Racismo, abuso de poder e impunidad

Para el diario El Litoral

Las imágenes de violencia institucional que hemos visto en las últimas horas en el Chaco son inaceptables”, escribió el presidente Alberto Fernández en su cuenta de Twitter, el martes por la noche. “Celebro que el Ejecutivo provincial haya apartado a los efectivos, pero debemos trabajar más profundamente en una problemática que es una deuda de la democracia”, añadió.
La apreciación del Presidente tal vez sea una reacción ante el impacto que generaron las imágenes de video capturadas el 31 de mayo y que registran un procedimiento policial en el domicilio de una familia qom en la localidad chaqueña de Fontana. Pero al hablar de “una deuda de la democracia”, tal vez esté mirando más profundamente los complejos factores que perfilan el accionar de las fuerzas de seguridad de muchas provincias, incluida Corrientes, que el martes 21 de abril asesinó a un recluso de 22 años durante un motín en el Penal N° 1.
Está claro que la del Chaco constituye una situación de alerta, de estructura y coyuntura, pues pese a la ferocidad del aparato represivo policial, que se ensaña con los sectores populares y aborígenes, la pandemia -que es su fundamento excepcional ¿y legal?- sigue avanzando.
Son reveladores en este sentido los datos de un informe del Observatorio de Conflictos Sociales del NEA, que depende de la Universidad Nacional del Nordeste. Su último reporte posó la lupa sobre la “represión y control social en el Chaco durante la emergencia sanitaria por covid-19”. La publicación abarca del 18 de marzo al 30 de mayo de 2020. El corte y la publicación preliminar están anclados a los hechos de Fontana, pero sirven de disparador para marcar lo que los investigadores advierten como una suerte de normalidad inquietante en la vecina provincia. ¿Será solo allí?
“La violencia, el racismo y el abuso de poder puestos de manifiesto en el hecho puntual de Fontana, constituyen solo un botón de muestra de un Estado policial que se ha ido instaurando en el Chaco a partir de la emergencia sanitaria. Una serie de mecanismos de control social, cuyo funcionamiento se complementa y yuxtapone, ha dejado a la ciudadanía a merced de unas fuerzas de seguridad con cada vez mayor cantidad de funciones, autonomía, legitimidad e impunidad en su accionar”, empieza diciendo el texto.
El tema es que ese poder sobre los derechos de la población no es proporcional a su eficacia para contener la pandemia, que “en el Chaco ha causado casi el 10% del total de muertes aunque su población representa el 2,5% de los habitantes de la Argentina”.
El covid-19 afectó de manera particular al Chaco. El primer caso fue confirmado el 9 de marzo (seis días después del primer caso en Argentina). Desde ahí, la vecina provincia tuvo algunos de los peores indicadores del país: el primer caso de un niño infectado (13/3), el segundo fallecimiento por covid-19 (13/3), el primer caso autóctono (16/3), la víctima más joven (31/05) y un crecimiento sostenido tanto de confirmados como de muertes, siendo la tercera jurisdicción provincial con mayor cantidad de casos. Este viernes superó el millar de personas con la enfermedad.
Un dato adicional, fuera del informe, dice que el Chaco mantiene dentro de su sistema sanitario un foco infeccioso que reportó alrededor del 30% del total de contagios desde el inicio de la pandemia. Esta es una línea importante, porque es la línea que intentó asegurar el Gobierno de Corrientes desde el primer momento para mantener bajo control, o al menos bajo la posibilidad de un manejo razonable, los casos en esta orilla del Paraná, costa que se relaciona fluidamente con la otra a través del puente General Belgrano. Recordemos además que esta situación provocó una especie de “guerra verbal” entre funcionarios de ambos gobiernos por la rigurosidad en el manejo de los controles.
La cuestión, entonces, que surge para el análisis colectivo, tiene que ver con la efectividad de las medidas de restricción y con el fundamento de la violencia con la que se aplican. ¿Qué pasaría si la violencia frena al covid-19?
La pandemia, además de desnudar asimetrías técnicas, culturales y económicas, al parecer también desnudó un rasgo de segregación y discriminación muy fuerte y arraigado. No ya en Estados Unidos, sino en el Chaco mismo, que es un Estado pluricultural, pluriétnico y diverso. Pero ¿será que solo ocurre allí? ¿Qué podemos aprender nosotros, mientras tanto, para no llegar a esos niveles de iracundia institucional?
Lo que sabemos por el informe de la Unne es que en el Chaco “se fueron sucediendo diversas medidas de control social que -con la excusa de la emergencia sanitaria- profundizaron la represión operada por los aparatos del Estado”.
La paliza de un grupo grande de policías a chicos y chicas de una familia qom de Fontana se convirtió en un tema de debate nacional. Hasta referentes de la ONU pidieron intervención para frenar la escalada. El Gobierno del Chaco hizo varias cosas: repudió “este accionar ilegal, violento y arbitrario” y al mismo tiempo informó que todos los efectivos involucrados en la incursión del domingo en Fontana fueron separados de sus cargos. Se trata del oficial subayudante Cristian Foschiatti, del sargento Cristian Benítez, del cabo Cristian Flores, y del agente Orlando Cabrera, que son los que en principio aparecen en los videos que se hicieron viral.
Desde la Secretaría de Derechos Humanos, su titular, Silvana Pérez, confirmó que denunciaron a otros dos agentes y que pedirán la detención de todos (cosa que no ocurría hasta el viernes). Dijo que serán querellantes en la causa y que, además de la cuestión penal, elevarán recomendaciones para reconfigurar el esquema de poder dentro de la Policía.
Varios días después, el propio gobernador Jorge Capitanich se dio por aludido: pidió perdón a las víctimas, a sus familias y a la comunidad indígena, y aceleró una reforma policial cuyo anuncio formuló el pasado jueves. Tal reforma incluye un manual de buenas prácticas para la policía, capacitación en políticas de género, derechos humanos y derecho indígena. Capacitación en la Ley Micaela y en la Ley de Interculturalidad, lo cual será obligatorio para todos los agentes públicos. Además, planteó un cupo indígena para la integración a las fuerzas de seguridad. El viernes, en tanto, se reunió con referentes del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas para trabajar en acciones para las comunidades originarias.

