Monseñor Castagna: “Es lamentable querer tener al pueblo empobrecido para mantenerlo sujeto”

 

 

 

EDUARDO LEDESMA – SEBASTIAN BRAVO – MARCOS MENDOZA

 

 

A monseñor Domingo Salvador Castagna le falta poco para ser el que fue. Carece de fuerzas para recuperar su andar intenso pero le sobra gimnasia en su lengua filosa. Castagna es el mismo de siempre pero más viejo (tiene 83 años) y sin poder (es obispo emérito desde el 27 de septiembre de 2007, cuando el Papa Benedicto XVI le aceptó su renuncia). “Ya no vienen a verme los que antes venían”, dice. Se lamenta con misiles discursivos de alto impacto, sin destinatarios explícitos pero que siempre han tenido su acuse de recibo. Considera que “la sociedad está enferma, sobre todo de violencia demencial” y si bien incluye a la Iglesia entre los responsables de su sanación, apunta a los dirigentes políticos como principales “moderadores sociales”. Cree, sin embargo, que “no hay respuestas”. Insiste y reclama: “El que gobierna es un ejemplo para el pueblo”. Debe serlo, al menos, pide.

Mañana se cumplirá una década del X° Congreso Eucarístico Nacional. Se hizo en Corrientes, participaron más de 100 mil personas y hasta estuvo el ahora mundialmente famoso papa Francisco, entonces cardenal primado Jorge Mario Bergoglio. El lema era “Denles ustedes de comer” y hablaban de un pueblo “pobre y robado”.

En vísperas, El Litoral entrevistó a Castagna en el solar histórico de la Cruz de los Milagros, su actual residencia. “Elegí quedarme en Corrientes”, destaca orgulloso. El lugar transmite tranquilidad y soledad, un poco por su personalidad y otro por los artefactos quemados por los vaivenes de la tensión eléctrica. Tampoco estaba el cura con el que suele vivir, quien se encuentra atendiendo asuntos familiares. A él lo suele acompañar en sus misas en el Pirayuí. De todos modos, da misa todos los días en su capilla. “Casi siempre, solo”, detalla. En ese marco, custodiados por fotografías de los tres últimos papas, sucedió esta charla.

¿Cómo se eligió a Corrientes como sede del Congreso Eucarístico Nacional (CEN)?

Estábamos en una reunión donde se tenía que elegir la sede. Y había, como candidata, una diócesis más prestigiosa, más céntrica. Pero el ahora cardenal (Estanislao) Karlic, que era presidente del Episcopado se me acerca y me dice: “¿Qué te parece Corrientes?

No. Le dije que no, que estábamos saliendo de la crisis de 1999 que nos llevó a la intervención. Estábamos saliendo de eso, y se iniciaba la primera gestión del actual gobernador cuando se hizo el Congreso.

Le dije: ¿Te parece? Después la organización es muy costosa. Nosotros somos pobres. “Bueno pero eso no importa”, me dijo. “Te ayudamos todos”. Y después en la asamblea dice: “Yo hablé con monseñor Castagna y dijo, bueno; no me dijo que no”. Así se eligió Corrientes en 2002.

Por eso la crisis a la que aludía estaba muy reciente…

Claro, pero además había sólo dos años de preparación para el evento, pero bueno, la Asamblea aplaudió unánimemente y se decidió que en 2004 se haría el Congreso en Corrientes. Digo bueno, voy a consultar. Y me acuerdo que llamé al padre Sánchez, que era mi vicario general. “Qué bien monseñor”, me dijo. Así que así se hizo.

¿Cuál es la conclusión que usted saca hoy, a 10 años del Congreso?

Creo que quedó marcado Corrientes y marcado el país con ese Congreso. Fue un Congreso que dejó una huella profunda. Me lo decían los obispos. La gente se fue conmovida de Corrientes. Eso me lo expresaba, por ejemplo, monseñor (Carmelo) Giaquinta. Decía: “Yo fui a muchos Congresos, pero este me llegó al corazón”.

Fue movilizante…

Creo que uno de los factores para que ello ocurra fue la idiosincrasia del pueblo correntino, que es muy acogedor, muy hospitalario. Y ahí sacó toda su capacidad.

