Cada cual puede y debe tener su propia visión de las cosas, lo cual impide ensayar un análisis totalizador. Igualmente, desde el punto de vista institucional -que es más o menos la directriz que siguió esta columna a lo largo del año-, hay mucha claridad:
—Desde 2001 hasta hoy, Corrientes mantuvo su institucionalidad en manos correntinas, en hombres elegidos por el voto popular (sí, hombres, todos los gobernadores correntinos fueron y son hombres: blancos, católicos, heterosexuales). Tal continuidad de 16 años no registra antecedentes inmediatos. Ya son cinco los gobiernos elegidos democráticamente, en forma sucesiva, sin interrupciones de ninguna naturaleza.
—El fantasma de las intervenciones federales, que azuzó hasta en las épocas de Arturo Colombi (sobre todo por el sanguinario internismo de los primos y la actuación de ciertos sectores del Poder Judicial) parece hoy alejado de esas costas, producto de una madurez relacional entre elementos de la clase dirigente, pero también del fortalecimiento de las bases políticas, y de una gobernabilidad robusta que abreva en la paz social.
—El 2017 marcó asimismo el fin de la Era de los Colombi. Después de 16 años, ningún mercedeño-pariente con ese apellido gobierna Corrientes. Y lo que algunos acólitos pueden leer como una exageración, otros menos interesados en la propiedad de la herencia por cuestiones de sangre reconocerán que más allá de la formalidad, la desaparición del apellido Colombi de la grilla de gobernadores es un paso adelante fundamental para seguir cimentando la institucionalidad local, lejos de los patriarcas-caudillos-líderes que coquetean con las eternidades en el poder, pretendiendo convertir la cosa pública en patrimonio privado.
—El 10 de diciembre pasado Gustavo Valdés se convirtió en el gobernador propietario número 59 de la historia organizada de Corrientes, que comienza en 1821. Ese 10 de diciembre ocurrió hace 21 días: casi nada, aunque suficiente para sugerir que la casona de 25 de Mayo y Salta no sólo está habitada por otra persona sino también por otro modo de hacer las cosas. Veremos.
—Para empezar, el reconocimiento de la pobreza estructural que horada la (calidad de) vida de la mitad de la población de Corrientes, constituye un giro copernicano de Valdés en relación con Colombi, que fue siempre un negador sistemático y un experto en la traslación de culpas. También lo es el tipo de relación que plantea el nuevo Gobernador con la Nación, de sociedad política, pero sin renunciamientos. Y la apertura que ha demostrado con referentes políticos e intendentes de la oposición durante los últimos días.
—Habrá que ver de todas maneras hasta dónde pueden terciar las ideas de Valdés en el nuevo escenario de ajuste feroz y achicamiento estatal que plantea el gobierno de Mauricio Macri, cuestión que sólo con la reforma previsional y el pacto fiscal ya dejó a Corrientes en situación de merma financiera. “Desagradable”, según el propio Valdés.
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—Este año que se despide, asimismo, marcó el regreso del radicalismo al poder en Capital, después de 8 años de gobiernos kirchneristas-peronistas. El doctor Eduardo Tassano le ganó (por unos pocos puntos) la pulseada al ingeniero Fabián Ríos, en el marco de una elección llena de particularidades: fue convocada muy anticipadamente para el 4 de junio; iba a realizarse con sistema electrónico y al final volvió a votarse con sábanas de papel; supuestamente hubo acuerdos políticos que se incumplieron y zancadillas de rigor variable. Ganó el más fuerte: Tassano, y su espalda convertida en fortaleza por los incalculables apoyos de los gobiernos provincial y nacional.
—Habrá que observar ahora cómo administra esa fortaleza; las relaciones intra ECO+Cambiemos; las que mantiene de manera directa con funcionarios nacionales; y su propia aspiración-proyección-provincial personal que se disimula, pero no puede esconderse.
—En paralelo, la derrota de Ríos confirmó una vieja tradición de la política correntina: nunca un intendente fue reelecto en la ciudad. Nunca. Tampoco un intendente capitalino fue inmediatamente gobernador. Tassano debería tenerlo en cuenta. El último que chocó ante esta “maldición” fue “Camau” Espínola en 2013.
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La desaparición del apellido Colombi de la grilla de gobernadores es un paso adelante fundamental para seguir cimentando la institucionalidad local, lejos de los patriarcas-caudillos-líderes que coquetean con las eternidades en el poder, pretendiendo convertir la cosa pública en patrimonio privado.
