dudosa procedencia y conservación por su exposición a los soles ardientes de estas riberas. Bebidas de graduación alcohólica en aumento y música o ruidos. Predominan el reggaetón y la bachata.

Hay caballos enanos con aperos chapeados en alpaca para “la” foto de los niños, en la era de los smartphones. Un guitarrero que trata de entonar para él mismo canciones de misa bajo la sombra tenue de los pinos y gente de los parajes: chinas y gauchos vestidos de gala en honor al crucifijo. Pues de eso se trata últimamente.

Algunas viejitas desarrapadas, abrigadas más de la cuenta por el clima que no se decidía, dejaron por un rato -o por un día o dos- su mundo de animales y verduras para mezclarse con los puebleros. Ahí también hay un ellos y nosotros. Se miran con recelo, al punto del ojeo. Se conocen de siempre, pero igual se tantean. Con la mirada. De lejos. En silencio.

***

En las fiestas patronales probablemente ocurran pocas reconciliaciones si es que hubo alguna vez un diferendo. Pero es seguro que aun al cruzarse, eventuales contendientes no harán nada si están bajo el alcance prodigioso de un santo.

Un cura me contó una vez que, para calmar la calentura de una reunión, hizo entrar al galpón a la Virgen de Itatí. Las partes en pugna, ni bien la vieron se cuadraron y persignaron y depusieron las lenguas y los dedos acusatorios.

-¡Un milagro clarito!

Ahora estamos en Empedrado, pero es lo mismo en cualquier pueblo correntino desde hace por lo menos 50 años. Por eso cuesta desatar los nudos del garguero que se tensan con cuentas del pasado. Sobre todo cuando se ven acomodadas desde siempre, en estacas de madera o de fierro, esas pelotas de nylon tipo hule, brillantes y finísimas, con tajadas multicolor, tan livianas y ordinarias como un globo, que se pinchan con las primeras patadas. Tener una de River o de Boca era tocar el cielo con las manos, más antes, cuando los celulares no eran siquiera un sueño. Ni las computadoras lo eran.

Ahora estamos en Empedrado, pero es lo mismo en cualquier pueblo correntino desde hace por lo menos 50 años. Por eso cuesta desatar los nudos del garguero que se tensan con cuentas del pasado. Sobre todo cuando se ven acomodadas desde siempre, en estacas de madera o de fierro, esas pelotas de nylon tipo hule, brillantes y finísimas, con tajadas multicolor, tan livianas y ordinarias como un globo, que se pinchan con las primeras patadas. Tener una de River o de Boca era tocar el cielo con las manos, más antes, cuando los celulares no eran siquiera un sueño. Ni las computadoras lo eran.

***

– ¡Qué cosa! -digo sorprendido.

¿Habrá pensado Felipe Olivera, cuando vio la cruz colgada, que ese lugar sería después la Perla del Paraná?

¿Habrá imaginado que era posible ganarle un espacio al monte y levantar allí una mansión para el solaz de los millonarios argentinos y del mundo?

¿Habrá creído posible el peregrino que ese pueblo daría un gobernador de los mejores que recuerde Corrientes?

¿Y cuál sería su cara, por el contrario, si se enterara de que, con los años, esa tierra entregaría hijos en una larga estela de adioses por las promesas que no se cumplieron, ni se cumplen?

¿Qué pensarían, en todo caso, los hacedores del siglo pasado si vieran que la desidia sostenida ancló el mañana mejor a un presente quedo, corto de horizontes?

Tal vez Felipe Olivera sólo pensó en la fe. Que mueve montañas. O esas barrancas que veía. Que la fe persiste pese a todo.

Si lo pensó efectivamente, le asistía una certeza: Dios es más grande ahí donde no llegan el Estado ni las empresas. Las escuelas o las fábricas.

***

Pero Empedrado no siempre fue un rastro. Tuvo una época mejor, inmortalizada en sepia por el alemán Roberto Gersbach: pintor, fotograbador y el primer fotógrafo de academia que se aquerenció por nuestras costas. Junto con Adolfo Mors y Wolfgang Seller constituyó la trilogía de maestros de las artes plásticas correntinas en el siglo XX.