Los datos
El Observatorio de Conflictos Sociales del NEA no denuncia, sino que informa. Pero los datos de este trabajo ya fueron analizados por el Comité de Prevención de la Tortura (CPT) que es el órgano estatal que controla al Gobierno y vela por el cumplimiento de las normas en procedimientos de este tipo en el Chaco. Hay otros comités en media docena de provincias, uno de ellos, en Corrientes.
Sucede que el informe del Observatorio de la Unne enumera una serie de irregularidades que podrían resultar generales, como las detenciones por “violación de cuarentena”.
En específico informa que durante el período del 18 de marzo al 30 de mayo de 2020 se produjeron en el Chaco unas 15.224 detenciones por violación del aislamiento. Esto arroja un promedio de 200 personas por día (8 personas por hora), con un pico máximo de 563 detenciones el día 22 de marzo”. De ese total, unos 1.650 son menores de edad, a pesar de que su detención es ilegal de acuerdo con el Régimen Penal Juvenil, agrega el informe.
Hay más: “La Policía del Chaco, en los últimos 10 años, asesinó a 21 personas bajo la modalidad de ejecuciones ilegales, comúnmente llamadas ‘gatillo fácil’. Este número llega a 86 muertes por acción u omisión estatal si se agregan las muertes por cárcel y comisarías, por represión a la protesta social, en operativos, femicidios y desapariciones forzadas”.
Ante esta situación, el Comité Provincial contra la Tortura presentó denuncias y recomendaciones para los operativos y un habeas corpus preventivo y correctivo, que finalmente fue rechazado. Entre las razones del rechazo, el procurador general adjunto del Chaco, Miguel Fonteina, sostenía que “nos encontramos ante una crisis sanitaria sin precedentes, donde se requiere adoptar medidas inmediatas”, donde no se advierte “un accionar ilegal, represivo, anómalo por parte de la Policía de la provincia del Chaco, dado que las medidas a fin de hacer cumplir el aislamiento dispuesto resultan imprescindibles, razonables y proporcionadas con relación a la amenaza y el riesgo sanitario que enfrentamos”. Los resultados no están a la vista. El peligro de semejante visión, sí.

