La fortuna triste del Señor Hallado

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“Es cuestión de sentarse en la galería, elegir un punto de mira diferente cada tarde o elegir el de siempre: el resultado es el mismo y a la vez es otro. Sentarse en la galería, así nomás, sin realizar ningún esfuerzo y el cuerpo se vuelve poco a poco pura mirada.

Cristina Iglesia
Mirar el campo, de “Corrientes” (2010)

 

Cuando Felipe Olivera encontró el crucifijo enredado a unas ramas, pensó en un milagro.

***

Promediaba la mañana y el sol brillaba fuerte esa primavera de 1739, cuando se dice que el hombre, que peregrinaba a Itatí, se detuvo a descansar en la zona de la desembocadura del arroyo Empedrado, donde originalmente estaba una reducción franciscana luego destruida. Cuentan que en ese lugar del pueblo viejo sintió una presencia que lo llamó a mirar hacia la copa de un árbol donde descubrió la cruz. La luz que agujereaba la fronda daba de lleno en la reliquia.

Don Felipe siguió el camino del norte y al cabo de varios días llegó a Itatí. Contó su experiencia a los sacerdotes de la Virgen, quienes además de bendecir el madero labrado, lo invitaron a construir una capilla para honrar al Cristo. Al encontrado.

El suceso caló hondo entre quienes lo supieron. Los curas de la parroquia todavía relatan por estos días que, en aquellos tiempos, los feligreses acudían al oratorio familiar para venerar al crucifijo, al que se llegaba por un camino rocoso, empedrado con material de la zona.

De tanto rezar, la gente se fue quedando, y así pasaron 87 años hasta que, en 1826, el Señor Hallado presidió la fundación del pueblo nuevo. Un año después construyeron la primera capilla. Y en 1912, el templo neogótico que alberga aún hoy la fe mayoritaria de los 15 mil empedradeños que cada 14 de septiembre le rinden culto en sus fiestas patronales.

Hasta los que se tuvieron que ir, porque sobraban, deponen su orgullo para volver y estar y ejercer su devoción.

***

Viajar a Empedrado es viajar en el tiempo más que en el espacio. Apenas 60 kilómetros la separan de la capital de Corrientes, yendo hacia el sur por el camino antiguo que hoy es la Ruta Nacional 12: unos 30 o 40 minutos en automóvil.

Es 14 de septiembre de 2017. Pasaron casi 300 años de aquel hallazgo de Olivera y más de un siglo desde que los curas con hábitos de negro eterno estructuraron la liturgia que sigue repitiéndose hoy, en medio de un gran mercado al aire libre.

***

Las fiestas son largas en los pueblos de Corrientes. En casi todos ellos. Son todo un acontecimiento.

Cualquier antropólogo haría dulce de sólo ver como conviven en un mismo territorio (alrededor de una iglesia y una plaza trazada en damero indiano), la fe heredada sin reparos de la gente sencilla, cartelería en inglés y en guaraní, chamamé en yopará, juegos criollos con animales (cuyo mayor atractivo es la carrera de sortija) y unos minions inflables donde se revuelcan sin culpa los más chiquitos. Lo que se dice sincretismo explícito.

Hay mucho comercio que riñe con las normas de la Afip. Comidas de olores y sabores varios. Jugos naturales de dudosa procedencia y conservación por su exposición a los soles ardientes de estas riberas. Bebidas de graduación alcohólica en aumento y música o ruidos. Predominan el reggaetón y la bachata.

Hay caballos enanos con aperos chapeados en alpaca para “la” foto de los niños, en la era de los smartphones. Un guitarrero que trata de entonar para él mismo canciones de misa bajo la sombra tenue de los pinos y gente de los parajes: chinas y gauchos vestidos de gala en honor al crucifijo. Pues de eso se trata últimamente.

Algunas viejitas desarrapadas, abrigadas más de la cuenta por el clima que no se decidía, dejaron por un rato -o por un día o dos- su mundo de animales y verduras para mezclarse con los puebleros. Ahí también hay un ellos y nosotros. Se miran con recelo, al punto del ojeo. Se conocen de siempre, pero igual se tantean. Con la mirada. De lejos. En silencio.

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En las fiestas patronales probablemente ocurran pocas reconciliaciones si es que hubo alguna vez un diferendo. Pero es seguro que aun al cruzarse, eventuales contendientes no harán nada si están bajo el alcance prodigioso de un santo.

Un cura me contó una vez que, para calmar la calentura de una reunión, hizo entrar al galpón a la Virgen de Itatí. Las partes en pugna, ni bien la vieron se cuadraron y persignaron y depusieron las lenguas y los dedos acusatorios.

-¡Un milagro clarito!

