Misa de domingo en Itatí

¡Están todos detenidos! -exclamó en medio de la sacristía de la basílica un hombre de canas, pantalón y camisa, cuando apenas terminaba la celebración de las 9.30.
-¿Puede alguien irrumpir así en un lugar sagrado para arreglar cuestiones de otras dependencias? -me pregunto estando allí, casi sin querer.
Por una fracción de segundo, el silencio incómodo fue más agobiante que el murmullo de las 3 mil personas que estaban yéndose en paz después de haber dado gracias al Señor.
Alguien empezó a reír y dio paso a la carcajada en coro de una media docena de itateños entrados en edad que se libraban de sus estolas bajo las cuales fungieron, minutos antes, de ministros de la Eucaristía. Fue ese el drástico final del trance: un desahogo chistoso para descomprimir la peor semana de un pueblo que cuenta su historia por 4 ó 5 siglos.
Toda el agua de río que ha pasado por sus costas desde entonces hasta hoy, lavó en un santiamén el arraigo preponderante de la fe -aun con sus llagas y miserias-, por la urgencia de los nuevos profetas políticos y mediáticos, locales y de los otros, que blandiendo una bula interesada y coyuntural, renombraron al viejo puerto de Fray Luis Bolaños como la capital narco del norte argentino.
“Están todos detenidos” es el nombre de un premonitorio chamamé del Trío Laurel, escrito hace tanto y confirmado diariamente como universal. ¡Cayeron todos! Y por eso la risa del desahogo bien puede estar negando el llanto.

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En Itatí apenas son las 9 de la mañana de un domingo pre-otoñal, de sol brillante, intenso pero amable. Muchos turistas-peregrinos estiran las piernas brevemente en la zona de descanso y compras que se levanta justo en el medio del triángulo que conforma, en ese punto de Corrientes, la intersección de las rutas nacional 12 y provincial 20.
Destino final: Basílica Menor de Itatí.
Objetivo: escuchar a los curas que darían misas durante el primer domingo posterior a la hecatombe institucional que empezó visibilizándose desde los púlpitos y acabó en una redada de Gendarmería que dejó al pueblo sin intendente, sin vice, sin comisario e incluso sin un par de agentes locales y otros tantos federales; sin una decena de pobladores comunes y hasta sin un vendedor de la calle. Son ellos, dicen, un par de capos y varios pares de perejiles, supuestamente jefes y soldados narco; efectivamente detenidos; celerísima y públicamente condenados.
Estrategia: ver, escuchar y oler.
Territorio: el centro, la zona turística-religiosa que rodea al portentoso templo que empezó a construirse en 1938, pero también los márgenes. Desde el frigo-negocio barrial que regentea Salvador Lugo, el carnicero y capataz de cuadrilla convertido en intendente, hasta los callejones que se abren como venas en el barrio Yvyraî: ese allá ité donde la noche poriajú, detenida en el tiempo por conjuros de la poesía, cambió las penas de siempre por la alegría de un rato que se edifica sobre el tesoro fácil de la droga.
-Este es el Yvyraî. Como ves, es un barrio de ladrilleros -apunta el baqueano.
-De ladrillos de construcción -aclara y se sonroja.