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Violencia policial y discriminación en Chaco: la historia detrás del video del ataque a una familia qom

Publicado en La Nación

CORRIENTES.- Con niveles de violencia desmadrados y un grado de ensañamiento anclado en la discriminación racial -tal lo demuestran los registros fílmicos de los propios damnificados-, un número todavía indeterminado de agentes de la Policía del Chaco que prestan servicio en la Comisaría Tercera de Fontana fueron denunciados pública y formalmente. Los acusan de ingresar sin orden de allanamiento a la casa de una familia de la comunidad qom ubicada en el barrio Bandera Argentina, de esa localidad, y golpear a quienes estaban en el interior de la vivienda, entre los que se encontraban mujeres, jóvenes y menores de edad.

Fontana es una localidad cercana a la capital, parte del Gran Resistencia. El hecho ocurrió el domingo a las 4 de la mañana. Varios agentes policiales ingresaron a las patadas a una humilde vivienda y golpearon a hombres y mujeres de la comunidad qom. Al parecer, buscando a varios jóvenes que habrían apedreado la comisaría, a cuatro cuadras de allí.
El violento accionar policial -que consiguió un repudio casi unánime -, empezó con un allanamiento ilegal contra una familia originaria y que terminó con cuatro jóvenes detenidos y torturados, con sus familiares golpeados por intentar defenderlos y una menor de 16 años en estado de shock por vejaciones que se investigan.

A las 4 del domingo, más de 15 policías de uniforme y de civil, derribaron a patadas la puerta de la casa ubicada en el barrio Bandera Argentina y después de agredir a culatazos y patadas a hombres, mujeres y niños, arrastraron a cuatro jóvenes a la comisaría.
Una vez allí, los encerraron en un cuarto oscuro, los golpearon, les rociaron con alcohol y los amenazaron con encender fuego. Saltaron sobre sus cuerpos al grito de “indios infectados”, haciendo alusión a la situación que atraviesan las comunidades originarias, golpeadas por el coronavirus. Incluso los amenazaron de muerte, según contó por radio Daniel Rolón, dirigente de la comunidad. Su relato sustentó la denuncia de varias organizaciones de Derechos Humanos del Chaco.

Las denuncias públicas posteriores a la represalia policial sostienen que el ataque no fue solo con golpes, sino también con balas, tortura y abuso, lo cual es materia de investigación. Un episodio que suma zozobra a la crítica situación que atraviesa el Chaco por el avance no controlado de la pandemia de Covid-19.

Pasado el mediodía, la ministra de Seguridad del Chaco, Gloria Zalazar, informó en una conferencia de prensa que todos los efectivos involucrados fueron separados de sus cargos. “Repudiamos este accionar ilegal, violento y arbitrario por parte de la policía”, procedimiento “que nada tiene que ver con el compromiso del Gobierno con el estado de derecho y las garantías de derechos humanos”, dijo.

Racismo y discriminación
“Agarraron del cabello a mi hija y la arrastraron. Entre seis policías agarraron a mi hija y a mí. El oficial Antonio Fernández me pegó con la 9 milímetros en el rostro “, relató Elsa, en uno de los videos que se viralizaron desde este lunes.

“A los chicos los molieron a palos. Y a las chicas es irreparable lo que le hicieron, todavía no se animan a contar, solo lloran y tiemblan”, relató también Daniel Rolón, del Comité Provisorio Indígena por la Pandemia.
Ese es otro punto clave. La comunidad Qom se mantiene hace días en el centro del escrutinio público justamente desde que el coronavirus se metió en el Área Gran Toba de Resistencia, un territorio extendido y que incluye unos seis barrios resistencianos con más de 5000 personas en su interior.

La propagación del virus en esas barriadas pobres de la capital chaqueña, sin infraestructura básica ni medioambiental, además de la actuación diferencial del Estado, que blindó la zona con tierra y vallas, algo que no hizo en otros lugares de la capital ni de la provincia, los expuso al ojo discriminador del resto de la comunidad. Y también al miedo.

” Pero ese ensañamiento, ese racismo y discriminación no brotó como un hongo. Estaba desde antes de la pandemia, sólo que ahora fue magnificado. Y muchas veces desde el mismo Estado”, dijo a LA NACION Cecilia Solá, integrante de Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Chaco.

El Inadi también repudió la violencia policial hacia una familia de la comunidad qom. La delegada del Instituto Nacional en la provincia, Nancy Sotelo, emitió un comunicado amonestando el hecho que ocurrió en la madrugada del domingo. ” Este procedimiento se da en un contexto de fuerte racismo, en el marco de la pandemia de Covid-19, que ya se venía denunciando desde el Inadi “, señaló Sotelo.