Ahora estamos en Empedrado, pero es lo mismo en cualquier pueblo correntino desde hace por lo menos 50 años. Por eso cuesta desatar los nudos del garguero que se tensan con cuentas del pasado. Sobre todo cuando se ven acomodadas desde siempre, en estacas de madera o de fierro, esas pelotas de nylon tipo hule, brillantes y finísimas, con tajadas multicolor, tan livianas y ordinarias como un globo, que se pinchan con las primeras patadas. Tener una de River o de Boca era tocar el cielo con las manos, más antes, cuando los celulares no eran siquiera un sueño. Ni las computadoras lo eran.

Ahora estamos en Empedrado, pero es lo mismo en cualquier pueblo correntino desde hace por lo menos 50 años. Por eso cuesta desatar los nudos del garguero que se tensan con cuentas del pasado. Sobre todo cuando se ven acomodadas desde siempre, en estacas de madera o de fierro, esas pelotas de nylon tipo hule, brillantes y finísimas, con tajadas multicolor, tan livianas y ordinarias como un globo, que se pinchan con las primeras patadas. Tener una de River o de Boca era tocar el cielo con las manos, más antes, cuando los celulares no eran siquiera un sueño. Ni las computadoras lo eran.

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– ¡Qué cosa! -digo sorprendido.

¿Habrá pensado Felipe Olivera, cuando vio la cruz colgada, que ese lugar sería después la Perla del Paraná?

¿Habrá imaginado que era posible ganarle un espacio al monte y levantar allí una mansión para el solaz de los millonarios argentinos y del mundo?

¿Habrá creído posible el peregrino que ese pueblo daría un gobernador de los mejores que recuerde Corrientes?

¿Y cuál sería su cara, por el contrario, si se enterara de que, con los años, esa tierra entregaría hijos en una larga estela de adioses por las promesas que no se cumplieron, ni se cumplen?

¿Qué pensarían, en todo caso, los hacedores del siglo pasado si vieran que la desidia sostenida ancló el mañana mejor a un presente quedo, corto de horizontes?

Tal vez Felipe Olivera sólo pensó en la fe. Que mueve montañas. O esas barrancas que veía. Que la fe persiste pese a todo.

Si lo pensó efectivamente, le asistía una certeza: Dios es más grande ahí donde no llegan el Estado ni las empresas. Las escuelas o las fábricas.

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Pero Empedrado no siempre fue un rastro. Tuvo una época mejor, inmortalizada en sepia por el alemán Roberto Gersbach: pintor, fotograbador y el primer fotógrafo de academia que se aquerenció por nuestras costas. Junto con Adolfo Mors y Wolfgang Seller constituyó la trilogía de maestros de las artes plásticas correntinas en el siglo XX.

Una placa recuerda a Gersbach en las paredes de su antigua casa en el pueblo de la calle larga, donde vivió con su mujer y sus tres hijos. Algunos de sus descendientes dan testimonio vivo de su legado. Roberto es su propio testimonio muerto. Sus huesos descansan allí, en esas tierras, desde el 17 de diciembre de 1936, como abonando la promesa que le hizo cruzar el mar.

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Empedrado empezó a escribir su historia casi con la colonización. Hay registros del siglo XVII, cuando los españoles levantaron las reducciones de Nuestra Señora de la Candelaria de Ahomá y de Santiago Sánchez, donde se encontró la cruz.

Después de mucho ir y venir, el cuatro veces gobernador de Corrientes, Pedro Ferré -dueño del sillón en el que todavía se sientan los inquilinos del poder provincial- fue autorizado a realizar la fundación del pueblo en el sitio que hoy se conoce, para lo cual le compró a Dionisio Suárez, a comienzos de 1826, un terreno de 2.500 varas en cuadro para asentar la población y sus ejidos.

El día preciso de la fundación no se conoce, pero la ley del 14 de septiembre de 1826 aprobó los actos de gobierno y al pueblo se lo denominó Capilla del Señor. Y ya no hubo mucho más que decir. Su primera escuela es de 1827. Su puerto fue habilitado al comercio en 1856, y en 1864 abrió la Municipalidad. En 1898 llegó el tren y en 1910 inauguraron la casa modelo de la Mansión de Invierno, un delirio para ricos que duró apenas tres meses.

Algo más duró el progreso que bajó de los barcos y de los vagones. De esos tiempos quedan casas con pretensiones italianizantes o historicistas.

– ¡Es una pena! -rezongo.

Empedrado fue pensado como puerto regional. Sigue teniendo una salida inmejorable al río, pero ya no hay qué llevar o qué traer.

Paradójicamente, la mayoría de los jóvenes con fuerzas y ganas se meten a embarcadizos. Son marineros en buques pesqueros que izan banderas que tal vez ni conocen, porque en su tierra no tienen ni canoas.