Una placa recuerda a Gersbach en las paredes de su antigua casa en el pueblo de la calle larga, donde vivió con su mujer y sus tres hijos. Algunos de sus descendientes dan testimonio vivo de su legado. Roberto es su propio testimonio muerto. Sus huesos descansan allí, en esas tierras, desde el 17 de diciembre de 1936, como abonando la promesa que le hizo cruzar el mar.

***

Empedrado empezó a escribir su historia casi con la colonización. Hay registros del siglo XVII, cuando los españoles levantaron las reducciones de Nuestra Señora de la Candelaria de Ahomá y de Santiago Sánchez, donde se encontró la cruz.

Después de mucho ir y venir, el cuatro veces gobernador de Corrientes, Pedro Ferré -dueño del sillón en el que todavía se sientan los inquilinos del poder provincial- fue autorizado a realizar la fundación del pueblo en el sitio que hoy se conoce, para lo cual le compró a Dionisio Suárez, a comienzos de 1826, un terreno de 2.500 varas en cuadro para asentar la población y sus ejidos.

El día preciso de la fundación no se conoce, pero la ley del 14 de septiembre de 1826 aprobó los actos de gobierno y al pueblo se lo denominó Capilla del Señor. Y ya no hubo mucho más que decir. Su primera escuela es de 1827. Su puerto fue habilitado al comercio en 1856, y en 1864 abrió la Municipalidad. En 1898 llegó el tren y en 1910 inauguraron la casa modelo de la Mansión de Invierno, un delirio para ricos que duró apenas tres meses.

Algo más duró el progreso que bajó de los barcos y de los vagones. De esos tiempos quedan casas con pretensiones italianizantes o historicistas.

– ¡Es una pena! -rezongo.

Empedrado fue pensado como puerto regional. Sigue teniendo una salida inmejorable al río, pero ya no hay qué llevar o qué traer.

Paradójicamente, la mayoría de los jóvenes con fuerzas y ganas se meten a embarcadizos. Son marineros en buques pesqueros que izan banderas que tal vez ni conocen, porque en su tierra no tienen ni canoas.

Los que no dan la talla de Popeyes, se van a engordar otras pobrezas en los conurbanos más prometedores de la Argentina. Salvo excepciones, es el destino de por lo menos el 33,6% de los correntinos, según el censo de 2010. Aquí no hay lugar para ellos.

– ¿Y el tren?

– El tren salió hace rato. Y le está costando volver.

***

Ni la gobernación de Fernando Piragine Niveyro pudo revertir la tendencia.

Piragine fue empedradeño y uno de los gobernadores más progresistas que conoció Corrientes. Desarrollista por convicción, durante su mandato, que duró sólo 4 años desde 1958 a 1962, se abrieron escuelas y obradores. Hizo caminos, electrificó los campos y muchas ciudades, pavimentó rutas y hasta inauguró el aeropuerto internacional de la provincia, que hoy lleva su nombre.

Pero entre otras tantas acciones, le dio al correntino su dignidad de ser, dicen quienes lo conocieron. Falleció joven, defendiendo al ya depuesto presidente Arturo Frondizi, su amigo. Murió en el Congreso Nacional. Allí mismo, el peso de su cuerpo cayó sobre una banca.

Ese mismo lastre sombrío, al parecer, hundió irremediablemente la prosperidad de Empedrado.

***

– Llovió todita la noche, pero el Señor hizo milagro -me cuenta, ferviente, la chica que atiende un comedor-rotisería-panadería-confitería detrás de la Municipalidad.

Dice que el Señor torció los pronósticos, sopló fuerte y despejó el cielo de nubes. Dejó el viento, que amablemente aplaca el calor húmedo de la siesta.

Las hamacas de la plaza están sobre el agua. El suelo ya no chupa los excesos de la lluvia y el líquido se estanca en las zanjas que dejan las frenadas. Están temporalmente inutilizadas. Por eso trabajan sin descanso, desde el mediodía, las calesitas, las sillas voladoras, el remedo de carrusel en miniatura y otros juegos mecánicos que supieron tener mejor pintura, brillo y hasta mayor seguridad.

Alrededor de la plaza, sobre las veredas que marcan su límite, se acomoda un tolderío mayoritariamente de lona verde, azul y naranja. De lejos parece una fila de acoplados. De camiones.

Hay carritos de comida: asado de tira, pollo, chorizo, chicharrón, arrollado, hamburguesa especial completa 35 pesos, empanadas, sánguche de milanesa y de jamón y queso, chipá mbocá 20 c/u, jugos, gaseosas, vino y cerveza. Ferné.