Un pueblo que sufría mucho también de aquello que se hablaba en el Congreso: la pobreza, por ejemplo.

Claro, había pasado una crisis muy dura y era además una realidad muy probada para el pueblo. Recién ahora estamos con un orden más constitucional, por ejemplo.

Pero lo interesante fue cómo recibió el pueblo a los peregrinos, a aquellos elegidos de las diócesis para venir oficialmente al Congreso. Después venían los que querían.

Usted llegó a escribir que no esperaran del Congreso ninguna declaración rimbombante, pero igual terminó ocurriendo eso. El CEN en sí mismo fue una declaración.

Es que dejamos un mensaje, principalmente de índole religioso. Es decir: lo importante fue que en un pueblo, en su mayoría bautizado, cristiano, la centralidad estuvo puesta en Cristo. Por eso elegimos el lema “Denles ustedes de comer”.

Carlos Alonso, viceintendente de ese entonces, dijo: “Ese mensaje fue dirigido a nosotros, a la dirigencia política, que más que decirnos “denles ustedes de comer” nos dice “déjense de joder”.

No lo dijimos así porque si no teníamos que cambiar el logo. (Ríe a carcajadas).

Pero se hizo cargo del mensaje…

Si, bueno. “Denles ustedes de comer”. Eso es parte de un texto bíblico. Es el evangelio de Mateo sobre la multiplicación de los panes. Yo extraje de ahí ese lema. Porque tiene un mensaje. Porque este pueblo estaba hambriento de muchas cosas. De alimentos, pero también de cultura, de salud, de todo. Un pueblo pobre es totalmente pobre. No porque no tenga plata…

¿Es un pueblo empobrecido este?

Claro. Porque no está al alcance de sus manos los elementos para alcanzar el nivel de un pueblo desarrollado.

A 10 años, ¿cambió algo?

Yo creo que no hemos aprendido mucho, no digo el pueblo, porque el pueblo es una reserva, pero los políticos no aprendieron demasiado.

¿No han aprendido?

Yo creo que no han aprendido demasiado. No sólo acá. Lo digo en todo nivel, no sólo hablo de Corrientes. Porque ahora mismo estamos pasando momentos críticos, muy difíciles, que no tendrían que ser así. Espero que se produzca un cambio, digo, en el fondo, en el sentido de un comportamiento popular que vaya renovándose para que este pueblo se vaya poniendo de pie, que es muy importante.

Nosotros lo decíamos mucho en el ‘99. Decíamos que el pueblo se puso de pie y está reclamando sus derechos. Por eso la Iglesia estuvo siempre junto al pueblo en ese sentido.

Usted jugó un rol importante en ese momento, desde su lugar. Hoy la Iglesia argentina, en este momento institucional, pareciera sin el mismo compromiso.

Yo creo que sí. A nivel nacional yo creo que sí. Están trabajando seriamente. Y eso que es un Episcopado nuevo.

Usted sentaba posición semanalmente con sus alocuciones.

Sí, pero desde la fe.

Esta bien, pero hacía política.

Yo siempre decía: les hablo desde la fe, desde el evangelio. Pero desde el evangelio sale todo esto, eh.

¿Usted era consciente del poder que ejercía?

El poder apareció después. Yo me encontré con una situación concreta. La gente me pidió que haga mis homilías y yo me comprometí con ellos.

Usted tenía una tribuna importante todos los domingos, más allá del púlpito.

Recuerdo que los diarios casi siempre me daban la tapa.

¿Usted cree que en otra diócesis la Iglesia tendría el lugar en los medios que tiene en Corrientes?

El pueblo correntino es un pueblo religioso, por lo tanto oye a sus pastores. Eso tenía a favor mío también, porque yo decía una palabra y me escuchaba la gente.

¿Se arrepintió alguna vez de lo que escribió o dijo?

No. Nunca.

¿Nunca fue refutado?

Tampoco. Algunos se enojaban (ríe). Algunos habrán creído que era todo para ellos, pero yo hablo para todos.

¿En quién pensaba cuando escribía?

No pensaba en nadie. Alguna vez contesté alguno porque dijo alguna macanita públicamente y entonces le respondí, pero nada más (ríe).

¿Extraña eso?