Los que no dan la talla de Popeyes, se van a engordar otras pobrezas en los conurbanos más prometedores de la Argentina. Salvo excepciones, es el destino de por lo menos el 33,6% de los correntinos, según el censo de 2010. Aquí no hay lugar para ellos.

– ¿Y el tren?

– El tren salió hace rato. Y le está costando volver.

***

Ni la gobernación de Fernando Piragine Niveyro pudo revertir la tendencia.

Piragine fue empedradeño y uno de los gobernadores más progresistas que conoció Corrientes. Desarrollista por convicción, durante su mandato, que duró sólo 4 años desde 1958 a 1962, se abrieron escuelas y obradores. Hizo caminos, electrificó los campos y muchas ciudades, pavimentó rutas y hasta inauguró el aeropuerto internacional de la provincia, que hoy lleva su nombre.

Pero entre otras tantas acciones, le dio al correntino su dignidad de ser, dicen quienes lo conocieron. Falleció joven, defendiendo al ya depuesto presidente Arturo Frondizi, su amigo. Murió en el Congreso Nacional. Allí mismo, el peso de su cuerpo cayó sobre una banca.

Ese mismo lastre sombrío, al parecer, hundió irremediablemente la prosperidad de Empedrado.

***

– Llovió todita la noche, pero el Señor hizo milagro -me cuenta, ferviente, la chica que atiende un comedor-rotisería-panadería-confitería detrás de la Municipalidad.

Dice que el Señor torció los pronósticos, sopló fuerte y despejó el cielo de nubes. Dejó el viento, que amablemente aplaca el calor húmedo de la siesta.

Las hamacas de la plaza están sobre el agua. El suelo ya no chupa los excesos de la lluvia y el líquido se estanca en las zanjas que dejan las frenadas. Están temporalmente inutilizadas. Por eso trabajan sin descanso, desde el mediodía, las calesitas, las sillas voladoras, el remedo de carrusel en miniatura y otros juegos mecánicos que supieron tener mejor pintura, brillo y hasta mayor seguridad.

Alrededor de la plaza, sobre las veredas que marcan su límite, se acomoda un tolderío mayoritariamente de lona verde, azul y naranja. De lejos parece una fila de acoplados. De camiones.

Hay carritos de comida: asado de tira, pollo, chorizo, chicharrón, arrollado, hamburguesa especial completa 35 pesos, empanadas, sánguche de milanesa y de jamón y queso, chipá mbocá 20 c/u, jugos, gaseosas, vino y cerveza. Ferné.

El tiempo ayuda y como aquí ya nadie volverá al trabajo, se animan a la cerveza. Es jueves. O viernes chico. Y la semana ya está perdida. Son las 3 de la tarde y la cerveza corre entonces como remedio fresco: en latas, botellas o en vasos de plástico que tragan un litro.

Para los postres: churros, pastelitos, alfajores de maicena, helados, turrón de maní, algodón de azúcar, manzanas al caramelo, golosinas. Para los más tradicionales: mate y chipá, que sirve para desayunar, almorzar, merendar y de última, para cenar.

Por momentos el viento se mueve rápido y se arremolina cerca del piso. Desparrama el humo de las parrillas y el olor humano de los que llevan un rato largo transpirando su búsqueda espiritual lejos de las duchas. También desparrama perfumes: mucho desodorante en los hombres y alguna fragancia más fresca y sofisticada en las mujeres, sobre todo las más jóvenes. Recién bañadas, están listas para ver y ser vistas.

Las señoras mayores huelen a florería. Están sentadas a la sombra de un gomero centenario en el centro de la plaza, donde se hará la misa luego de la procesión. En eso, alguien ceba un mate recién hecho, curado con burrito. El aroma es penetrante, inconfundible. Se siente a campo, a patio, a descanso, a charla. A satisfacción.

***

Parece filosóficamente contradictorio, pero es una continuidad histórica y folclórica.

Al borde de las fiestas de los santos crecen negocios de todo tipo. Y empresarios que se dedican a eso: a recorrer en caravana, pueblo por pueblo, como el viejo Víctor, un tío gitano que de tanto en tanto aparecía ofreciendo lo que tenía y lo que no, y acampaba con su clan en las anchas cunetas naturales de las rutas de la zona. Su recuerdo aparece empujado por un rencor infantil…

Camino los contornos de la plaza para ver las novedades. En principio, lo de siempre: las pelotas de tajadas de hule fino, revólveres, ballestas, arcos y flechas, accesorios para princesas, princesas, formas de silicona, peluches, guitarritas, flautas, tamborcitos. Minions, Pepapigs, Gudys y Bozlaiyiars. Cadenitas, muñequeras, relojes y marroquinería al alcance de la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Lentes y la electrónica de amplio espectro: desde los legendarios Tetris hasta calculadoras científicas; desde cargadores portátiles de celulares hasta calentadores de agua de 12 voltios para el auto.