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Suena la última campanada, lejano legado del “Nati” que magistralmente describió “Cacho” González Vedoya.
Los peregrinos siguen llegando. La nave central de la basílica está llena de gente. Algunas melodías que se propalan por modernas torres de sonido remedan a los órganos tubulares de las viejas catedrales cristianas. La música se interrumpe con algún anuncio parroquial. Algún feligrés aún trata de acomodarse. Entra a la casa de María: se arrodilla, se persigna, camina unos metros y toca un Cristo de yeso, color carne, descascarado por tanto tacto.
De luto eterno y mohín de angustia desgarrada, la Virgen de los Dolores vigila el paso de los hombres y mujeres. Suena una guitarra, canta un coro. Los creyentes se ponen de pie. Desde el frente del templo avanzan los ministros y el sacerdote paraguayo Derlis Sosa. Dos chicas, apenas púberes, hacen de maestras de ceremonia. Comienza la misa.
La feligresía, una masa variopinta de nativos y foráneos, escucha los relatos bíblicos. Rezan, pero también van y vienen, atienden chicos, hablan con los santos, hacen la señal de la cruz ante cada imagen y se toman fotografías. Cámaras o celulares, no importa: lo trascendente es la constancia de haber estado con la Virgen. Prueba de fe y documento del peregrinaje. Una apoteosis de la “selfi” católica.
Otros, mientras tanto, aprovechan para cumplir necesidades menos espirituales. O para despabilarse con los chorros fríos del agua eterna que brota de las canillas de una de las paredes exteriores del templo. Llevan botellas descartables llenas de esa agua o de otra que consiguen en el atrio de la iglesia. Por unos pocos billetes -jura una mujer- ese líquido será, mientras dure, un manantial bendito.
Al mismo tiempo hay gente que paga o pide. Que ora en silencio, a veces en voz baja, como la madre que desgrana un rosario haciendo dueto con su hija adolescente en lo alto del presbiterio.
-Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre -se dicen entre sí en el último banco de la Recámara de la Virgen. Es un lugar de intimidad, de confesión sin intermediarios.
Es también el testimonio de viejos tiempos. Es la imagen ancestral de las reducciones indígenas venerando a esa figura de nogal y timbó pytá a la espera de sus milagros. Es la práctica de la fe en gerundio. La gente está ahí rezando. Esperando tal vez la confirmación de que la presencia de la Virgen, en ese sacro lugar, no puede ser en vano.

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Los chicos y chicas, medianos y grandes del Cotolengo Don Orione están adelante. Oyen la misa, interactúan entre ellos, con el sacerdote cuando éste los alude.
Al costado izquierdo de la basílica los curas confiesan. En la nave derecha que diseñó el arquitecto Felipe Bergamini y construyó el ingeniero Pedro Azzano, la imagen peregrina de María. Al lado, San Jorge, San Roque, Nuestra Señora del Rosario. Réplicas duplicadas de San José, que está celebrando su día. En eso el padre Derlis pone el foco sobre “los que caminamos por cualquier lado por situaciones de la vida”.
Acababa de leer “la palabra” desde el ambón de mármol blanco. Los creyentes, desde una pantalla gigante desaprovechada por desajustes técnicos relacionados con el contraste. Dice el padre que “Jesús siempre nos va a esperar”, aunque andemos más o menos “raros”, desviados.
Fue la única referencia al gran tema de conversación en Itatí, del que también participan los peregrinos. Pero no se quedó allí. Terminada la celebración y aún con su alba blanca y casulla morada de domingo de Cuaresma, Derlis Sosa negó que haya un pacto de silencio entre los sacerdotes después de las denuncias hacia los traficantes e incluso tras las supuestas amenazas recibidas.
-Desde hace muchos años se denuncian esas situaciones -aclara el sacerdote, y tiene razón: las primeras homilías que apuntaban al narcotráfico encuentran registros ya en el año 2002.
-Hasta cuándo Itatí deberá cargar con el humillante título de ser un pueblo donde el contrabando y el narcotráfico se dan a todas horas del día -preguntó entonces el padre Juan Ramón Molina.
-La droga es una realidad instalada en nuestros pueblos y parajes -afirmó en diciembre de 2013 el arzobispo de Corrientes, monseñor Andrés Stanovnik.
-Itatí ha tenido el comercio ilegal hace muchos años. Antes era cruzar cigarrillos, pero ahora es la marihuana -le dijo a un diario el ex rector de la Basílica, Omar Cadenini, el año pasado.
-Por eso hay que ayudar a todos, ya que como pastores tenemos que animar al pueblo a que siga caminando. Aunque no nos escuchen la Iglesia va a seguir denunciando todo lo que arruina la vida -remarcó el padre Sosa hace apenas un domingo.

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A los vecinos de Itatí los está arruinando la droga, está claro. Pero también la claraboya de acceso que es la pobreza, la falta de oportunidades, de trabajo. La inexistencia de un futuro, que encima les cuesta el triple a los que deciden alcanzarlo por la vía del trabajo honesto.
Se cree que por sus costas ingresaron, sólo en el último año, al menos 15 toneladas de marihuana que luego se distribuyeron a 7 provincias argentinas.
La venta de un porro a un menor de 9 años en la Villa Zavaleta, límite de los barrios porteños de Barracas y Nueva Pompeya, dio inicio en mayo de 2014 a la investigación que concluyó el pasado martes 14 de marzo de 2017 con la detención del intendente Natividad “Roger” Terán; su viceintendente Fabio Adrián Aquino; con la del comisario condecorado del pueblo, Diego Ocampo Alvarenga y dos de sus subalternos: el sargento Mario Molina y la cabo Gabriela Quintana. También fueron detenidos Rubén Ferreyra, subcomisario de la Federal; Carlos López, sargento de la Federal, y Fernando Alcaraz, segundo comandante de Gendarmería. La lista la completan un abogado y otras 16 personas.
Están sindicados como integrantes de distinta jerarquía de una banda narco de tres cabezas. Una que operaba desde la cárcel y otras dos que todavía están prófugas, como otros 12 líderes de la red.