Eran momentos de expresión para mí pero de tensión, también. Ahora estoy bien. Muy mayor. Pero si tuviera que hacerlo haría lo mismo seguramente. Quizás con más experiencia que antes. Con Bergoglio, antes de ser Papa, lo hablamos mucho a esto. El me llamaba cuando había alguna manifestación que me retrucaban en algunos diarios, sobre todo en Página 12. Me llamaba y me decía: “Che, te han cascoteado”. Bueno. Yo voy a seguir diciendo lo que pienso.

Bergoglio también tenía un rol político importante cuando estaba en Argentina. Era muy escuchado.

Claro. Por supuesto.

Aún hoy.

Y desde allá (Roma) con más razón no, porque Dios y la Historia lo han puesto en ese lugar tan especial. Ahora hasta la gente más enemiga no se atreve a decir ni a. Antes decían cualquier cosa. Incluso algunos tuvieron que callarse la boca. Ahora es un hombre internacionalmente querido. Es querido en Roma. Estuve allí cuando fue la canonización de los santos, Juan XXIII y Juan Pablo II. Estuve ahí y en Italia lo adoran a Francisco. Nosotros hemos cambiado nuestra imagen en el mundo gracias al Papa, no gracias a nuestros gobernantes.

 

Futuro Papa en Corrientes

Bergoglio vino al Congreso. Es decir que tuvimos acá a un futuro pontífice.

Bergoglio, futuro papa Francisco vino y estuvo todo el tiempo acá. Los dos éramos vicepresidentes del Episcopado, que presidía monseñor (Eduardo) Mirás. Bergoglio era cardenal y primado de la Argentina así que dirigió algunas jornadas. Yo presidí el famoso acto mariano, de la mañana, se acuerdan? También vino el Nuncio Apostólico (Adriano Bernardini).

Y cómo llega el cardenal Julio Terrazas Sandoval, el enviado del Papa. ¿Ustedes lo pidieron?.

No, no. Lo envió el Papa. Era un obispo latinoamericano.

Era boliviano (el primer cardenal de ese país) y conocía la realidad y la temática del Congreso.

Claro. Además él conocía bien la Argentina porque estudió acá. Fue una decisión acertada la del Papa.

Bergoglio habló ya entonces del hambre de fe y comida.

De todo. Y hablar en un ámbito como éste era importante y desde este ámbito hablarle a todo el país. Es decir, religiosa y socialmente, la atención nacional de esos días estuvo centrada en Corrientes, pese a que no todos los medios nacionales lo reflejaron. Los de acá, claro, lo cubrieron ampliamente.

En el Congreso se decía que había heridas profundas y muchos interrogantes, socialmente y seguramente en la Iglesia. ¿Esas heridas se pueden parangonar con las de hoy?

Esas son consecuencias de heridas profundas. Estas son manifestaciones que enferman interiormente. Entonces nosotros tenemos que curar a la sociedad para frenar las consecuencias de una sociedad enferma como es la delincuencia; la violencia demencial. Matan a los ancianos, a los chicos y tantas otras cosas. También violencia familiar. Hay que pensar mucho más en las familias. Preparar mejor a la gente para el matrimonio. Porque la violencia es fuerte. En todo sentido, incluso los abusos a las criaturas pequeñas. Eso significa que hay una sociedad enferma hay que curar y ahí tenemos que intervenir todos.

La Iglesia tiene que dar su aporte, sobre todo para los que tienen fe. Les da recursos espirituales para superar y ennoblecer su vida. Toda la sociedad tiene que hacerlo: los educadores, los científicos. Y por supuesto los políticos que son los moderadores de la vida social. Si ellos no saben moderar la violencia social, se convierten en un problema.

¿Cómo los ve en general en esos términos, de violencia, de heridas, a la dirigencia?

Es que no hay respuestas. No encuentran la justicia adecuada, las leyes suficientes para contener tanta violencia. Y por ahí se pelean por cosas que no son tan importantes y se olvidan de lo que sí importa, que es la gente.