El tiempo ayuda y como aquí ya nadie volverá al trabajo, se animan a la cerveza. Es jueves. O viernes chico. Y la semana ya está perdida. Son las 3 de la tarde y la cerveza corre entonces como remedio fresco: en latas, botellas o en vasos de plástico que tragan un litro.

Para los postres: churros, pastelitos, alfajores de maicena, helados, turrón de maní, algodón de azúcar, manzanas al caramelo, golosinas. Para los más tradicionales: mate y chipá, que sirve para desayunar, almorzar, merendar y de última, para cenar.

Por momentos el viento se mueve rápido y se arremolina cerca del piso. Desparrama el humo de las parrillas y el olor humano de los que llevan un rato largo transpirando su búsqueda espiritual lejos de las duchas. También desparrama perfumes: mucho desodorante en los hombres y alguna fragancia más fresca y sofisticada en las mujeres, sobre todo las más jóvenes. Recién bañadas, están listas para ver y ser vistas.

Las señoras mayores huelen a florería. Están sentadas a la sombra de un gomero centenario en el centro de la plaza, donde se hará la misa luego de la procesión. En eso, alguien ceba un mate recién hecho, curado con burrito. El aroma es penetrante, inconfundible. Se siente a campo, a patio, a descanso, a charla. A satisfacción.

***

Parece filosóficamente contradictorio, pero es una continuidad histórica y folclórica.

Al borde de las fiestas de los santos crecen negocios de todo tipo. Y empresarios que se dedican a eso: a recorrer en caravana, pueblo por pueblo, como el viejo Víctor, un tío gitano que de tanto en tanto aparecía ofreciendo lo que tenía y lo que no, y acampaba con su clan en las anchas cunetas naturales de las rutas de la zona. Su recuerdo aparece empujado por un rencor infantil…

Camino los contornos de la plaza para ver las novedades. En principio, lo de siempre: las pelotas de tajadas de hule fino, revólveres, ballestas, arcos y flechas, accesorios para princesas, princesas, formas de silicona, peluches, guitarritas, flautas, tamborcitos. Minions, Pepapigs, Gudys y Bozlaiyiars. Cadenitas, muñequeras, relojes y marroquinería al alcance de la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Lentes y la electrónica de amplio espectro: desde los legendarios Tetris hasta calculadoras científicas; desde cargadores portátiles de celulares hasta calentadores de agua de 12 voltios para el auto.

Me detengo en algo que no sé qué es. Tiene una forma rara, como de una pequeña linterna, pero con tres patas, como si hubieran encintado tres desodorantes a bolilla. Tiene cable y puerto USB. Hay de varios colores.

– Es un masajeador -dice el vendedor con una sonrisa burlona por mi ignorancia.

Fue entonces cuando recordé a don Víctor, pues me sentí abriendo la boca, viendo los espejitos que le quería vender a mi abuelo para darle brillo al exhibidor de tablas y chapadur de su panadería.

De paso se comió una porción de pastafrola que estaba para la venta.

– Que Dios se lo pague -le dijo a mi abuela el atrevido, y no lo olvidé nunca.

***

Cuando se encienden las primeras luces ya todo el pueblo habrá cumplido con Dios, por lo que se entrega ahora a quedar bien con el diablo. La plaza es poco menos que un aquelarre. Descansan los juegos para niños y empiezan a trabajar los vendedores de ilusiones. Cumplen más que los políticos, que no es poco.

Los hay de muchas provincias, pero también los negros senegaleses que venden collares y anillos, que son una atracción en sí misma.

Niños y grandes por igual, sobre todo la gente del campo. Nadie disimula la mirada. Los escrutan como a fenómenos y hasta les desconfían, pero no pasa de ahí. Los negros conversan en su español que tropieza con los códigos de la sintaxis y entonces los autóctonos ríen aliviados. Confirman que son seres humanos.

***

Las tiendas de ropa parecen un shopping barato bajo los gazebos asegurados con soga y estacas. Están mejor surtidas que muchos negocios locales del rubro, y tienen precios de liquidación por el final de fiesta, así que hay quien aprovecha. El problema es que estamos recién en la quincena y hay que hacer rendir la plata. Nadie cobró aún.