Me detengo en algo que no sé qué es. Tiene una forma rara, como de una pequeña linterna, pero con tres patas, como si hubieran encintado tres desodorantes a bolilla. Tiene cable y puerto USB. Hay de varios colores.

– Es un masajeador -dice el vendedor con una sonrisa burlona por mi ignorancia.

Fue entonces cuando recordé a don Víctor, pues me sentí abriendo la boca, viendo los espejitos que le quería vender a mi abuelo para darle brillo al exhibidor de tablas y chapadur de su panadería.

De paso se comió una porción de pastafrola que estaba para la venta.

– Que Dios se lo pague -le dijo a mi abuela el atrevido, y no lo olvidé nunca.

***

Cuando se encienden las primeras luces ya todo el pueblo habrá cumplido con Dios, por lo que se entrega ahora a quedar bien con el diablo. La plaza es poco menos que un aquelarre. Descansan los juegos para niños y empiezan a trabajar los vendedores de ilusiones. Cumplen más que los políticos, que no es poco.

Los hay de muchas provincias, pero también los negros senegaleses que venden collares y anillos, que son una atracción en sí misma.

Niños y grandes por igual, sobre todo la gente del campo. Nadie disimula la mirada. Los escrutan como a fenómenos y hasta les desconfían, pero no pasa de ahí. Los negros conversan en su español que tropieza con los códigos de la sintaxis y entonces los autóctonos ríen aliviados. Confirman que son seres humanos.

***

Las tiendas de ropa parecen un shopping barato bajo los gazebos asegurados con soga y estacas. Están mejor surtidas que muchos negocios locales del rubro, y tienen precios de liquidación por el final de fiesta, así que hay quien aprovecha. El problema es que estamos recién en la quincena y hay que hacer rendir la plata. Nadie cobró aún.

Los que sí mercan son los empleados de la administración pública, acostumbrados a embolsillar antes de fin de mes y casi todas las semanas cuando está cerca la fecha de las elecciones, como pasa ahora en Corrientes. Hay que incentivar el voto, dicen. Y si de eso se trata, el gobierno de Corrientes que comenzó en 2001 y se juega su continuidad en 2017, no escatima. ¡De más cuida la democracia el gobernador Ricardo Colombi! Casi como si fuera propia.

Entonces se producen las ventas. Aunque primero hay muchas pasadas y después muchos precios comparados.

Si sobra algo, viene lo mejor: la lotería.

– Es la vida en ancas de la suerte -le digo a mis adentros.

– ¿Y quién pa´ sos vos para juzgarlos? -me responden.

Asiento, de nuevo, para mis adentros. Es lo que hay. ¡Claro! Si yo mismo he visto la cara de lo que falta cuando el sistema cierra la puerta y los gobiernos se esconden dentro de su infamia.

Salgo del paso preguntando cómo va y señalo el cartón.

– Un yepoque -me dice la mujer mientras se acomoda para la primera ronda. Es bajita, de rulos y está contenta. Tendrá 40 años. Tiene las uñas pintadas de oscuro.

–¿Cuánto cuesta?

–Treinta pesos.

Paga y le dan un papel despintado por el uso. Tucumán Park, dice a modo de membrete. También le dan un puñado generoso de maíz que sirve para apuntar la jugada, pero también para dar de comer, al menos por un día, a un gallo mediano tirando a grande.

En el centro del toldo, sobre estantes, se acomodan los premios.

–Fue a lo primero que le llegó la inflación -le digo a alguien. Se ríe.

Recuerdo que las loterías de los parques, incluso las de las fiestas patronales, eran un rebusque de verdad hace por lo menos 30 años en mi pueblo, que no queda muy lejos de donde estoy ahora. Una vez la vi jugar a mi madre: quería una frazada de dos plazas que estaba en el estante. Ahora veo helatodos, termolares, una licuadora, alguna juguera y no mucho más. Sí mucha guirnalda.

La escena parece de cuento, pero es tan abrumadoramente real que pone los pelos de punta.

En los apoyabrazos-cartones-maíces, los jugadores y las jugadoras tienen más concentración que un astrónomo de la Nasa descubriendo un planeta. Algunos empinan una lata de cerveza, varios fuman y cavilan, otros miran al niño cantor: un muchachón más bien entrado en años que en otra vida habrá sido locutor. Tiene buena voz y la imposta con tal profesionalismo que da pena que sólo sea para cantar números de lotería.