Se pelean por minucias y olvidan lo importante…

Claro, porque las peleas los distraen de lo importante. Y no digamos nada si aparecen funcionarios contaminados de corrupción. No sólo que es un hecho contra la comunidad sino que hay que dar el ejemplo también. Yo creo que el que gobierna es un maestro para el pueblo. Su vida debe ser un magisterio. Tiene que serlo. La gente tiene que encontrar virtudes, en aquellos que los gobiernan, que puedan trasladar a su vida cotidiana. En los que ellos eligen para que los gobiernen.

En el 2004, este era un pueblo empobrecido pero también robado, según se dijo en el Congreso Eucarístico.

Empobrecido, de lo cual no son los pobres los culpables. Si se le roba a ese pueblo se lo empobrece. Si se le cierra el acceso a una educación adecuada, se lo empobrece. Si se les cierran las puertas a un trabajo digno, a una vivienda como corresponde, a una salud que cumpla con sus necesidades… Eso corresponde a los que están al frente de la sociedad, los que tendrían que ser los servidores de la sociedad. Estos son problemas que no los puede solucionar la gente. Lo tienen que solucionar los gobernantes, aquellos que están al frente de eso.

¿Mejoró algo desde entonces?

Estamos en un momento crítico. Hay que ver lo que no va bien y buscar soluciones. A veces ni pensamos en buscar soluciones sino en sobrevivir al momento, pero la gente quiere soluciones. Quiere pensar, intervenir, hacer su aporte. Hay que preparar al pueblo para que elija bien a sus gobernantes. Hay que educar al soberano.

Es justamente el gobernante el que tiene la obligación de hacerlo, pero muchas veces no educa para que no se le venga encima un pueblo culto, que reclama otras cosas.

Es lamentable que se quiera mantener al pueblo empobrecido para mantenerlo sujeto. La libertad es el gran don de Dios. No es un pueblo libre un pueblo que no ha tenido acceso a lo que necesita para ser pueblo. Y las personas para ser personas. El don de la libertad es fundamental. Y no una libertad que sea libertinaje. A modo que se haga lo que se antoja. Florece la delincuencia de esa manera. Es libertad para hacer lo que se debe hacer. No para que se aproveche el egoísmo como dice el apóstol San Pablo. Al contrario, para establecer los lazos de la fraternidad, de la solidaridad, del amor entre las personas.

En esa misma línea, se decía en el CEN, que no había carencia de bienes sino una carencia de generosidad. ¿Eso es lo que no ha cambiado?

Y sí. Yo creo que los protagonistas son los que tienen que cambiar. Porque todo el mundo dice. Argentina es un pueblo rico pero en manos de gente no suficientemente responsable. Por eso hay que preparar a la gente para la política, pero necesitamos políticos honestos. En el Congreso decíamos que necesitamos políticos honestos y capaces. Hay gente muy honesta pero que no es capaz. No hace bien las cosas. Y hay gente capaz que es deshonesta, que hace las cosas pésimamente mal. Hay que buscar el equilibrio.

¿No cree que se haya evolucionado algo en estos 10 años?

Siempre hay cambios a pesar de que muchas veces obstaculizamos los cambios y las transformaciones. Las irresponsabilidades de unos o de otros. De abajo y de arriba. Eso obstaculiza el progreso y el desarrollo. Pero yo no sería tan pesimista. Creo que no hay que ser tan pesimista. Yo creo que hay reservas en el corazón de nuestro pueblo que lo haría capaz de revertir la situación, cambiar las cosas y tomar un camino más directo hacia la verdad.

Francisco reafirma hoy, siendo Papa, lo que decía aquí siendo obispo. Sobre todo puertas adentro de la Iglesia, cuando, por ejemplo en el Congreso Eucarístico, pedía a los curas salir de sus iglesias.

Salir a la periferia. Las periferias existenciales, lo llama él. No solamente periferias territoriales. Hay gente que está situada en la periferia existencialmente. Por varios motivos. Porque están excluidos, porque sufren de la pobreza, de la injusticia, de la marginación, del olvido de tanta gente. Hay que privilegiarlos porque son los que más sufren.

Yo creo que el país está necesitando eso. Y de la iglesia está necesitando que le predique un evangelio que sea un llamado a la vida, que sea una interpelación a la vida concreta, con sus dificultades, con sus problemas reales, que son muchos lógicamente.

