El Partido Liberal fue fundado el 15 de diciembre de 1856, lo que lo convierte nada menos que en el partido más antiguo de Sudamérica. Por años fue reserva política ilustrada de la provincia y el país, ofertando sus más preclaros hijos a la causa de la patria. Solo basta un superficial recorrido por su historia para advertir que ésta devuelve hombres convertidos en próceres, protagonistas de su tiempo que, aunque equivocados o no, sostuvieron principios y códigos de pertenencia merecedores de orgullo y reconocimiento.
“Si bien dije y sostuve que soy república aparte/ cuando la patria quiso ser nación/ me fui a San Nicolás de los Arroyos/ con la idea y la pluma de Pujol”, aporta Zini en “Memoria de la Sangre”, recordando al saladeño Juan Gregorio, liberal y “uno de los hombres más importantes de la historia correntina”, según afirma Castello en su libro “Hombres y mujeres de Corrientes”.
Pero hay más. Desde Torrent para acá, hasta Leconte, el caudal político del liberalismo fue tan amplio como rico. ¿Qué pasó desde entonces para llegar a este presente infértil y opaco?
El PL ya no ofrece gobernadores ni ilustración, apenas si legisladores en permanente actitud mendicante, indigna de su propio pasado. Y no se trata de caer en el facilismo de enrostrarles a ciertos actores de la actualidad partidaria cierto jugueteo de alcoba con Ricardo Colombi y Camau Espínola, según el caso, como se mencionó en las últimas horas de profunda crisis y división. No, porque en su ADN el liberalismo exhibe una prolífica “política del acuerdo”. Primero fueron entendimientos programáticos, ahora meras alianzas electorales de ocasión, pero los concilios, más que los diferendos, forman parte de su manual de misiones y funciones.
No es una novedad, por tanto, que Josefina Meabe vaya a ofertarle “la banderita” al kirchnerismo. El PL ya estuvo cerca del PJ en varias ocasiones, antes y ahora, y conjuntamente con el Partido Autonomista, fueron capaces de dejar el revólver para sentar las bases del Pacto que fue exitoso en términos electorales, más allá del balance que cada uno haga respecto de la gestión alternada que por años protagonizaron esta versión local de celestes y colorados.
Lo que llama la atención es el vaivén del presente, que lleva más de una década. Pero no hace falta que un periodista lo diga. Ellos mismos, los liberales, saben cabalmente que del fango no se sale limpio. Tal vez por eso apuesten a la amnesia. Ejemplo claro es que en el sitio oficial del partido uno puede encontrar cualquier dato siempre que sea anterior al año 2000, y nada desde entonces. Es de inferir, por tanto, que la vergüenza es propia y no necesitan que nadie se la señale.
Preguntas
Pero ¿qué pasó desde entones? Rápidamente podría decirse que sus dirigentes convirtieron a la división en el eje de su régimen. El sello por un lado, dirigentes orejanos por el otro. “Un huevo en cada canasta”, como dice el adagio popular. Pelea electoral, alineamiento posterior.
Se trata de una estrategia que sirvió a los intereses de unos pocos pero que socavó las bases de la institución, una de las más cuestionadas de la actualidad.
Ahora, la mezquindad de un sector que busca la gloria al precio que sea, para revenderla luego en la feria de los cargos, dejó en la boca del lobo la presa que deglutió la otra parte, con la rapidez con la que el ñandú convierte el metal en jugo gástrico.
Josefina Meabe y Pedro Cassani no supieron actuar el papel que escribieron. No piensan en el Partido Liberal cuando presentan más afiliados que el PJ o la UCR, siendo una agrupación en retirada más que con expectativas concretas de poder; o cuando recurren a los interesados amigos de la Justicia, amigos de otros amigos de la política para salvar una coyuntura, al precio de la entrega más absoluta no ya de la ideología sino de la estirpe, que dejó de pensar en la patria para pensar en el patio.
¡Cuán lejos quedan los Pampín, Lagraña, Virasoro, Mantilla, Loza, Martínez y Gómez de los nombres de estas horas! Cuán distante el renunciamiento de Ernesto Meabe, a la riña de estos días por un sello casi vacío, sólo vigente por el recuerdo de viejas glorias.
Números
Las estadísticas demuestran lo anterior. Quizás por eso, oficialmente, se exhiban números sólo hasta 1999.
