Hartos de pagar para ver las noticias de los porteños

Mientras todo el país ve por el noticiero las idas y vueltas epidemiológicas, educativas y judiciales de la Ciudad de Buenos Aires, en nuestra ciudad, Santa Fe, el director del principal hospital propone la apertura de tiendas de campaña en el campito del Liceo Militar que tiene enfrente. Necesita lugar para atender a los enfermos de coronavirus, como en una peli de guerra.

La miserable imagen que la dirigencia proyecta con el escándalo de la Ciudad de Buenos Aires también oculta que crisis sanitarias de igual dimensión están sucediendo, o están a punto de suceder, en buena parte de las ciudades más grandes del país. Al ritmo de los hechos, los agrupamientos de madres y padres organizados por Juntos por el Cambio a fines de 2020 se clonan a partir del modelo central, lo mismo sucedió con los runners y las aperturas de bares en plena primer ola, el año pasado.

Y con toda la razón: durante 2020, el dueño de un bar de Candioti sufría en su cierre de cuarentena al ver cómo al mismo tiempo el vicejefe porteño se tomaba un cafecito para las cámaras.

¿Ah, no sabés qué es Candioti? Mirá vos, che. Yo sí sé qué es plaza Serrano. Abrite un paquete de masitas de agua, salvaje unitario, y seguí esta larga y apasionante historia.

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Martín Becerra: con las redes, los medios perdieron el control de la cadena de distribución de la información

Una charla muy importante con el investigador Martín Becerra, para poner en cuestión la política de medios, de comunicación, la gratuidad relativa, las asimetrías de producción y consumo, de acceso a las tecnologías y la falta de una ley de medios en Argentina. Los industriales de la información contra los usuarios de la información.

La vida misma atravesada por la comunicación, desde la mirada de este teórico que es parte de la discusión en el último tiempo en el país.

Realmente interesante. Y hoy lo entrevistamos con Gabriela Bisaro y Marcelo Urrelli en Radio Unne.

Si te lo perdiste, podes escucharlo acá:

El poder de los medios, Ivan Schuliaquer

Propone armar el rompecabezas del poder de los medios adentrándose al tema sin respuestas totalizadoras. El hecho de que ya no se pueda pensar a la política sin los medios ni a los medios sin la política no es nuevo. No obstante, en los últimos años, como nunca antes, el rol de los medios de comunicación forma parte del debate social cotidiano: ya no es aceptable que pueda existir un narrador omnisciente de la realidad. Así, la idea de que los medios puedan ser objetivos y neutrales entra en crisis. El autor estructura el trabajo en seis capítulos, donde entrevistó a estudiosos y teóricos reconocidos como Gianni Vattimo, Pablo Boczkowski, Gabriel Vommaro, Antonio Negri, Néstor García Canclini y Ernesto Laclau para plantearse nuevas interrogantes sobre los medios de comunicación.

El un libro chiquito, rápido de leer, pero profundo y de digestión lenta. De consulta permanente. Está claro que es de lectura obligada para periodistas y dueños de medios, pero también para estudiantes y, más aún, para aquellos que están en la profesión y fueron forjados por el propio oficio.

Medios, poder y contrapoder

Este libro, que reúne a tres destacados especialistas en comunicación (Denis de Moraes, Ignacio Ramonet y Pascual Serrano), está orientado por intenciones interconectadas. En la primera parte se examinan formas y efectos de la colonización del imaginario social por parte de los medios corporativos, a menudo con la divulgación masiva de verdades convenientes y rentables. Se analiza la configuración actual del sistema mediático, bajo la fuerte concentración monopólica en torno a megagrupos y dinastías familiares; las estrategias de comercialización de los bienes simbólicos; la subordinación de informaciones de interés general a ambiciones lucrativas; la retórica poco convincente de la corporaciones mediáticas a favor de la libertad de expresión, que oculta el deseo asumido pero no declarado de hacer prevalecer la libertad de empresa sobre las aspiraciones colectivas; la pérdida de credibilidad de la prensa y las implicaciones para la democracia.

De este libro que quiero mucho, al punto de no prestarlo, rescato siempre una frase de Ramonet, acorde con los tiempos y nuestras realidades:

“Produzca una información diferente, inteligente, verdadera, confiable, creativa, adaptada a las nuevas tecnologías, y no lo contrario, como hacen los grandes medios, que intentan adecuar las nuevas tecnologías a la prensa tradicional”.

El mejor oficio del mundo

“El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.”
Gabriel García Márquez

 

 

El periodismo es el mejor oficio del mundo. Lo dijo García Márquez y muchos compañeros en la profesión así lo creen, aún en las peores épocas. Aún en días como los actuales en que la indecencia pelea con la coherencia una definición en clave de sinónimo; en que la militancia disputa con la independencia nuevas formas de periodismo, como si fuera posible en esos términos; en momentos en que la descalificación desplaza a los argumentos y el mínimo reconocimiento de terceros es más bien una gestión interesada en busca de silencios o voces direccionadas.