Los que sí mercan son los empleados de la administración pública, acostumbrados a embolsillar antes de fin de mes y casi todas las semanas cuando está cerca la fecha de las elecciones, como pasa ahora en Corrientes. Hay que incentivar el voto, dicen. Y si de eso se trata, el gobierno de Corrientes que comenzó en 2001 y se juega su continuidad en 2017, no escatima. ¡De más cuida la democracia el gobernador Ricardo Colombi! Casi como si fuera propia.

Entonces se producen las ventas. Aunque primero hay muchas pasadas y después muchos precios comparados.

Si sobra algo, viene lo mejor: la lotería.

– Es la vida en ancas de la suerte -le digo a mis adentros.

– ¿Y quién pa´ sos vos para juzgarlos? -me responden.

Asiento, de nuevo, para mis adentros. Es lo que hay. ¡Claro! Si yo mismo he visto la cara de lo que falta cuando el sistema cierra la puerta y los gobiernos se esconden dentro de su infamia.

Salgo del paso preguntando cómo va y señalo el cartón.

– Un yepoque -me dice la mujer mientras se acomoda para la primera ronda. Es bajita, de rulos y está contenta. Tendrá 40 años. Tiene las uñas pintadas de oscuro.

–¿Cuánto cuesta?

–Treinta pesos.

Paga y le dan un papel despintado por el uso. Tucumán Park, dice a modo de membrete. También le dan un puñado generoso de maíz que sirve para apuntar la jugada, pero también para dar de comer, al menos por un día, a un gallo mediano tirando a grande.

En el centro del toldo, sobre estantes, se acomodan los premios.

–Fue a lo primero que le llegó la inflación -le digo a alguien. Se ríe.

Recuerdo que las loterías de los parques, incluso las de las fiestas patronales, eran un rebusque de verdad hace por lo menos 30 años en mi pueblo, que no queda muy lejos de donde estoy ahora. Una vez la vi jugar a mi madre: quería una frazada de dos plazas que estaba en el estante. Ahora veo helatodos, termolares, una licuadora, alguna juguera y no mucho más. Sí mucha guirnalda.

La escena parece de cuento, pero es tan abrumadoramente real que pone los pelos de punta.

En los apoyabrazos-cartones-maíces, los jugadores y las jugadoras tienen más concentración que un astrónomo de la Nasa descubriendo un planeta. Algunos empinan una lata de cerveza, varios fuman y cavilan, otros miran al niño cantor: un muchachón más bien entrado en años que en otra vida habrá sido locutor. Tiene buena voz y la imposta con tal profesionalismo que da pena que sólo sea para cantar números de lotería.

El bolillero es una evocación de la pobreza, y se ajusta al contexto. Es un bidón de lavandina de 2 litros, color amarillo. En góndola habrá sido un Ayudín.

El locutor lo agita, hace sonar las monedas de madera numeradas. Saca una, dice la cifra y la repite, y luego la pone en orden para controlar cuando alguien diga “basta”. Las monedas son como la falange segada de un dedo.

La mujer de los rulos pega el grito:

–¡Basta!

El chico que reparte el juego se acerca a controlar. Es morocho y tiene las puntas del pelo teñidas de amarillo. Repasa los números con el índice de la mano derecha. En la otra tiene un toco de billetes.

Siempre es así en los parques. Gente que trabaja con la plata, la muestra. Como los cambistas. La exhiben como quien oferta en vidriera. Es como si dijeran: ¡aquí está el objeto del deseo! ¡Vengan a buscarlo pué!

Efectivamente la jugada de la enrulada fue perfecta. Da un brinquito de alegría. Acaba de ganar 100 pesos.

***

El paseo sigue, despreocupado. Hay muchas parejitas jóvenes. Los novios agarran a sus novias como si fueran a escapárseles. Se tocan. Se rozan. Se besan. Se muestran. Muestran. Parece la estudiantina, pero no es.

Me pregunto cuántos de esos jóvenes son ahora o serán en adelante los devotos de Pedro Perlaitá, el soldado pasado a fusil por disputarle la mujer a un superior.

Dicen que después de muerto fue convertido en un “santón correntino”, cuya tumba celeste -por su filiación política- se encuentra en los fondos del cementerio de Empedrado y es visitada con asiduidad. Allí van los estudiantes secundarios a pedir o a agradecer, sobre todo en época de exámenes y de mal-de-amores.