El bolillero es una evocación de la pobreza, y se ajusta al contexto. Es un bidón de lavandina de 2 litros, color amarillo. En góndola habrá sido un Ayudín.

El locutor lo agita, hace sonar las monedas de madera numeradas. Saca una, dice la cifra y la repite, y luego la pone en orden para controlar cuando alguien diga “basta”. Las monedas son como la falange segada de un dedo.

La mujer de los rulos pega el grito:

–¡Basta!

El chico que reparte el juego se acerca a controlar. Es morocho y tiene las puntas del pelo teñidas de amarillo. Repasa los números con el índice de la mano derecha. En la otra tiene un toco de billetes.

Siempre es así en los parques. Gente que trabaja con la plata, la muestra. Como los cambistas. La exhiben como quien oferta en vidriera. Es como si dijeran: ¡aquí está el objeto del deseo! ¡Vengan a buscarlo pué!

Efectivamente la jugada de la enrulada fue perfecta. Da un brinquito de alegría. Acaba de ganar 100 pesos.

***

El paseo sigue, despreocupado. Hay muchas parejitas jóvenes. Los novios agarran a sus novias como si fueran a escapárseles. Se tocan. Se rozan. Se besan. Se muestran. Muestran. Parece la estudiantina, pero no es.

Me pregunto cuántos de esos jóvenes son ahora o serán en adelante los devotos de Pedro Perlaitá, el soldado pasado a fusil por disputarle la mujer a un superior.

Dicen que después de muerto fue convertido en un “santón correntino”, cuya tumba celeste -por su filiación política- se encuentra en los fondos del cementerio de Empedrado y es visitada con asiduidad. Allí van los estudiantes secundarios a pedir o a agradecer, sobre todo en época de exámenes y de mal-de-amores.

Los que ahora pasean por la plaza perecen ajenos a todo eso. Uno le compra algo a la susodicha, una pavadita. Otro le paga un capricho a la nena que cuidan junto con la otra nena que ya tiene los pechos brotados. Tal vez la niña sea su cuñadita, mandada de espía por los suegros para alejar los peligros del amor urgente. Los novios son adolescentes, pero pueden asumir el costo del soborno por silencio en la rueda de la fortuna. Nombre pretensioso si los hay para una tabla de madera llena de clavos, en círculo, por donde se pasea un arco de caño que en la punta tiene una flecha de plástico recortado que unos días antes fue una botella de gaseosa.

La flecha marca los premios que son muchas cosas, pero ni todas juntas hacen una pequeña fortuna. La nena empuja el arco. Da varias vueltas veloces y de a poco se detiene. Cae sobre la punta de un triángulo de color rojo. No se sabe bien qué contiene, pero la puestera, rápida de reflejos, manda a su hijo de no más de 6 años a que entregue el premio.

– ¿Qué le doy? -consulta.

– Abrí la bolsa y dale una pulsera -ordena, casi sin mover la vista de su teléfono.

La pulsera brilla. Son unas bolitas de plástico agujereadas y ensartadas por una banda elástica que se cierra con un nudo. La niña sobornada acaba de rifar su silencio. Y a juzgar por su rostro, es consciente de que salió perdiendo.

***

La fiesta de Nuestro Señor Hallado empezó hace varios días.

En torno a la novena, rezo importantísimo en el milenario ritual católico, se fueron cumpliendo muchos asuntos públicos. Pero ninguno tan importante como los de este día, que arrancó temprano y con el tiempo amenazante.

El punto central de la mañana contó con la presencia del vicegobernador Gustavo Canteros. Fue la máxima autoridad provincial en asistir a las celebraciones, un poco por protocolo y otro poco porque estos lugares siempre son importantes bulevares cuando avanza una campaña electoral.

– Estar nuevamente en Empedrado, ingresar por esa calle cargada de historia nos trae una síntesis de lo que es Corrientes: naturaleza, historia, cultura, religiosidad -dijo Canteros asumiendo un rol bien diplomático.

Esa calle es la avenida Bartolomé Mitre. Por largos años fue la única asfaltada. Tiene 30 cuadras, que es lo que mide de largo Empedrado, desde la ruta hasta el río.

Además de decir eso, Canteros encabezó el acto cívico central: la celebración del 191º aniversario de la fundación de la localidad. En ese mismo marco y en compañía del intendente Daniel Mierez, entregaron un presente al doctor Elpidio Monzón, un destacado abogado, profesor de Derecho Procesal Penal en la Universidad del Nordeste, fuente de consulta permanente y un orador de los que quedan pocos. Hace rato vive en Capital, pero nunca se fue del todo de su Empedrado natal, que ahora lo declaró ciudadano ilustre, a sus 94 años bien cumplidos y mejor llevados.