Sucede ahora mismo. El Día del Periodista aparece como una celebración apoteótica de la hipocresía, primero porque siempre hay poco para festejar y segundo porque el mar de egos que inunda las costas de la corporación (para usar un término ciertamente vigente) nos hace malos anfitriones. Y al no ser capaces de encauzar y sostener el más mínimo respeto por un colectivo social como el periodístico, cedemos gratuitamente nuestros espacios. Entonces surgen los otros, los cientos de amos de ocasión que compran simpatías y compromisos con un par de chipacitos. Cinismo puro.

Cada 7 de junio recordamos a Moreno con una misa en la escuela que lleva su nombre y después, o antes, cenamos en el gremio. El resto de la semana nos hacemos del tiempo que no tenemos. La agenda nunca es más revisada para poder estar en la mayor cantidad de atracones de favor donde hay que escuchar incluso al depreciado porque se usa, es costumbre.

¿Alguien recuerda convite como el de los periodistas pero con enfermeros, bomberos, docentes, porteros, mecánicos o carpinteros?

Tal vez no sean “tan importantes” como los periodistas.

Lo cierto es que nosotros, dueños de la efímera verdad del momento, del día o de la historia, hasta que alguien la revise, no somos capaces de cuestionar en los hechos el por qué de los favores. Sí la veracidad de cualquier versión ciudadana que interrumpa el descanso del statu quo. Brindamos al abrigo del señorío pero le contamos las costillas a sus víctimas.

Nos olvidamos, en días como los de hoy, que la mayoría de nuestros celebrantes luchan el año entero para imponernos su verdad callando, a nosotros o a colegas.

No recordamos que algunos otros viven del diseño de los más variados métodos de censura, o de presiones de todo tipo, principalmente económicas, para hacer decir lo que conviene, antes de lo que se debe.

Días como los de hoy sientan las bases de un jubileo en el que muchos caemos, para luego, sumidos en una especie de insomnio conveniente, repitamos los discursos sin siquiera recurrir a una partitura. Recitamos de memoria, a veces sin necesidad, cierta melodía dominante (término si los hay), históricamente pretendida en tanto única.

No obstante, un día como el de hoy, tal vez sirva en el fondo también para algo. Puede que para debatir; para hacer las cuentas y tratar de ver si nuestros números pesan más en la columna del debe o en la del haber.

Es decir: ¿Sirve, un día como el de hoy, para preguntarnos por qué es mejor trabajar para un gobierno que para un medio? ¿Es posible que la obviedad de la razón del dinero se imponga, sin más, a las razones de la profesión? ¿Es posible que transitemos un cambio de formato, donde el escritorio sea suficiente verdad para trocarlo por la crónica desde el lugar de los hechos? ¿Es admisible que el periodismo de la gacetilla reemplace a uno de creación? ¿Podemos acceder a que el dato oficial niegue la más mínima investigación? ¿Somos capaces de permitir que la alienación programada desde los sectores encumbrados, del origen que fueran, sea suficiente calmante para el fuego de la preparación, de la superación permanente? ¿Es posible que después de desnudar todas estas falencias nos creamos elegidos?

El vale todo de estos días habilita primeros planos a triunfos fugaces y lo niega a cualquier crítica. De hecho, esto de la crítica nos convierte hoy, sin escalas, en estatales o corporativos, plato que se come sazonado con escraches de todo tipo, y embestidas de una violencia que desnuda el ADN de otros tiempos.

La discapacidad de la hora se ensaña con el oído más que con la boca. Escuchamos poco y, cual niño incontinente, nos decimos encima, todo el tiempo. Reproducimos discursos unidireccionales que en estas zonas andan teniendo dos propaladoras, y nos olvidamos de sus razones. No las cuestionamos. Quemamos, por tanto, la raíz de cualquier análisis.

En cambio, asumiendo cierta complicidad ignorante, muchos periodistas y medios nos adjudicamos un arbitraje ante el público al que le permitimos cualquier exceso. Ni siquiera nos hacemos cargo de decirlo con voz propia. Usamos a la gente (que también se dice encima) para abonar un discurso estigmatizante, discriminador, que convierte a la víctima en victimario de un sistema viciado, excluyente.

Cuando esto pasa, periodista y periodismo han dejado de mediar para convertirse en serviles re-productores de sentidos que no controlan.

“Es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional”, agrega García Márquez.

Tal vez, finalmente, sirva un día como el de hoy para reconocernos en el circo. ¿Nos veremos haciendo piruetas que además, por si fuera poco, otros copian, con tal de que la gente nos lea, nos siga, nos crea?

¿La vanidad que nos envuelve nos permitirá alguna vez hacer algún tipo de autocrítica seria, para que además de leernos, la gente nos tenga algo de compasión?

Ya no se trata de que nos sigan como a profetas. Se trata de que seamos dignos de recuperar nuestra propia dignidad, ultrajada por tanta hipocresía y servilismo idiota, producto de nuestro analfabetismo en el tratamiento de cuestiones clave de la cosa pública y de nuestra sumisión dolorosamente prostituta ante cualquier tipo de poder.

Por estas, y otras cosas, el periodismo seguirá siendo el mejor oficio del mundo. Porque permite, al menos, poder decirlo. Ojalá permita discutirlo.

Felicidades.