Los que ahora pasean por la plaza perecen ajenos a todo eso. Uno le compra algo a la susodicha, una pavadita. Otro le paga un capricho a la nena que cuidan junto con la otra nena que ya tiene los pechos brotados. Tal vez la niña sea su cuñadita, mandada de espía por los suegros para alejar los peligros del amor urgente. Los novios son adolescentes, pero pueden asumir el costo del soborno por silencio en la rueda de la fortuna. Nombre pretensioso si los hay para una tabla de madera llena de clavos, en círculo, por donde se pasea un arco de caño que en la punta tiene una flecha de plástico recortado que unos días antes fue una botella de gaseosa.

La flecha marca los premios que son muchas cosas, pero ni todas juntas hacen una pequeña fortuna. La nena empuja el arco. Da varias vueltas veloces y de a poco se detiene. Cae sobre la punta de un triángulo de color rojo. No se sabe bien qué contiene, pero la puestera, rápida de reflejos, manda a su hijo de no más de 6 años a que entregue el premio.

– ¿Qué le doy? -consulta.

– Abrí la bolsa y dale una pulsera -ordena, casi sin mover la vista de su teléfono.

La pulsera brilla. Son unas bolitas de plástico agujereadas y ensartadas por una banda elástica que se cierra con un nudo. La niña sobornada acaba de rifar su silencio. Y a juzgar por su rostro, es consciente de que salió perdiendo.

***

La fiesta de Nuestro Señor Hallado empezó hace varios días.

En torno a la novena, rezo importantísimo en el milenario ritual católico, se fueron cumpliendo muchos asuntos públicos. Pero ninguno tan importante como los de este día, que arrancó temprano y con el tiempo amenazante.

El punto central de la mañana contó con la presencia del vicegobernador Gustavo Canteros. Fue la máxima autoridad provincial en asistir a las celebraciones, un poco por protocolo y otro poco porque estos lugares siempre son importantes bulevares cuando avanza una campaña electoral.

– Estar nuevamente en Empedrado, ingresar por esa calle cargada de historia nos trae una síntesis de lo que es Corrientes: naturaleza, historia, cultura, religiosidad -dijo Canteros asumiendo un rol bien diplomático.

Esa calle es la avenida Bartolomé Mitre. Por largos años fue la única asfaltada. Tiene 30 cuadras, que es lo que mide de largo Empedrado, desde la ruta hasta el río.

Además de decir eso, Canteros encabezó el acto cívico central: la celebración del 191º aniversario de la fundación de la localidad. En ese mismo marco y en compañía del intendente Daniel Mierez, entregaron un presente al doctor Elpidio Monzón, un destacado abogado, profesor de Derecho Procesal Penal en la Universidad del Nordeste, fuente de consulta permanente y un orador de los que quedan pocos. Hace rato vive en Capital, pero nunca se fue del todo de su Empedrado natal, que ahora lo declaró ciudadano ilustre, a sus 94 años bien cumplidos y mejor llevados.

Monzón tiene una memoria prodigiosa y puede recitar los actos de gobierno que llevó adelante como funcionario de Piragine Niveyro, muchas de las leyes que dictó o interpretó, partes de la Constitución Nacional o bien, de cabo a rabo, un poema memorable de Osvaldo Sosa Cordero:

– Hola chamigo, ¿qué tal?
– ¡Pero íporante, chamigo!
Es el típico saludo
que usamos los correntinos.

Chamigo quiere decir
literalmente: mi amigo.
Aunque en rigor de verdad
ello se halla enriquecido
de todo cuanto contiene
de fraterno, de afectivo.

El chamigo es algo más
que lo común de un amigo.
Es esa mano que estrecha
con impulso repentino.
Es la voz que en ocasiones
nos hace como de estímulo
dándole fuerza al elogio:
¡Estuviste bien, chamigo!

***

Cuando se secaron los ojos de los familiares del ilustre, la cosa siguió su rutina, es decir, la rutina de la campaña. Corrientes debe elegir gobernador el 8 de octubre. Desde esta mañana del 14 de septiembre faltan menos de 30 días y todos andan apurados. Las encuestas muestran números disímiles pero constantes en la hipótesis del empate técnico. La diferencia entre uno y otro candidato es menor al margen de error.