Monzón tiene una memoria prodigiosa y puede recitar los actos de gobierno que llevó adelante como funcionario de Piragine Niveyro, muchas de las leyes que dictó o interpretó, partes de la Constitución Nacional o bien, de cabo a rabo, un poema memorable de Osvaldo Sosa Cordero:

– Hola chamigo, ¿qué tal?
– ¡Pero íporante, chamigo!
Es el típico saludo
que usamos los correntinos.

Chamigo quiere decir
literalmente: mi amigo.
Aunque en rigor de verdad
ello se halla enriquecido
de todo cuanto contiene
de fraterno, de afectivo.

El chamigo es algo más
que lo común de un amigo.
Es esa mano que estrecha
con impulso repentino.
Es la voz que en ocasiones
nos hace como de estímulo
dándole fuerza al elogio:
¡Estuviste bien, chamigo!

***

Cuando se secaron los ojos de los familiares del ilustre, la cosa siguió su rutina, es decir, la rutina de la campaña. Corrientes debe elegir gobernador el 8 de octubre. Desde esta mañana del 14 de septiembre faltan menos de 30 días y todos andan apurados. Las encuestas muestran números disímiles pero constantes en la hipótesis del empate técnico. La diferencia entre uno y otro candidato es menor al margen de error.

Competirán tres candidatos, pero en verdad el asunto está polarizado. El candidato del gobierno, Gustavo Valdés, es también el candidato de la continuidad. Por eso los anuncios en ristra.

Canteros es vicegobernador, pero aspira a repetir en el cargo y promete ahora lo que no se pudo, no se supo o no se quiso en los 16 años anteriores: la puesta en valor y refacción de dos instituciones señeras de la localidad: el Teatro Dora y el Club San Martín.

-Me comuniqué con el gobernador Colombi y puedo asegurarles lo que va a ser una realidad muy pronto aquí en Empedrado. Nuestro gobierno asume el compromiso de llevar adelante la restauración de estos edificios tan importantes para la vida de la comunidad -dijo.

Por razones obvias, tampoco se perdió la ocasión el candidato opositor “Camau” Espínola. Estuvo desde temprano en el pueblo, en el ex Hotel de Turismo, que hoy es casi un ex hotel. Como muchas cosas en Empedrado, lo que hoy se ve es lo que fue.

Espínola y los máximos referentes de su frente Podemos Más, presentaron el programa “Corrientes Conectada” que permitirá, según dicen, extender el servicio de internet a toda la provincia.

– El futuro nos espera y debemos estar preparados, por eso hemos generado un programa de conectividad que abarca todo el territorio provincial para garantizar que la gente pueda acceder a internet y simplificar sus actividades laborales y estudiantiles -dijo.

Después presidió un acto partidario y más tarde participó de la procesión por las calles del pueblo. No se lo vio rezar, pero sí canjear un apretón de manos, un beso o una selfi por la posibilidad de un voto. Tal vez fue a pedirle eso al Señor Hallado. Que le preste el gobierno. Total, lo último que se pierde es la esperanza.

***

Los preparativos llevan varios días, pero se intensifican en las horas finales, antes de la procesión. La limpieza y el hermoseado del templo, la contratación del sonido, la invitación a las autoridades y personalidades, la organización de la caminata, de la misa posterior, la distribución de los conjuntos musicales y la selección de los maestros de ceremonia, que debe hacerse con más tacto que la elección de un pontífice.

Pero de todos esos prolegómenos me impacta el cariño que le dispensa una gringa, de pelo largo trenzado, a la cabellera rubia de un alazán que tirará el carretón de carga sobre el que irá la reliquia encontrada por Felipe Olivera, o una réplica. El pelo canela del animal brilla… goza del peinado de la crina que al final quedará como una red.

La carreta de madera barnizada, espléndida, tiene un arco de alambre revestido de flores: rosas púrpuras y gerberas y gipsófilas y algunas hojas y ramas verdes.

– Algo hicieron bien los españoles -me digo a mí mismo, mientras reparo que con sus variaciones, pequeñas o grandes, estas fiestas religiosas-populares se repiten en cada pueblo conquistado hace más de cinco siglos. De hecho, hay otro Señor Hallado, muy parecido en todo, incluso en su historia, que se venera en Santiago del Estero.

Es tan grande la devoción, que la gente reunida en este caso en Empedrado viene de los alrededores de la iglesia, pero también del campo y de otras localidades. Vienen por el Señor Hallado, pero también a ratificar la amistad de ese Cristo con sus propios patronos, a los que visten con lo que tienen para que den su paseo, así sea en una ermita diminuta de machimbre mal cortado.

***

Hay muchas familias entregadas con fervor a sus propios santos y vírgenes. Alargan la procesión del hijo de Dios aparecido.