Nosotros, los eméritos, que ya estamos sin el gobierno de una diócesis, podemos hablar. Yo sigo escribiendo mis sugerencias homiléticas (sic) y bajo ese título voy tratando todos los temas desde el evangelio, como hacía con mis alocuciones, pero claro, no tiene repercusión porque no estoy al frente. Porque acá es muy importante eso. Los políticos dejaron de venir. Antes venían todos a verme. Ahora nadie viene (ríe).

¿Y qué venían a hacer?

Y, a hablar conmigo, a consultarme, a preguntarme…

¿Desde que es obispo emérito?

No, antes. Después ya no vinieron más. Alguno que otro, por mayor amistad si viene. La política los enajena, ¿no? Los que pasaron, ya pasaron. “Usted monseñor, ¿está bien?”, me dicen. Sí, yo no me fui. Sigo acá. Todavía no me morí, digo.

¿Hay gente que usted quisiera recibir y no viene?

Hay gente que no viene, es verdad, y podría venir. O hay gente que antes venía y ahora no viene (ríe). Pero está bien. Es natural. Muchos me dicen que van a venir y les digo que se apuren porque si no van a tener que ir a la Catedral. Me preguntan si es allí donde me voy a mudar y les digo que no, que allí es donde está mi sepultura.

¿Y cómo se lleva con eso?

Yo tengo otras actividades. Me llaman los obispos para predicar en el clero. Dentro de mis posibilidades voy, porque me canso más que antes. Pero voy a los retiros espirituales que son muy importantes. Así que viajo bastante. Ahora cuando volví de Roma me pesqué casi una neumonía así que estuve en cuarteles de invierno. Sigo trabajando mucho. Intelectualmente sigo muy activo. Si dejo de pensar me muero.

 

 

LA VIDA DESPUES DEL GOBIERNO

Monseñor Stanovnik tiene “otro estilo” para dirigir la Arquidiócesis

 

 

¿Da misa siempre o una vez por semana?

Todos los días. Tengo mi capilla y doy todos los días. Solo, casi siempre, pero a veces viene algún amigo y los fines de semana. Ahora conmigo vive un párroco del Pirayuí que ahora no está porque su papá se está muriendo en Pigüé. Entonces por ahí voy a la parroquia de él a celebrar misa.

¿Se informa de lo que pasa?

Escucho y veo todo. Miro las noticias.

¿Usa Internet?

Sí. Con la computadora trabajo mucho. Escribo en la computadora desde hace muchos años.

¿Y los medios los lee por Internet?

Leo los diarios por Internet. Miro los títulos, leo los artículos que me interesan.

¿Qué ve en las noticias de hoy?

Me preocupa mucho la violencia. La inseguridad de la gente. La gente está muy preocupada por la inseguridad.

¿Sale a caminar?

No. Me canso mucho.

¿Pero sale?

Si, cuando me llevan.

¿Y qué ve afuera?

Más coches que antes. No se puede estacionar en ningún lago (ríe). Yo me siento cómodo en Corrientes, por eso me quedé. Recibí ofrecimientos para irme a otro lado. Soy de Buenos Aires incluso, pero mis amigos, que generalmente son los últimos que quedan, son de acá. Son correntinos.

¿Tiene vida social?

Viene mucha gente acá. Mucha gente viene porque me toma como director espiritual, como confesor. Esto (por la casa) es un confesionario grande. Hay sacerdotes que vienen también.

¿Cómo ve la diócesis?

Es otro estilo el de mi sucesor (monseñor Andrés Stanovnik). Somos distintos. Nos llevamos muy bien. Nos llamamos. Comemos a veces. Tenemos una diferencia de edad también, yo tengo 19 años más que él.

¿Cuál sería la diferencia más grande?

La diferencia más grande es el estilo pastoral de cada uno. Los estilos son como la cara, como la diferencia entre una cara y otra. No es que uno sea mejor que el otro.

¿Cómo ve usted los debates de la Iglesia actual? ¿Los cambios que viene haciendo Francisco dentro de la curia?

Estoy ilusionado con eso. Se necesitaba un cambio. Se necesita un cambio. La simplificación de muchas cosas. El trajo un giro de sencillez que es mucho más evangélico y más transparente.

¿Y con respecto a los casos de abuso?