Competirán tres candidatos, pero en verdad el asunto está polarizado. El candidato del gobierno, Gustavo Valdés, es también el candidato de la continuidad. Por eso los anuncios en ristra.

Canteros es vicegobernador, pero aspira a repetir en el cargo y promete ahora lo que no se pudo, no se supo o no se quiso en los 16 años anteriores: la puesta en valor y refacción de dos instituciones señeras de la localidad: el Teatro Dora y el Club San Martín.

-Me comuniqué con el gobernador Colombi y puedo asegurarles lo que va a ser una realidad muy pronto aquí en Empedrado. Nuestro gobierno asume el compromiso de llevar adelante la restauración de estos edificios tan importantes para la vida de la comunidad -dijo.

Por razones obvias, tampoco se perdió la ocasión el candidato opositor “Camau” Espínola. Estuvo desde temprano en el pueblo, en el ex Hotel de Turismo, que hoy es casi un ex hotel. Como muchas cosas en Empedrado, lo que hoy se ve es lo que fue.

Espínola y los máximos referentes de su frente Podemos Más, presentaron el programa “Corrientes Conectada” que permitirá, según dicen, extender el servicio de internet a toda la provincia.

– El futuro nos espera y debemos estar preparados, por eso hemos generado un programa de conectividad que abarca todo el territorio provincial para garantizar que la gente pueda acceder a internet y simplificar sus actividades laborales y estudiantiles -dijo.

Después presidió un acto partidario y más tarde participó de la procesión por las calles del pueblo. No se lo vio rezar, pero sí canjear un apretón de manos, un beso o una selfi por la posibilidad de un voto. Tal vez fue a pedirle eso al Señor Hallado. Que le preste el gobierno. Total, lo último que se pierde es la esperanza.

***

Los preparativos llevan varios días, pero se intensifican en las horas finales, antes de la procesión. La limpieza y el hermoseado del templo, la contratación del sonido, la invitación a las autoridades y personalidades, la organización de la caminata, de la misa posterior, la distribución de los conjuntos musicales y la selección de los maestros de ceremonia, que debe hacerse con más tacto que la elección de un pontífice.

Pero de todos esos prolegómenos me impacta el cariño que le dispensa una gringa, de pelo largo trenzado, a la cabellera rubia de un alazán que tirará el carretón de carga sobre el que irá la reliquia encontrada por Felipe Olivera, o una réplica. El pelo canela del animal brilla… goza del peinado de la crina que al final quedará como una red.

La carreta de madera barnizada, espléndida, tiene un arco de alambre revestido de flores: rosas púrpuras y gerberas y gipsófilas y algunas hojas y ramas verdes.

– Algo hicieron bien los españoles -me digo a mí mismo, mientras reparo que con sus variaciones, pequeñas o grandes, estas fiestas religiosas-populares se repiten en cada pueblo conquistado hace más de cinco siglos. De hecho, hay otro Señor Hallado, muy parecido en todo, incluso en su historia, que se venera en Santiago del Estero.

Es tan grande la devoción, que la gente reunida en este caso en Empedrado viene de los alrededores de la iglesia, pero también del campo y de otras localidades. Vienen por el Señor Hallado, pero también a ratificar la amistad de ese Cristo con sus propios patronos, a los que visten con lo que tienen para que den su paseo, así sea en una ermita diminuta de machimbre mal cortado.

***

Hay muchas familias entregadas con fervor a sus propios santos y vírgenes. Alargan la procesión del hijo de Dios aparecido.

Al costado del altar montado en el centro de la plaza, donde se hará la misa, hay varias mesas en fila, con manteles blancos, donde luego se apoyarán esas imágenes. Primero entran al templo, después salen y se acomodan entre el gentío. Algunas se llevan de a uno. Las reliquias más grandes, de a dos o de a cuatro, en andas, sujetando las agarraderas de los pasos-procesionales.

En la iglesia hay para ver y sentir. Gente de todas las edades y procedencias. Adultos que se persignan con solemnidad doliente y jóvenes indiferentes que están allí por otros apremios. Uno se acerca al vidrio de un postigo y se acomoda la enorme gorra tipo Alex Caniggia, para recién después ir al encuentro de su chica que está lista, esperando en el atrio, para dar una caminata de seis cuadras, con mucha gente alrededor, escuchando música sacra. Versión local, tirando a cumbia.