Al costado del altar montado en el centro de la plaza, donde se hará la misa, hay varias mesas en fila, con manteles blancos, donde luego se apoyarán esas imágenes. Primero entran al templo, después salen y se acomodan entre el gentío. Algunas se llevan de a uno. Las reliquias más grandes, de a dos o de a cuatro, en andas, sujetando las agarraderas de los pasos-procesionales.

En la iglesia hay para ver y sentir. Gente de todas las edades y procedencias. Adultos que se persignan con solemnidad doliente y jóvenes indiferentes que están allí por otros apremios. Uno se acerca al vidrio de un postigo y se acomoda la enorme gorra tipo Alex Caniggia, para recién después ir al encuentro de su chica que está lista, esperando en el atrio, para dar una caminata de seis cuadras, con mucha gente alrededor, escuchando música sacra. Versión local, tirando a cumbia.

Policías vestidos de gala le hacen cordón y guardia al Dios del palo santo. Prefectos lo llevan. Los “canas” de uniforme diario están para actuar entre los mortales.

Algunas maestras se identifican con sus guardapolvos. Están allí para cumplir con su fe. Y cumplen, fuera de horario, con una aplicación que no le ponen a la currícula -sospecho de puro malvado. Me retracto y pido perdón por mis malos pensamientos. Salgo del templo y veo que la gente está esperando. Quieren ver salir la casita de vidrio con la Cruz de Olivera para empezar la procesión. Mientras, alguien reza. El rezo se reproduce fuerte por el equipo de sonido.

Jóvenes y no tanto, apuran la cerveza como si fuera necesario tomar coraje para pechar las tentaciones. Algunos pagueros se encaraman con los puebleros. Se ubican en los márgenes para caminar, despacito, como sus sueños. Otros tantos harán su ofrenda a caballo.

Los jinetes esperan al costado de la iglesia. Son los que cierran la marcha. Hay mucho olor a bosta. De caballos y también de humanos, porque la humedad de la lluvia se levanta con el sol radiante de las 4 de la tarde. Y no es un buen plan, por lo tanto, tener la necesidad de ocupar un baño químico o el que presta la parroquia.

Una cinta de nylon blanco que dice “peligro” en negro y se resalta con vivos rojos, atada a dos caballetes, intenta ser una barrera de contención para los equinos. La espera desespera, pero no queda otra. Un inspector de tránsito se ubica frente a la cinta para evitar adelantamientos.

Una compañera de la Muni se le acerca y le chucea:

– Che… ¡Ninguno tiene casco, eh! ¡A ver si le hacés la multa!

***

La procesión inicia con intenciones que se leen. Presto atención a una que no viene del cielo.

-Te pedimos Señor por la reconciliación del pueblo argentino -dice la señora que habla por micrófono y suena como la voz de un estadio. Recuerdo entonces lo que había dicho un cura alguna vez, refiriéndose a estas cosas:

–El pueblo habla a través de sus fiestas.

Y ahora, al parecer, está hablando de la grieta.

***

Las intenciones se intercalan con cantos que se escuchan como lamento. Como si hiciera falta angustia para hacer más vívida la eucaristía.

Cuando se alegra la cosa, al promediar la caminata, caigo en la cuenta de que la fiesta está siendo animada desde la plaza y que todos pueden seguir ese acontecer gracias a la tecnología. La empresa contratada para la ocasión está funcionando con enlaces satelitales, o de radio, que sirven perfectamente para unificar el sonido. Un lujo de la técnica puesta al servicio de Dios.

Un coro trata de entonar todas las canciones que apenas practicaron. En las misas habituales sólo se necesitan unas cuantas, pero ahora se alarga la peregrinación y hay que sostener bien arriba el ánimo de los clientes de Cristo.

Un trío de mujeres, que serían simpáticas abuelas cuentacuentos, en el costado opuesto al del coro, cantan entusiastas, como en trance. Hacen palmas, se mueven, hacen como que bailan, y además de entonar -o algo por el estilo-, gesticulan como mimos, con la idea, supongo, de contagiar a las personas que por algún impedimento no están en la calle y esperan sentadas que empiece la misa tras la llegada del crucifijo, de los curas, del resto de las imágenes y de los montados.

***

El sol alumbra fuerte todavía, pero por las dudas, en los altos del presbiterio al aire libre que armaron en la plaza, pegado al busto de Pedro Ferré, hay una pantalla gigante y una torre con luces de colores, más de calefón que de biblia, que no obstante sirve para “crear ambiente”. De noche quedan muy lindas esas luces, sobre todo cuando sus haces reflejan los troncos del gomero, de los pinos y cipreses que hay en esta plaza, la segunda viniendo desde la ruta.