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La trama novelesca de la redada sirve en bandeja el menú de la generalización: que haya caído el intendente; anteriormente su hija y su yerno; el viceintendente y unos días antes su reincidente hermano; la hermana de una concejal en funciones; el comisario y dos de sus ayudantes, un abogado, dos federales y un gendarme; que esté prófugo un empleado comunal que además parece que es uno de los dueños del negocio; que hayan caído unos cuantos “perejiles” de la “sociedad civil” y hasta un vendedor ambulante de licuados, facilita a los opinadores el argumento de que en Itatí todos son narcotraficantes.
A juzgar por las condiciones generales de vida de las 6.562 personas censadas en 2010 y que viven en ese municipio de la provincia de Corrientes, son los narcos más pobres del país.
De todas maneras, la prosperidad parece abrazar a algunos: son los depositarios de una pujanza sospechosa que no invierte en ladrillos sino en concesionarias. Es curiosa la densidad de camionetas 4 x 4 que todavía están estacionadas en Itatí esperando que alguien las encienda. E impresionante la flota de vehículos secuestrados en el marco del megaoperativo denominado Sapucay.
En total y según consta en los expedientes judiciales, la banda de Itatí fue desbaratada por el despliegue de 670 gendarmes que concretaron 47 allanamientos, 32 de los cuales se hicieron en Itatí. De allí se secuestraron 26 autos (algunos de alta gama), 21 camionetas, 3 lanchas, 2 camiones y 18 motos. Asimismo, encontraron armas de diferentes calibres: escopetas, rifles, pistolas y revólveres. Nada mal.

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Estos buenos muchachos y chicas operaban desde el barrio Yvyraî (que en guaraní significa “el agua de la arboleda”) y de ahí río abajo hacia Ensenada y arriba hacia Yahapé. Camuflaron fácilmente sus fechorías por las condiciones geográficas sin control y por la fragilidad social de los pobladores.
Más tarde, cuando ya tuvieron dinero suficiente para corromper el resto de las estructuras y llegaron al Estado que les facilitó protección, la banda del tráfico achicó los gastos y maximizó las utilidades.
El Yvyraî, el barrio Pies Juntos y su zona de influencia, el barrio Mangaruguá, constituyen la fortaleza narco de Itatí. Ranchos de palo y chapas de cartón, a veces de zinc. Caminos de polvo que se convierten en barriales aun si escupe un loro, dada la humedad reinante y consecuente en una zona de ribera. Picadas y montes que pueden esconder casi cualquier cosa. Obstáculos naturales de tacuaras, palmas, mangos, lapachos, espinillos, pichanas y enredaderas. Alambrados, pastizales y roca de basalto erosionada. Arena.
Andando por allí, un vehículo se zarandea por la huella seca del sendero. Una niña de no más de 10 años se cruza. Short y remera, pelo suelto, descalza. Trae consigo una bolsa de pan. Alguien atiende a alguien en lo que alguna vez será una vereda. La calle se termina. El majestuoso e insondable río se presenta como siempre lo hizo desde los siglos de los siglos: picado y brillante, marrón de lejos, claro en la costa.
Hay un corte abrupto en la vegetación, en un recodo del monte:
-Es una bajada de lancha. Eso lo mandó a hacer uno de los capos narco -afirma suelto de cuerpo el guía.
Dobla, saluda a algunas personas y responde con evasivas a la pregunta:
-¿Qué andás haciendo por acá?
-Nada, ando de paseo con unos compinches. ¡Nos vemos!