Policías vestidos de gala le hacen cordón y guardia al Dios del palo santo. Prefectos lo llevan. Los “canas” de uniforme diario están para actuar entre los mortales.

Algunas maestras se identifican con sus guardapolvos. Están allí para cumplir con su fe. Y cumplen, fuera de horario, con una aplicación que no le ponen a la currícula -sospecho de puro malvado. Me retracto y pido perdón por mis malos pensamientos. Salgo del templo y veo que la gente está esperando. Quieren ver salir la casita de vidrio con la Cruz de Olivera para empezar la procesión. Mientras, alguien reza. El rezo se reproduce fuerte por el equipo de sonido.

Jóvenes y no tanto, apuran la cerveza como si fuera necesario tomar coraje para pechar las tentaciones. Algunos pagueros se encaraman con los puebleros. Se ubican en los márgenes para caminar, despacito, como sus sueños. Otros tantos harán su ofrenda a caballo.

Los jinetes esperan al costado de la iglesia. Son los que cierran la marcha. Hay mucho olor a bosta. De caballos y también de humanos, porque la humedad de la lluvia se levanta con el sol radiante de las 4 de la tarde. Y no es un buen plan, por lo tanto, tener la necesidad de ocupar un baño químico o el que presta la parroquia.

Una cinta de nylon blanco que dice “peligro” en negro y se resalta con vivos rojos, atada a dos caballetes, intenta ser una barrera de contención para los equinos. La espera desespera, pero no queda otra. Un inspector de tránsito se ubica frente a la cinta para evitar adelantamientos.

Una compañera de la Muni se le acerca y le chucea:

– Che… ¡Ninguno tiene casco, eh! ¡A ver si le hacés la multa!

***

La procesión inicia con intenciones que se leen. Presto atención a una que no viene del cielo.

-Te pedimos Señor por la reconciliación del pueblo argentino -dice la señora que habla por micrófono y suena como la voz de un estadio. Recuerdo entonces lo que había dicho un cura alguna vez, refiriéndose a estas cosas:

–El pueblo habla a través de sus fiestas.

Y ahora, al parecer, está hablando de la grieta.

***

Las intenciones se intercalan con cantos que se escuchan como lamento. Como si hiciera falta angustia para hacer más vívida la eucaristía.

Cuando se alegra la cosa, al promediar la caminata, caigo en la cuenta de que la fiesta está siendo animada desde la plaza y que todos pueden seguir ese acontecer gracias a la tecnología. La empresa contratada para la ocasión está funcionando con enlaces satelitales, o de radio, que sirven perfectamente para unificar el sonido. Un lujo de la técnica puesta al servicio de Dios.

Un coro trata de entonar todas las canciones que apenas practicaron. En las misas habituales sólo se necesitan unas cuantas, pero ahora se alarga la peregrinación y hay que sostener bien arriba el ánimo de los clientes de Cristo.

Un trío de mujeres, que serían simpáticas abuelas cuentacuentos, en el costado opuesto al del coro, cantan entusiastas, como en trance. Hacen palmas, se mueven, hacen como que bailan, y además de entonar -o algo por el estilo-, gesticulan como mimos, con la idea, supongo, de contagiar a las personas que por algún impedimento no están en la calle y esperan sentadas que empiece la misa tras la llegada del crucifijo, de los curas, del resto de las imágenes y de los montados.

***

El sol alumbra fuerte todavía, pero por las dudas, en los altos del presbiterio al aire libre que armaron en la plaza, pegado al busto de Pedro Ferré, hay una pantalla gigante y una torre con luces de colores, más de calefón que de biblia, que no obstante sirve para “crear ambiente”. De noche quedan muy lindas esas luces, sobre todo cuando sus haces reflejan los troncos del gomero, de los pinos y cipreses que hay en esta plaza, la segunda viniendo desde la ruta.

También hay dos mujeres que conducen la previa de la celebración eucarística. Una de ellas lleva la batuta. Sobresale por el empeño que le pone a la lectura de esas líneas que le dan un estrellato de ocasión, pero también por la violencia con la que baja el micrófono de la otra cuando se mete a decir lo que no debe, lo que en el libreto dice que le corresponde decir sólo a la de la batuta.