El racismo es un elemento central. El Chaco convive con extendidas comunidades aborígenes en todo su territorio, pero muchas veces no son tratados como iguales.

“En el lenguaje oficial ya empieza la discriminación. Cuando pedimos asistencia, desde la Subsecretaría de Derechos Humanos nos dicen que ‘ya están bajando con la asistencia’, como si ellos estuvieran arriba”, graficó Cecilia Solá.

Encerrados
En este juego de divisiones, se acentúan los parámetros negativos de los determinantes sociales de la salud de la población Qom, donde hace punta la discriminación. Laura Pérez, referente de una de las comisiones vecinales del barrio Toba contó días pasados a LA NACION que cuando “pedimos intervención sanitaria urgente y un cordón sanitario” el Gobierno “puso vallas y montículos de tierra”.

En su mayoría, los vecinos del Gran Toba y las demás barriadas aborígenes son artesanos o changarines hoy desempleados. Ya ni siquiera pueden salir a vender en los espacios públicos, pues aflora con ellos lo peor de la segregación.

“Métanse en sus chozas, indios infectados”, le dice la gente, pero también los efectivos policiales que todas las noches recorren las ciudades por el toque sanitario, contó Solá.

“Aflora el racismo, porque nos exponen. A los otros barrios no se los menciona. Y a nosotros nos tratan de salvajes. Pero además no nos escuchan. La gente dice que no respetamos el protocolo, que ni siquiera usamos barbijo. Pero, ¿alguien se preguntó si podemos comprarlo? “, se quejó Laura Pérez, hace unas semanas, cuando surgió el brote en el Toba.
Ahora, dado este nuevo episodio de violencia policial, las organizaciones de mujeres del Chaco trabajaron activamente en la contención de las familias agredidas de las niñas. Insistieron para que puedan ser contenidas desde el punto de vista sanitario, de seguridad y de los derechos humanos. La asistencia sanitaria llegó con demora, pero llegó. Ahora se quejan de que los procedimientos administrativos no se hicieron como mandan los protocolos.

Este martes las organizaciones feministas y de derechos humanos supieron que los policías que actuaron ya fueron sumariados.

” En la comisaría, les apagaron la luz, les dieron una paliza, los chicos tienen las caras y los cuerpos reventados a golpes y las chicas hablan de abuso, manoseo y de métodos de tortura. La policía puso la excusa de que cascotearon la comisaría. Aunque hayan o no hayan cascoteado, el grado de tortura y violencia que han sufrido esos jóvenes y sus familias es inenarrable”, agregó Cecilia Solá, en su carácter de integrante también de la Mesa Multisectorial Feminista.
Desde esa organización dicen además que no es un hecho aislado la represión y persecución a los pibes de los barrios y asentamientos populares. Es moneda corriente en el Chaco, dicen, pero este caso ha cobrado relevancia gracias a la valentía de la familia que decidió difundir los hechos.

Tras entender la gravedad del hecho, la delegada del Inadi solicitó la intervención de las autoridades correspondientes para que impulsen una investigación que permita la identificación del personal policial que intervino y que se establezcan responsabilidades y sanciones para quienes actuaron al margen de lo que establece la ley para este tipo de procedimientos. También pidió al Ejecutivo que adopte las medidas necesarias para garantizar los derechos de las víctimas y llevar tranquilidad a toda la ciudadanía.

El parte policial
Oficialmente, antes de la viralización de los videos, las oficinas de información de la policía del Chaco señalaron que cuatro jóvenes, entre ellos dos menores, atacaron una comisaría de Fontana y que como saldo de ese ataque, hay dos policías heridos.

“Si bien todavía no se determinó el motivo del ataque por parte de dos parejas a la comisaría Tercera de Fontana, se logró identificar a los agresores: tienen 20, 18 y 16 años”, dice el parte.

Según consta en el texto policial, pasada las 4.30 un grupo de personas arremetió contra la dependencia policial tras arrojar objetos contundentes. A raíz de ello, “los agentes iniciaron un operativo para calmar la situación logrando, luego de unos minutos, reducir y detener a los agresores”. Sin embargo, dice el parte, dos agentes resultaron heridos y debieron ser trasladados al hospital Perrando: Antonio Fernández y Cristian Flores.

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