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“Compinche” es una ambigüedad que va desde conocido hasta periodistas en busca de los secretos del contrabando que derivó en tráfico ilegal de estupefacientes. Por eso, quien pregunta desde la costa del Paraná no parece muy convencido. Está pescando y puede que en verdad lo haga, pero también puede ser un chajá o uno de los tantos “matones” de los capos (aunque en realidad asuste más su mediocridad actoral que sus actitudes de tigre agazapado).
El chajá de Itatí no es un ave de zonas bajas y monógamo que vive con su pareja hasta la muerte. Tampoco la muchacha de la leyenda guaraní que lavaba ropa en la orilla y le negó agua a Jesús, por lo que fue convertida luego en un pájaro de graznido en fuga. Se parecen más a los avisadores del indio Yaguaty, según la leyenda uruguaya, listos para advertir la presencia de los blancos. En esta región y en este contexto, blancos son los prefectos y gendarmes, en todas las acepciones de la palabra.
Los matones son en realidad patovicas mal alimentados que no infunden mayor temor salvo que uno fuera mosquito. Si picás, morís. Los identifica su teléfono de la era pre-smart: los famosos Nokia 1100, que al decir de los que saben, “anda hasta abajo del agua”.
El dato no es menor: debe servir para “avisar” alguna “emergencia”, se esté en una zona con cobertura, en el medio del río o en una isla, donde no hay más compañía que la de las alimañas. Esos aparatos deben dar respuestas sin titubeos en esta zona de frontera, donde las telefónicas argentinas y paraguayas se disputan la efectividad de su desidia.

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El ambiente igual se puso espeso, porque el guía hacía su trabajo y llevó la camioneta hasta el garaje mismo de una de las casas cuya propiedad le atribuyen a uno de los líderes de la banda que cayó en Itatí.
Se trata de un chalet más bien discreto pero que sobresale cual mansión en medio del pobrerío de ese territorio de vegetación y barrancos. Controla desde su patio un envidiable panorama del río, la isla e incluso la costa paraguaya que está a un puñado de minutos andando en una lancha potente. ¿Parece una fortaleza? No. Es un mangrullo con aire acondicionado en el que vive -asegura el lazarillo- uno de los peces gordos cuando no anda nadando en las aguas que fluyen en el jardín frontal de su propiedad o cuando no está a la sombra del calabozo, como es el caso por estas horas.
En eso estábamos cuando un pozo nos volvió a la realidad del momento. Y el temor se apoderó de nosotros: chofer, tres periodistas.
No por las miradas de los vigías a sueldo ni por las voces supuestamente amistosas de los supuestos pescadores que supuestamente pescaban en la costa de la casa que supuestamente es un aguantadero narco. Más bien por la muñeca del chofer que debía salir de allí a paso de hombre, con el vehículo marcha atrás y calculando a ojo las imágenes que le devolvían los espejos retrovisores: de un lado los tejidos, muros y cercos de palo, y del otro, a centímetros de las ruedas, el mismo precipicio. Y no es una metáfora.

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Tampoco fue una construcción conceptual el descabezamiento institucional de Itatí, que tiene consecuencias en varios niveles. Ese pueblo se quedó realmente sin sus autoridades y si bien los “sobrevivientes” de la razia apelaron a la Constitución y a la ley para dar continuidad administrativa a su Comuna, hoy son presa de presiones de todo tipo.
El Gobierno Nacional encarceló a funcionarios cómplices y en ese hecho histórico que no registra antecedentes inmediatos, sustenta un éxito político: Cambiemos, el sello electoral del presidente Mauricio Macri, es ahora poco menos que el escudo norte de Argentina. Antes allí había un colador, sostiene la nueva partitura oficial.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich -que administró los dividendos del logro- marró en varios puntos cruciales su relato de los acontecimientos, pero dejó sin sobresaltos el estigma: Natividad “Roger” Terán es un intendente del Frente para la Victoria. Justo en Itatí, justo en Corrientes, justo en un año electoral.
El Gobierno de Corrientes, en tanto, y su lugarteniente Ricardo Colombi, que en principio dijo no haber visto nada, después viró su discurso hacia aquello de que “algo sabíamos” porque alguien había denunciado, pero Nación nos desprotegió en la frontera. Más adelante fue eso de que “sabíamos, pero no lo de Terán”. Una versión renovada de un viejo hit del colombismo: la culpa siempre será de otro. O de otra.
En la Legislatura, sus aliados políticos e incluso sus legisladores alentaron una intervención al municipio enancados en la falacia lógica que expuso la presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Laura Vischi:
-O acompañan la intervención de Itatí o van a ser cómplices -dijo por radio, y su voz se propaló por los parlantes de la estructura comunicacional oficial. No le hicieron caso.