—Como ya ocurrió en 2005, hay que recordar -con Néstor Kirchner, Arturo Colombi y Carlos Vignolo-, pero con resultados que mejor olvidar, el 2017 sirvió también para que el oficialismo provincial comandado por Ricardo Colombi lograra, a través de las urnas, una condición política ideal para dejar de generar excusas y empezar a trabajar en la gestión: Colombi y los suyos le pidieron a la ciudadanía alinear Nación-Provincia-Municipios. Contados que fueron los votos, la situación política pedida fue concedida. Ahora no caben más que los resultados. O Dios y la Patria se lo demandarán.
—¿Pero, qué podrían demandar Dios y la Patria después de tantos años, tantas posibilidades perdidas y, no obstante, tantas elecciones ganadas que ratificaron el rumbo? Pues algo más que el pago de los sueldos en tiempo y forma. Tal vez el desarrollo. O un mínimo de crecimiento sostenido. O recuperar a la provincia de su atraso. Insertarla quizás en el concierto nacional. O generar condiciones de crecimiento económico: energía eléctrica a prueba de calores o tormentas, puertos, caminos. Rutas acordes con las necesidades de estos tiempos. Achicar la pobreza, la indigencia. Pobreza. Indigencia.
—Quizás podría demandarse reducir en serio -con más instrumentos de gestión y menos lápices de dibujo- la mortalidad infantil y neonatal. La mejora en la atención de los hospitales. Atacar la repitencia y sobreedad escolar. Atender la falta de escuelas o el mal estado de las mismas. Ponerle industrias a los parques industriales. Y la lista sigue…
—La herencia de la que no puede hablar Valdés es muy larga. Y doliente. Quedó desnuda mitad de año cuando el clima se ensañó con gran parte de la provincia. Las inundaciones que azotaron al Centro-Norte correntino desde abril hasta julio dejaron pérdidas que aún ahora no pueden cuantificarse del todo, pues siguen ocurriendo, ahora con la sequía. A los miles de evacuados y autoevacuados de entonces, hubo que agregar las pérdidas de casi 100 mil cabezas de ganado bovino, otras tantas de ganado ovino y caballar. La provincia tiene (o tenía) un rodeo de 5 millones de cabezas bovinas y de ellas, un millón y medio fueron afectadas por encontrarse en la región inundada.
—Los pequeños productores tenían afectadas unas 12 mil hectáreas. Estuvieron comprometidas entre 400 y 500 mil cabezas de ganado por el anegamiento de los campos. La gravedad del fenómeno climático se situó en el eje de las localidades de Loreto, Caá Catí y Berón de Astrada. En esa zona cayeron más de 2 mil milímetros en cuatro meses, lo que generó inconvenientes en las 350 mil hectáreas que integran la cuenca del Riachuelo. La situación desmejoró el estado de los caminos rurales. Hubo campos que perdieron hasta el 80% de su superficie. Los pasos consolidados estuvieron tambaleantes y los caminos principales, como la Ruta 12, vieron caer dos de sus puentes, reparados provisoria y parcialmente meses después.
—La inundación afectó a 2,5 millones de hectáreas de campos en once departamentos. Las pérdidas económicas superaron los $1.000 millones, y si bien se declaró el estado de excepción, el Fondo Nacional de Emergencia creado por ley para toda la República Argentina fue absolutamente insuficiente.
—La lluvia constante durante esos meses, no sólo afectó a productores y a miles de familias correntinas, sino que además fue un catalizador de un acumulado de broncas varias que tuvieron incidencias decisivas en los resultados electorales de varios municipios, empezando por el de Capital.
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He allí una serie encadenada de sucesos que marcaron el año 2017.
Hubo otros también importantes, claro. Los correntinos en su conjunto tuvieron logros y fracasos a lo largo de este 2017. Sucede siempre.
Hay realizaciones que animan y reveces que duelen: que no todas las mesas tengan lo suficiente; que los jubilados sean siempre variable de ajuste; que haya menos derechos laborales y flexibilizaciones; y que la inflación lejos de reducirse sea recalibrada al alza, y prolongada en el tiempo.
Queda claro que hay mucho trabajo por delante. Es hora de hacer y de hacerse cargo. Ya no hay a quien echarle la culpa. ¿O sí?