-Una escena llena de codazos entre comadres, digna de un cuento de Luis Landriscina -me digo a mí mismo. Y en eso llega la gente y se anuncia la muerte y se proclama la resurrección.

***

Cambian los maestros de ceremonia, aparecen los curas de la Orden de Clérigos Regulares Teatinos que dirigen la parroquia del Señor Hallado desde 2005. No vino el obispo hoy. El sonidista pone cuatro micrófonos adelante del altar. Suben y se acomodan allí cuatro gauchos: bota y pañuelo negro, bombacha y chaqueta blanca, poncho salteño. Parecen Los Chalchaleros, pero no suenan igual. Siento que cantan para sí mismos:

-Seeeeñor, ten pieeedad, de nosooootros.

Una viejita, con cara de susto, sigue el espectáculo, pero de lejos. Parece escondida debajo de un árbol…

-Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres -dicen “Los Chalchas” de la misa criolla, mientras los chicos juegan sin cuidado por entre la tropilla que no termina de ubicarse.

-Hasta los caballos dejan de ser un peligro… ¿Será otro prodigio del Cristo? -escribo en mi libreta. En ese momento lo creo.

***

Nos vamos con Marcos -el fotógrafo que me acompaña-, por donde nunca vinimos: una calle larga, de tierra, poceada, con barro chirle por la lluvia del día anterior, que nos saca río arriba del pueblo rumbo a la ruta y de ahí a Corrientes Capital. Ahí veo las casas que contó Selva Almada:

Casas particulares de la época de la colonia con galerías sostenidas por postes gruesos, el ladrillo ganado por los yuyos aéreos y las telarañas espesas. Casas de puertas macizas, sin cerradura, aseguradas con una cadena y un candado para mantener afuera a los intrusos.

Las veredas angostas y elevadas de estas casas de 200 años obligan a subir y bajar cuando se intercalan, en la misma cuadra, con casas más nuevas. Estas casas bicentenarias y medio derruidas están habitadas por personas pobres que no pueden darles la vida de patrimonio histórico que merecen. Algunas tienen carteles de venta. El día que se vendan seguramente serán derribadas para construir en su lugar casas modernas o pequeños dormideros para turistas.

***

Pensando en ello me pregunto otra vez lo que no puedo responderme desde niño: desde cuando vi por primera vez una casona de frente gigante, puerta de dos hojas con tableros labrados, ventanales con postigos flacos pero altos, y en la carga del techo, detalles descubiertos con unas columnitas que de grande supe que se llaman balaustres.

¿Qué habrán pensado esas familias? ¿Cómo llegaron a vivir 200, 100 años atrás, en barrios que aún hoy pueblan los suburbios geográficos, pero también los otros márgenes?

Con el pecho hundido y los ojos aguados por el recuerdo, veo otra cruz clavada en un altar de basalto y concreto. Recuerda una batalla perdida. Una de las tantas: Rincón de Vences. Y al cura Brochero. Está frente a la parada del Ferrocarril Urquiza.

Cruzando la calle, el cartel de la vieja estación anuncia a Empedrado. Es una casa de dos aguas. Una escurre hacia un fondo de gomeros, lapachos, pinos y ambaî, cuyas hojas sirven para aflojar catarros. La otra cae hacia adelante y termina en la galería del andén, sostenida todavía sobre postes de quebracho cepillado. El techo es de teja alicantina cubierta de musgo.

En ese tramo los durmientes parecen intactos. Falta piedra en algunos tramos, pero está bien, al menos para saber cómo fue alguna vez.

De lejos, por las vías, se ve un pibe que se acerca. Zapatillas negras gastadas por el uso, buzo azul embarrado a la altura de las rodillas y una camiseta negra y roja. De cerca logro identificarla: es la camiseta alternativa de River. La de la Libertadores del 2015. Alguna vez, en la espalda, tenía pegado un número 19 y el nombre de Teo Gutiérrez.

Emanuel camina tirando piedras que recoge del suelo, de los rieles que ya no sirven. Emanuel tiene 9 años y le gusta el fútbol y ser niño y medirle a los pajaritos con los cascotes de las vías.

– ¿Y el tren?

– ¿Eh?

– ¿Viste un tren alguna vez? -le pregunto.

– Sí. Anteayer vi uno grandote -dice.

Emanuel, pienso, tiene derecho a ver esos trenes que llegan. Sólo esos.