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Pese a todo ello, en Itatí transcurren días de “normalidad”:
-Yo tengo 27 años y con todo lo que están diciendo, lo único que hacen es ensuciar al pueblo y a la Virgencita -dice una agente de la Policía de Corrientes que mira televisión mientras hace guardia en la comisaría.
La dependencia está en remodelación y ampliación, por eso tal vez no se toman el tiempo de limpiar las paredes y techos de la recepción, que más parece un nido de arañas y de avispas que una base castrense. Desde el frente, desde esa misma sala de guardia pintada de verde y celeste, mirando en dirección al patio, se puede ver, a lo lejos, el reflejo celeste del Paraná: tajo en la tierra por donde se filtran las lanchas de los pacotilleros de marihuana.
-La verdad es que nosotros no tenemos información de lo que está pasando. Yo no soy de acá, vine porque me trasladaron para empezar la normalización de la dependencia -agrega el comisario mayor Oscar González, interino en Itatí, ya reemplazado.
-¿Pero usted qué opinión tiene de lo sucedido con el comisario Ocampo Alvarenga?
-La verdad que no sólo la comisaría sino toda la institución sintió el impacto de su detención.
-¿Y qué van a hacer ahora?
-Nosotros seguimos trabajando, estamos haciendo operativos. Ayer vinieron los concejales para coordinar tareas.
-Comisario, pero acá actúan como que no pasa nada y hay 25 detenidos…
-La verdad es que no todo lo que dicen es cierto. Pero no todo es mentira.
Es una suerte que al menos lo diga.

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Queda claro que una cosa es exagerar y otra distinta es mentir. Itatí sigue siendo una capital de fe, pero también es víctima de lo que el gobernador Ricardo Colombi nombra con el genérico de frontera caliente. Un territorio costero desprotegido, como el de Ituzaingó, Itá Ibaté o Paso de la Patria, pero que se extiende en realidad desde Posadas hasta la capital de Corrientes por la zona norte y desde Virasoro a Mocoretá por la zona este. Son en total más de 700 kilómetros lineales de frontera con Paraguay, Brasil y Uruguay que deben controlar -a juzgar por las quejas- efectivos mal formados y peor equipados.
Por ese enorme corredor líquido que debiera ser un límite, antes entraban ropas, vajillas y electrodomésticos. Después pasaban cigarrillos de distintas marcas, primero Ritz y más tarde Rodeo. Más acá en el tiempo la transa viene siendo con Cannabis sativa, pero en el negocio también se cuela algún que otro juguete para grandes y chicos. He allí otro argumento para los que un poco en broma y otro poco en serio trazan los paralelos con el poderío que supo construir Pablo Emilio Escobar Gaviria recorriendo ese mismo camino: primero contrabando, después narcotráfico.
-Nosotros no somos Medellín ni México -se quejó por televisión el gobernador Colombi. Pero no pudo responder con solvencia qué hizo, en 16 años, para que Itatí no sea lo de hoy. No sólo para contener la droga, sino para contener a la gente que lo único que conoce del Gobierno son patrulleros y ambulancias.
Es en ese punto donde se mezclan las cosas y la política muestra su peor cara. Hay argumentos para cualquier cosa. Y contradicciones. Colombi nunca estuvo tan contra las cuerdas como esta semana que pasó. Tuvo casi un destino paralelo al de Itatí.
El doctor Horacio Ricardo, gobernador de Corrientes desde 2001, no puede explicar bien cómo es que no sabía que en Itatí había lo que se descubrió ahora, que además parece ser sólo una parte de lo que hay en la Justicia. Desconoció a Terán pero también a la gente del pueblo.
Justo él, que hizo de la autodeterminación una razón de vida y una bandera proselitista cuando se trataba de los atropellos del kirchnerismo, el lunes, ante Santiago Del Moro, el nuevo divo de la pantalla política argentina, jaqueó la inteligencia de las 2.644 personas que votaron por “Roger” en 2013.
-Se habrán equivocado -dijo como al pasar.
Puestos a pensar en esa línea, ¿no se habrán equivocado también las 286.821 personas que votaron por él en ese entonces, dándole por tercera vez las riendas de la provincia? ¡Claro que no!

