Quiero agradecer a todas las personas que hicieron posible la presentación del “Viaje al país del agua” en la Feria del Libro de Goya. A la Municipalidad de Goya, sobre todo a las chicas y muchachos de las secretarías de Cultura, Educación, Turismo y Prensa; a la Biblioteca popular Sarmiento, y de allí a Marisa Laura Baez, que fue la impulsora inicial de todo la presentación; y a todos los colegas periodistas que me hicieron sentir muy hallado. Quiero agradecer por ello a mi tocayo Jose Luis Paleari, Pepe, y a Javier Bovino por la charla y los presentes. Quiero agradecer también, y sobre todo, a Stella Maris Folguerá, quien hizo que la presentación sea realmente especial, pues supo conducir el interés de los presentes hacía el formato de una charla que se extendió por casi dos horas.
Comparto aquí, por importante y conmovedora, la lectura que hizo Stella Maris de este libro.
“Lo primero que se encuentra sobre el Iberá en cualquier buscador es una decena de consejos de qué hacer cuando se lo visita:
Dicen:
Navegar para ver animales en su hábitat.
Avistaje de aves.
Cabalgatas en los Esteros del Iberá
Paseos por el pueblo.
Visitar el centro de interpretación.
Senderismo.
Descansar y desconectarse.
Disfrutar de los atardeceres.
A continuación surgen las preguntas: ¿Cuál es la mejor época para ir? ¿Cómo es el clima? ¿Hay transporte público hasta los Esteros del Iberá? ¿Cómo será el camino para el auto? ¿Y si llueve? ¿Me quedo varado? ¿En qué localidad me conviene hacer base? ¿Cuáles son los tipos de alojamiento? ¿Qué se puede hacer en los Esteros? ¿Y la fauna? ¿Tengo que contratar una excursión o puedo hacer algo por libre? ¿En un día podré ver todo?
Buscamos información en notas y folletos que nos muestran un infinito espacio de agua, flora exuberante, poblado de animales, y a veces la silueta a contraluz de un vareador abriendo surcos entre la vegetación acuática. Está ya tan incorporada a la imagen icónica del lugar, que no le miramos la cara, ni le preguntamos su historia. No preguntamos ¿Quién es? ¿Cómo vive, de qué vive? ¿Cuánto hace que está allí? ¿Tiene hijos? ¿Van a la escuela?¿Quién atiende su salud? ¿Cómo es su casa? ¿Dónde está? ¿Qué come? ¿Tiene mujer, dónde la conoció, cómo se enamoraron?
Tiene que haber un proceso de mucha exigencia a la sensibilidad para reinterpretar el sitio desde las historias de vida de la gente, de los correntinos que habitan esas honduras interiores de nuestro interior.
Y eso es a lo que nos enfrenta esta obra: “Viaje al País del Agua” Esteros del Iberá, de Eduardo Ledesma, de quien es su tercer libro. A esas preguntas y a sus respuestas dadas por ellos mismos con digna naturalidad y amor por su lugar.
(…) El libro es de Moglia Ediciones y tiene prólogo de la poeta, docente, crítica literaria Evelin Bochle (Eve Lín), quien dice: “… Ya en ‘A corazón abierto’ daba cuenta del manejo del género (la crónica literaria), del juego interesante que propone entre el periodista y el poeta”. “En ‘Viaje al país del agua’ el narrador se interna en el terreno de la crónica literaria con pasos firmes, a grandes zancadas, como recorriendo un camino ya conocido y familiar”.
Pese a lo mucho que se escribe y se dice sobre el Iberá, los citadinos, y ya no digamos los no correntinos, aunque hayamos estado allí, lo enfrentamos como un enigma.
Este libro se adentra en el enigma, y tal como lo ha dicho el autor, lo expone en espejo con la nota que 56 años atrás realizó el periodista y escritor Rodolfo Walsh a lo que él llamó “el fondo de los fantasmas”.
Eduardo Ledesma lo desmitifica y redimensiona al llamarlo “el país del agua”. Es un viaje desde el siglo XXI que se remonta a los vestigios de un tiempo geológico medido en millones de años, sobre las memorias naturales y culturales .
Aunque tengamos esa sensación de existencia del misterio, (“la leyenda vuelve siempre a cerrarse, como la vegetación insobornable del estero”, dice Walsh en su nota) este viaje, esta exploración, realizada con casi idéntico itinerario que aquella, pero en el S XXI, se inició luego de muchos meses de estudio y preparación, lo que enriquece el resultado porque se sustenta en el conocimiento del autor, sus objetivos precisos, su solvencia en la crónica, al tiempo que cobra magnitud literaria por el muy buen uso de recursos, estrategias y técnicas narrativos.
Las marcas literarias aparecen de múltiples maneras, lo que hace de este libro un valioso testimonio expresado en un muy bello texto.
No es sólo la narración de la exploración de una geografía en estado casi original, y una investigación periodística que, al indagar sobre los modos de vida de los sujetos que lo habitan, expone también lo olvidado o lo silenciado, sino que transita vidas humanas, establece relaciones, tiende lazos, deja contactos, hace reales, pone carnadura en aquellos “fantasmas”, cruza historias de vida que se entrelazan, para reconstruir la cotidianidad de esos hombres casi invisibilizados en ese universo líquido en el que todo parece quieto y sin embargo, todo se mueve.
(…) Pese a su sólida formación y profesión de periodista, Eduardo se despega de los datos y se manda al abismo de pasar por su mirada y sus sensaciones el efecto de sus encuentros y sus hallazgos y de filtrar con su propia voz, con respeto maravillado, las voces testimoniales presentes y pasadas.
El impacto del lugar, sus colores, sus ruidos, gorjeos o rugidos, chapoteos o gemidos, y sus silencios, el lento avance de la canoa que se acompasa al perezoso deslizamiento de los yacarés, la potencia de la naturaleza que no se privó de arreciar con su peor humor sobre los expedicionarios, pero sobre todo el sorprendente sonido de la voz humana donde no se esperaba encontrarla, se cuentan desde el pulso, desde la aceleración del ritmo del corazón de quien se sabe insignificante en ese espacio sin tierra firme.
Es un texto que hace foco en lo humano, que valoriza el verdadero patrimonio cultural e histórico de Iberá desde las vivencias cotidianas y las transmisiones orales de los sucesos del pasado, preservados en la memoria de esos hombres y mujeres que allí hacen su vida en condiciones que demandan una fuerza, una sabiduría y un coraje que nos empequeñecen.
El gauchillaje de por ahí, cósmicamente se corresponde con el paisaje, decía Madariaga. Y dice Eduardo Ledesma.