En 2001, para no andar con vueltas y facilitar el entendimiento, el PL registró 51 mil votos para gobernador y vice, apoyando a Colombi. En las legislativas provinciales de 2003 bajó a 45.500. En las nacionales de ese año, a 35 mil. Poco más de 23 mil consiguieron en las gubernativas de 2005, donde fueron divididos. Tocaron fondo en las legislativas provinciales de ese año, con 17 mil. Subieron 10 mil votos en la elección de convencionales del 2007.
Lograron 31 mil sufragios en las legislativas provinciales de ese año y volvieron a bajar en 2009, cuando divididos fueron a votar por cada uno de los primos Colombi. Entonces apenas consiguieron 26 mil avales. En las legislativas provinciales de 2011 subieron la puntería: llegaron 33.200 votos.
Estas cifras echan luz sobre una cuestión que está en boca de todos los que hablan de política y del PL: que saben hacer muy buenos negocios (es decir, conseguir cargos) con votos que, en soledad, sólo servirían para un legislador con ayuda del sistema D’Hont.
Un liberal “auténtico”, que esta vez no tiene intereses en ninguna de las tres fuerzas que hicieron en amague para votar hoy, hasta que la Justicia frenó los comicios, puso blanco sobre negro esta apreciación: “En realidad, el negocio es para unos pocos, los mismos desde hace tiempo, no para el partido”.
Es, tal vez, lo más sensato que se haya escuchado en estas horas de alta beligerancia partidaria, donde parece que están en juego visiones del kirchnerismo y del radicalismo, más que del propio liberalismo.
Ese desapego a la identidad constitutiva del PL podría leerse, con los años, como la astucia divisionista del ricardismo, que reina en esas aguas; o como la seducción absolutista del kirchnerismo que, persiguiendo sus objetivos, tiene pocos problemas de digestión.
Debe quedar claro, no obstante, que ambas cosas fueron posibles porque hubo quien se dejó dividir y quien se dejó seducir. Pero también habría que decir, para ser justos, que hay liberales de pañuelo y faja, además de aquellos muchos que salieron de las aulas, que creen aún en sus valores fundantes y que devendrán en proactivos cuadros políticos si es que el jaleo de la hora no los lleva puestos. Y esto, más allá de que pasada la elección de septiembre, la dama de Loza y el caballero de Goya puedan volver a sentarse en torno a una misma mesa a poner límites a su propia gula.
Queda por responder, si es que interesa, qué pasaría si las acusaciones de fraude terminan siendo confirmadas. O si los vasos comunicantes entre Meabe de Mathó y la Justicia Federal quedan expuestos. O si se reconoce que la democracia, en este caso interna, dejó de ser un alto objetivo para los dirigentes celestes, como los valores mínimos de la lealtad entre los miembros del partido. ¿Quién se haría cargo de semejante desfalco a la tradición partidaria?
Tal vez esto no sea más que fantasear con un ideal, siempre enemigo de lo posible. Tal vez, en cambio, sea un reclamo público para que los hombres y mujeres de hoy estén a la altura de su ayer.
Algún malintencionado podría objetar, en este punto, que la historia la escribieron ellos, por lo que sobran motivos para desconfiar.
Puede ser. Puede que haya motivos. Pero para desconfiar, no es necesario ir tan lejos. Basta con poner la lupa sobre el discurso aparentemente conciliador de Cassani, que sin embargo, pese a los intentos, no logra hacer creíble su supuesta indiferencia con el cargo que persigue. Cassani quiere ser presidente del PL, es su deseo, su voluntad de poder, no un favor que le hace a los afiliados.
Por el otro lado, fue sospechoso este tiempo de silencio de Josefina Meabe. Esperó el salvavidas de la Justicia para expedirse y cuando lo hizo, atacó a dos correligionarios pidiendo prestado hasta el correo kirchnerista para hacerlo. Como para que no queden dudas acerca de cuál es su nueva prosapia. Ya no son los monstruos que atacaron al campo, del que es albacea. Ahora son los dueños del progreso.
Balestra y los suyos, a prudente distancia, miran el ring. No se meten. Esperan poder votar, dicen, sin mayor ánimo que el de competir, un poco para mantener la coherencia de los antiguos reclamos de internas y otro poco para hacer, desde adentro, un intento para frenar la avanzada K en el seno del PL. No más que eso, que para muchos afiliados es más que nada, y mucho más todavía que el papelón en el que derrapó el reñidero, otrora indigno para gente como esta gente.
Cuenta Marx que “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar añade el prusiano que una vez como tragedia y otra como farsa”. Sólo el PL, sus dirigentes, saben en qué terminará este descaste.