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Itatí está en boca de todos. No por la belleza de sus costas o labios de agua que los originarios llamaron tembeî. Ni por su pasado de piedra y cal borrado por el tiempo y la fuerza de las aguas. Ni por su historia que comienza a mediados del 1300, según afirman ciertas teorías apoyándose en descubrimientos arqueológicos que dan cuenta de la avanzada técnica alfarera que desarrollaron los indios de Yaguarón. Ni por la fe, esa primera virtud que últimamente cotiza en baja. Está en boca de todos por la droga.
Ese todos incluye al presidente Macri, que tocó el tema en una cena televisada con Mirtha Legrand, la jefa inoxidable de los comedores que devino en personificación de la talla moral del periodismo argentino:
Mirtha Legrand: -El tema droga, Mauricio…
Mauricio Macri: –Bueno, el tema droga es otro de los cambios que ha habido en la Argentina. ¿Viste lo de Itatí? Lo de Itatí existía…
ML: -Ah sí, lo de Itatí, no te había entendido. Terrible, ¡es un horror!
MM: -Bueno ¡pero todo el mundo sabía y nadie hacía nada!
ML: -Nadie hacía nada.
MM: -¿Por qué? Porque había complicidad. El cambio trajo esto, la verdad…
ML: -Ahí es donde está la Virgen de Itatí, en Corrientes, que es tan amada.
MM: -Hace años que están estos tipos. Los curas decían, hace cuánto tiempo, este pueblo está tomado por los narcos. Acá había complicidad e inacción…
-Eso nos hace daño -interrumpe Pocho Roch, hablando por teléfono.
Gonzalo del Corazón de Jesús Roch es un hijo importante de la localidad que -como tantos- tuvo que irse un día. Es un vecino ilustre a fuerza de la poesía que hizo volar con las alas de su música, pero también un historiador de nota, un cronista documentado de su lugar y su gente, y dueño de una calidez personal que, por religiosa, a veces parece mística.
-Hay muchas personas que vienen, se meten en esas cosas y nos corrompen. Pero en Itatí hay mucha gente buena que no tiene la culpa de que un grupo de bandidos se haya apoderado de sus calles -agrega.

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Ciertamente, bandidos hay en todos lados. Y en el pequeño pueblo de la Virgen hoy todos se desconfían. Se miran cautos y aún más, observan con recelo cuando un poblador dialoga con la visita. Parecen una masa de espías, aunque eso no sea más que otra de las tantas exageraciones. Puro prejuicio.
-Ojalá que cambie la situación -ruega una señora que hace 35 años trabaja en la secretaría de la Basílica.
-Siempre escuchamos a los padres denunciar este flagelo. Queremos que no nos metan a todos en la misma bolsa. Toda esta situación nos cayó muy mal, pero por otro lado sirvió para destapar lo que estaba ocurriendo -argumenta.
-Queremos que la droga no siga avanzando sobre los jóvenes, porque es un gran riesgo. Mis hijos se tuvieron que ir por falta de oportunidades. Los otros se quedan. Y hay también chicos sin mamá y sin papá por culpa de la droga. Pidió reservar su nombre, para no ser como el mosquito. El temor es un catalizador del silencio.
Juliana sí quiere hablar. Es una enfermera jubilada que ahora dedica su tiempo a servir a la Virgen.
-Escuchamos lo que pasa, pero no vemos nada -dice.
-Antes yo creo que pasaba la droga, pero ahora se queda por acá. Los chicos fuman a cualquier hora -agrega, recordando haber visto lo que antes negó.
Es un sentido común local: ver a los chicos enfermos, pero no a los mafiosos que los enferman.
Igualmente confía en las fuerzas de seguridad, pero duda de que a Salvador Lugo -carnicero, jefe de jornaleros, hombre de iglesia, esposo de Mirta, padre, abuelo, concejal liberal y ahora también intendente interino- lo dejen hacer lo que debe.
-No tiene formación para ser intendente. Ojalá que lo asesoren bien -pide después de juzgar a su vecino con la severidad de los pueblos chicos.
Casi en la misma línea, los radicales acusan a los peronistas de narcotraficantes en el peor de los casos, y de cómplices en el mejor de ellos. Estos otros se defienden:
-Esperá que pase el tiempo. Acá hay políticos radicales que están metidos -dice un camporista, joven militante de una organización política que para una parte importante de los argentinos tiene menos prestigio que un gitano vendiendo autos. Igual ordena anotar un nombre que ojalá que la Justicia ya lo tenga.
-Ese es narco, oló. Y lo protegen.