También hay dos mujeres que conducen la previa de la celebración eucarística. Una de ellas lleva la batuta. Sobresale por el empeño que le pone a la lectura de esas líneas que le dan un estrellato de ocasión, pero también por la violencia con la que baja el micrófono de la otra cuando se mete a decir lo que no debe, lo que en el libreto dice que le corresponde decir sólo a la de la batuta.

-Una escena llena de codazos entre comadres, digna de un cuento de Luis Landriscina -me digo a mí mismo. Y en eso llega la gente y se anuncia la muerte y se proclama la resurrección.

***

Cambian los maestros de ceremonia, aparecen los curas de la Orden de Clérigos Regulares Teatinos que dirigen la parroquia del Señor Hallado desde 2005. No vino el obispo hoy. El sonidista pone cuatro micrófonos adelante del altar. Suben y se acomodan allí cuatro gauchos: bota y pañuelo negro, bombacha y chaqueta blanca, poncho salteño. Parecen Los Chalchaleros, pero no suenan igual. Siento que cantan para sí mismos:

-Seeeeñor, ten pieeedad, de nosooootros.

Una viejita, con cara de susto, sigue el espectáculo, pero de lejos. Parece escondida debajo de un árbol…

-Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres -dicen “Los Chalchas” de la misa criolla, mientras los chicos juegan sin cuidado por entre la tropilla que no termina de ubicarse.

-Hasta los caballos dejan de ser un peligro… ¿Será otro prodigio del Cristo? -escribo en mi libreta. En ese momento lo creo.

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Nos vamos con Marcos -el fotógrafo que me acompaña-, por donde nunca vinimos: una calle larga, de tierra, poceada, con barro chirle por la lluvia del día anterior, que nos saca río arriba del pueblo rumbo a la ruta y de ahí a Corrientes Capital. Ahí veo las casas que contó Selva Almada:

Casas particulares de la época de la colonia con galerías sostenidas por postes gruesos, el ladrillo ganado por los yuyos aéreos y las telarañas espesas. Casas de puertas macizas, sin cerradura, aseguradas con una cadena y un candado para mantener afuera a los intrusos.

Las veredas angostas y elevadas de estas casas de 200 años obligan a subir y bajar cuando se intercalan, en la misma cuadra, con casas más nuevas. Estas casas bicentenarias y medio derruidas están habitadas por personas pobres que no pueden darles la vida de patrimonio histórico que merecen. Algunas tienen carteles de venta. El día que se vendan seguramente serán derribadas para construir en su lugar casas modernas o pequeños dormideros para turistas.

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Pensando en ello me pregunto otra vez lo que no puedo responderme desde niño: desde cuando vi por primera vez una casona de frente gigante, puerta de dos hojas con tableros labrados, ventanales con postigos flacos pero altos, y en la carga del techo, detalles descubiertos con unas columnitas que de grande supe que se llaman balaustres.

¿Qué habrán pensado esas familias? ¿Cómo llegaron a vivir 200, 100 años atrás, en barrios que aún hoy pueblan los suburbios geográficos, pero también los otros márgenes?

Con el pecho hundido y los ojos aguados por el recuerdo, veo otra cruz clavada en un altar de basalto y concreto. Recuerda una batalla perdida. Una de las tantas: Rincón de Vences. Y al cura Brochero. Está frente a la parada del Ferrocarril Urquiza.

Cruzando la calle, el cartel de la vieja estación anuncia a Empedrado. Es una casa de dos aguas. Una escurre hacia un fondo de gomeros, lapachos, pinos y ambaî, cuyas hojas sirven para aflojar catarros. La otra cae hacia adelante y termina en la galería del andén, sostenida todavía sobre postes de quebracho cepillado. El techo es de teja alicantina cubierta de musgo.

En ese tramo los durmientes parecen intactos. Falta piedra en algunos tramos, pero está bien, al menos para saber cómo fue alguna vez.

De lejos, por las vías, se ve un pibe que se acerca. Zapatillas negras gastadas por el uso, buzo azul embarrado a la altura de las rodillas y una camiseta negra y roja. De cerca logro identificarla: es la camiseta alternativa de River. La de la Libertadores del 2015. Alguna vez, en la espalda, tenía pegado un número 19 y el nombre de Teo Gutiérrez.

Emanuel camina tirando piedras que recoge del suelo, de los rieles que ya no sirven. Emanuel tiene 9 años y le gusta el fútbol y ser niño y medirle a los pajaritos con los cascotes de las vías.

– ¿Y el tren?

– ¿Eh?

– ¿Viste un tren alguna vez? -le pregunto.

– Sí. Anteayer vi uno grandote -dice.

Emanuel, pienso, tiene derecho a ver esos trenes que llegan. Sólo esos.

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About the author: Eduardo Ledesma

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