Panamá, la ciudad de los contrastes

El dato
El significado del nombre Panamá es “abundancia de peces”. Panamá es un excelente lugar para pescar, cuenta con más de 1.500 islas y 480 ríos.

Panamá es todo eso. Una ciudad vieja declarada Patrimonio de la Humanidad por sus construcciones españolas-francesas; una pequeña Dubai con casinos, hoteles y edificios corporativos de vanguardia mundial; sedes bancarias que se cuentan por centenas; obreros que se cuentan por miles, como los pobres; un canal que factura 9 millones de dólares al día en concepto de peaje y otras dos economías que se cuentan casi por el mismo valor: la del puerto libre y la del turismo que, además de descansar, compra en el puerto libre.
Panamá es Centroamérica. Limita al Norte con el mar Caribe; al Sur con el océano Pacífico; al Este con la República de Colombia y al Oeste con la República de Costa Rica. Está dividido en 9 provincias, 75 distritos, 621 corregimientos y 5 comarcas indígenas: Kuna Yala, Ngäbé-Bugle, Emberá-Wounaán, Madungandí y Wargandí, que se auto-gobiernan.
Su población no supera los 4 millones de habitantes, distribuidos en una superficie de 75 mil kilómetros cuadrados; 13 mil menos que los 88 mil kilómetros cuadrados en los que vive el millón de correntinos.
Su presidente es Ricardo Martinelli, desplantado hace un par de semanas en una conferencia de la Organización Internacional del Trabajo por problemas justamente con sus trabajadores, a quienes intenta limitar nada menos que el derecho a huelga.
La ciudad de Panamá, capital de la República, no tiene más habitantes genuinos que la capital de Corrientes (cerca de 400 mil), aunque llegan a ser cerca de un millón por todos los que de alguna manera fijan allí su residencia: ejecutivos y titulares de infinidad de empresas, banqueros, trabajadores del puerto, de las constructoras que avanzan con el proyecto del nuevo canal y hasta exilados de Colombia, Venezuela, Estados Unidos y otros tantos países como Argentina. Gente que comparte un destino común: el de detestar a sus respectivos presidentes.

De aquí y de allá
En Panamá, como en toda ciudad cosmopolita, se come de todo y bien, además de lo que se toma, principalmente ron, que si es “El Abuelo”, mejor.
El plato principal típico, el asado de ese istmo americano, bien puede ser una especie de arroz con pollo (guandú) que se sirve abundantemente con cerveza (Atlas), hasta llegar al postre que nadie duda en identificarlo: “tres leches”, un dulce que surge de la mezcla de su materia prima deshidratada en su cocción.
Su exponente cultural más importante, con reconocimiento internacional, no es otro que Rubén Blades, el de la salsa intelectual.
Su historia, en tanto, se cuenta de a pedazos: “sin rencores”, dicen, y de ese modo se sacan de encima el peso de calificar a sus eternos invasores, los estadounidenses, norteamericanos, o simplemente “gringos”, con quienes comparten, además de un poco de la lengua (el inglés, claro), una moneda común, el dólar, que cotiza uno a uno con la moneda nacional, el Balboa, billete que más bien se expone en los museos.

Números
Panamá es una ciudad que crece, hoy, a un ritmo frenético, dicen que del 10% anual, producto del control soberano de sus recursos, cosa que ocurre hace menos de dos décadas, desde 1999, para ser exactos.
Según el gobierno de ese país, la tasa de desempleo se redujo del 6 al 4% en 2011. La oposición dice, en cambio, que de cada 100 trabajadores, el 41% está en negro.
El salario mínimo de un panameño es de entre 430 y 490 dólares. Aumentó el 18% en el último año, pero también hay inflación. Y si bien según el gobierno se redujo la pobreza del 36 al 23% en los últimos 3 años, Naciones Unidas considera que todavía hoy en ese país hay un 32% de pobres.
Se los ve. Una cosa es el panameño ejecutivo, empleado u obrero, y otra muy distinta aquel que vive cercado de baldíos o en casas de la colonia que pueden caerse con cualquiera de las lluvias, abundantes en esta época, a razón de ser el único distintivo entre e verano y el invierno.
La temperatura no baja de los 30 grados todo el año. Tampoco baja la humedad, lo que convierte a esas costas besadas por el Atlántico y también por el Pacífico en el mismo infierno.
Sopor, palabra si las hay, nunca puede entenderse mejor que estando bajo la influencia del Caribe, rodeado de gallinazos y de una brisa limpia y perfumada que, cuando aparece, puede decirse que Dios existe.

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Panamá es la ciudad de los contrastes. Allí conviven el glamour con la pobreza; escasos mercaditos de baratijas con cadenas mundiales de marcas líderes, sin escalas (pues ni siquiera hay kioscos: los diarios se venden en los supermercados y los cigarrillos se consiguen a pedido, por la gracia de vendedores ambulantes); artesanos y trasatlánticos que transportan producciones enteras de lo que sea; pequeños bares y casinos gigantes.
Muchos trabajadores e igual número de prostitutas; tantas, que las enfermedades de transmisión son un problema que puede golpear la puerta de cualquier desprevenido. Por eso hasta el panameño previene. La profilaxis es un tema del que se habla, que se respira.
Es la ciudad de las callecitas angostas y avenidas también angostas; de subidas y bajadas; la ciudad del mar y de la rumba, de las islas paradisíacas y hoteles de lujo. Pero es, sobre todo, una ciudad tranquila, ciertamente segura, de una amabilidad inagotable, muy barata, y de una musicalidad al oído que enamora.
No se sabe si llegando a Panamá uno llega a casa, pero seguro habrá alguien que, enterado de la visita, saca a relucir sus conocimientos sobre Buenos Aires, algo acerca de la Presidenta y mucho, pero mucho, acerca de Messi. No es poco para romper el hielo que sabe a miel con un poco de ron añejo.