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Terán iba a ser el candidato del PJ para intentar su reelección. Como tal vez no pueda, ahora dicen que una de sus hijas podría ser la heredera de su capital político. O lo que queda de él.
-Necesitamos que se defina esta situación. Que “Roger” nos diga qué hacer -pidió un concejal peronista que cuando ocurre esta charla llevaba tres días sin dormir. Al menos es lo que dice para acercar un tanto de dramatismo a la situación de por sí dramática que viven por estas horas.
-Vamos a ganar. Yo creo que Terán no tiene nada que ver. No voy a poner las manos en el fuego por él si no lo conociera -afirmó Germán Fernández, otro edil pejotista. Dice también que la gente banca al jefe comunal detenido y comprometido por unas escuchas que lo exponen como un facilitador.
Prueba de esa afirmación, de valor relativo, la da un hombre de jean y remera, de unos 50 años, pelo largo semicanoso recogido con gomita, que sugiere a los peregrinos dónde ir a almorzar.
Se acerca e invita a pasar por una parrilla. Ya es de siesta y el hambre arrecia. Pero se aleja raudo tras la pregunta:
-¿Qué te parece toda esta situación que están viviendo?
-Es todo verso, hermano. Es todo política. Terán es un perejil –dice casi gritando.
Natividad Terán fue 12 años concejal y luego intendente, después de César Torres, otro de los caudillos políticos del pueblo que conserva dosis respetables de intención de voto.
-Si se larga Torres capaz que gana –advierte un partidario.
-Si Terán elige bien también podemos ganar nosotros -intercambia un funcionario, que agrega un dato inquietante pero lamentablemente conocido:
-Tenemos nuestros votos. Y después están los paraguayos. Estaban cobrando 150 por cabeza, pero hay que traerlos y llevarlos -se queja.

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De la Basílica salen cánticos, gentes y olores. El padre Sergio Ochoa, en la tercera misa matinal del domingo, pide repetir un estribillo. Sin coro, sin música, a capela:
Déjame nacer de nuevo
Déjame nacer de nuevo
Déjame nacer de nuevo, Señor.
No importa la edad que tenga
Tú no la tienes en cuenta.
Déjame nacer de nuevo, Señor.
La gente canta, como en trance. Alguien mira hacia arriba, esperando quizás la luz de una anunciación. De los óculos de la cúpula entra luz clara de sol, como también se filtra el agua cuando llueve, dejando sus marcas como lágrimas. Hay banderas argentinas y papales, algunas manchas de humedad que el color marfil de las paredes no puede contener.
Testigos de miles de meditaciones diarias, desde 1950 cuando fue inaugurado este monumento del renacentismo tardío, son sus vitrales con pasajes bíblicos, sus puertas talladas, sus relieves en piedra, sus mármoles de carrara y travertinos, sus mosaicos marmolados que disimulan la suciedad que se acumula por el ir y venir de los fieles que llegan de todos los cuadrantes en todos los climas.
La ropa es casual en la mayoría. Algunos visten sus mejores galas, más bien sencillas de la gente sencilla que ante la Virgen de timbó colorado se inclina a buscar refugio o consuelo, o a dejar ofrendas o gratitudes.
La fila india de más mujeres que hombres que cumplen el rito de la comunión se replica después, una vez cumplida la misión espiritual, en la fila de puestos de santos, baratijas y “caratijas” varias.
Itatí es vecino de Paraguay y de este país heredó su organización de comercios callejeros, aunque con los años el Estado nacional-provincial-municipal practicó una serie de intervenciones para mejorarlos. Igual sigue siendo una hilera de puestos con productos para la venta y cantidades oscilantes de basura esparcida por los pisos. De ellos surgen aromas que van desde el penetrante olor de la creolina hasta los más amables petricores. En el medio: humo de asado en tira, de pollo a la parrilla, de cigarro, cigarrillos y hasta de sahumerios. De los porros, ¡ni las colillas un domingo a la mañana!
El agua corre despacio, servida, buscando en la perezosa velocidad de la gravedad su encuentro con el río. Lleva desechos y el sueño de que esa misma agua podrida se vaya para siempre y lave las heridas que la droga infligió a un pueblo pobre pero pretendidamente digno en el que viven también algunos facinerosos.
Los empresarios itateños, comerciantes al borde de la formalidad, constituyen la resistencia de carne y hueso a los años de desidia y de pobreza estructural en una provincia pobre de la región más pobre del país. Aun así, abrigan esperanzas cultivadas en la fe. Y esperan.

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A la hora de partir, queda un minuto para pensar. No en el trabajo ni en el sabor del pacú regado con cerveza que dejaron su espinazo y un vaso vacío como rastros sobre la mesa del restaurante de uno de los hoteles del pueblo. En ese fluir surgen preguntas.
¿Cuál será la bendición de Itatí, la capital mariana más antigua del Río de la Plata? ¿Qué sobrevive hoy de todo lo que supo ser y tener, de cuando era parte de la provincia de Santa Ana? ¿Qué se hizo del centro cultural guaraní que tiene reportes desde al menos un siglo antes de la fundación de Corrientes, en 1588?
¿Y cuál será -por el contrario- la maldición de vivir todavía hoy como en las viejas reducciones, sin otra certeza de prosperidad que la que ofrece la plata hedionda de marihuana? ¿Por qué la cultura de la ilegalidad? ¿Por qué el Estado ausente o corrupto? ¿Por qué la negación? Si en Itatí saben de sobra que los pecados se absuelven cuando son confesados…

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Antes del regreso, paso por la santería y compro un rosario. Abrigo la esperanza de que mi madre rece como siempre, pero esta vez con cuentas de madera de la zona de Itatí.
La señora que cobra indica que justo en ese momento hay un sacerdote bendiciendo esos elementos que objetivan el poder de la oración. Dudo, pero voy.
Al lugar se accede por el patio interno que queda entre la Basílica y la vieja iglesia. Es un salón grande, con algunas imágenes y la bandera que en octubre de 2012 llevó hasta allí la presidenta Cristina Kirchner. Es una de las siete banderas patrias que se enarbolaron en las Islas Malvinas en 1966 durante el “Operativo Cóndor”.
Miro, sigo dudando, pero me acerco y recibo un chorro de agua y la señal de la cruz. Me persigno con vergüenza “progre” pero afirmado en la enorme tradición católica de mi familia.
-Que Dios te bendiga -me dijo el cura.
-Y a Boquita, que juega a las 7 -vociferó como un hincha. Y me puso a reír.
Días más tarde volvería a escuchar la frase. Hablaba con Pocho Roch sobre Itatí, cómo no. Sobre historia y religión. Sobre la droga.
-Esto pasa en todo el país -dijo con su voz en queja.
-La mía es una opinión muy dolorosa. Somos un centro religioso de importancia nacional y continental y nos enlodan. Y nosotros no tenemos la culpa.
El viejo Roch habla de la culpa pública. Del mirar sin ver. Del estar sin hacer. De la impericia o la complicidad. Habla de Itatí y del 90 por ciento de la gente que es gente de bien.
Su sabiduría es inmensa y él la comparte generoso.
-Gracias Pocho -le digo.
-Que Dios te bendiga -me dijo con su voz jesuita. Y me puso a llorar.

Salcedo Ramos: “La crónica debería explorar esos ámbitos donde se decide la suerte de todos”

El colombiano Alberto Salcedo Ramos, uno de los mejores periodistas narrativos de Latinoamérica, repasó algunos conceptos vitales de la crónica periodística, antes de su llegada a Buenos Aires para dar clases en un máster del diario La Nación y previo al taller narrativo que dictará en mayo en Nicaragua.

http://www.telam.com.ar/notas/201603/139927-periodismo-cronica-alberto-salcedo-ramos.html

Morir en la mierda

El 9 de marzo de 2015, Gastón Arispe Huaman murió.

Tenía 13 años y estaba comenzando el colegio secundario. Si hubiera alguna forma de describir la muerte con eufemismos indolentes, diríamos que murió de una manera insignificante o trivial. Pero ninguna muerte es insignificante o trivial. Tampoco la de Gastón Arispe Huaman, que tenía 13 años cuando volvía de su segundo día de clase en una escuela pública de la Ciudad de Buenos Aires. Si hubiera alguna forma de describir la muerte sin eufemismos indolentes, diríamos que a Gastón Arispe Huaman lo mató la trivialidad con que el poder trata a los que considera insignificantes.

 

http://elpais.com/elpais/2016/03/12/contrapuntos/1457800264_145780.html