Con eso también. Ya había empezado Benedicto, que se puso muy duro, cero tolerancia. Y Francisco sigue igual.

¿Usted tuvo que lidiar con ese tema?

Sí. Mucho. Y muchas veces tuve que poner la cara.

Pero la sociedad mira a la Iglesia de otra manera, porque la Iglesia pide comportamientos santos. Entonces, cuando se habla de un cura abusador, el impacto es enorme.

La Iglesia de los pastores. Pero la Iglesia somos todos los bautizados. Entonces, yo siempre lo digo: hay que recordar a todos que somos corresponsables de la presencia de la Iglesia en el mundo. La Iglesia no son sólo los pastores. Y han ocurrido casos, lógicamente. No en la cantidad que se habla. Alguna gente generaliza. Hay más gente buena que mala. Yo los conozco.

Si usted tuviera que volver a escribir las homilías, ¿se le ocurre que haría?

No tengo ganas de volver.

Pero hagamos un simulacro.

Seguiría haciendo lo que hice antes. Aquello sigue siendo válido. Yo me dedicaría a eso y sobre todo, a estar con la gente. Es muy importante. Es lo que está pidiendo el Papa. Pastores con olor a ovejas.

Gracias, monseñor.

Con mucho gusto. Espero que saquen algo de todo esto. Felicidades.

Mensajes

Y si de ayudar se trata, aquí te dejo estos versos

nacidos del corazón: no son gran cosa, están hechos

con un oído en la gente y otro en el evangelio;

pueden servirte en la crisis que trae el nuevo milenio…

Delante de vos se abren dos caminos, dos proyectos:

felicidad o desgracia; el servicio o el provecho;

compartir o amontonar; el Dios vivo o dioses muertos:

tendrás que elegir, muchacho: servir a Dios o al dinero.

Extracto del poema “De un padre a un hijo”, del paí Julián Zini

 

(Domingo 17 de marzo de 2013). La elección del papa despierta la atención del mundo entero. Excede a los católicos, que por si fuera poco, son muchos.

La tradición milenaria de la Iglesia de Cristo, revestida de fastuosidad imperial, concita el interés de los mortales comunes, apegados a la necesidad de saber al menos una parte de los misterios, aquellos que le son ajenos por decisión de los hombres que gobiernan desde Roma.

Este hambre convierte por unos días, a personas del globo entero, en depredadores de información: de viejas profecías, de los pomposos ritos y de las intrigas mil veces denunciadas y pocas veces probadas y que claramente rodean la elección de un pontífice, el rey de unos 1.200 millones de personas que creen, que esparcidas por el mundo acogen la virtud de la fe.

En ese andar, en cualquier calle, que incluye a las de Corrientes claro, es fácil advertir la presencia de vaticanistas de ocasión. Todos tienen algo que decir, opinar, conjeturar. Porque hay papa, porque a este se lo conoce y se lo vio actuar. Porque hay un estado de participación, un colectivo de cuerpo presente ante este pedazo de la historia universal.

Católicos y no católicos, por tanto, subidos a las escalinatas de la argentinidad o del americanismo más profundo, con justa razón, abrieron las puertas de la esperanza.

El ex cardenal primado de la Argentina, hoy el papa Francisco, hace lo suyo. No para de enviar señales que el mundo interpreta positivas. En su país, en cambio, todavía se discute. No se sabe si por discutir de puro gusto; por la negación al éxito del otro, que no es más que un vecino; si por política, si por ideología, si por el pasado o por el futuro. Todavía, una parte de este país, discute. Y exige, como cuando es exigido por la Iglesia, al menos un pedido de perdón. Se reclama hoy ese gesto a Francisco. Pero ya, sin demoras, por algunos errores que tal vez haya cometido Bergoglio. El mundo, a su turno, mientras mira las discusiones en la cuna del pontífice, espera que éste siga hablando, con palabras y gestos, pero también con acción.

Mucho se ha dicho en estas horas de Jorge Bergoglio. Y la cosa seguirá así, puesto que a la novedad de este papa argento, se suman otras tantas novedades para una institución como la Iglesia, no muy afecta a los cambios de cuadrante. Menos aún si esos pequeños gestos atacan al corazón de la gran curia, apegada a la fastuosidad, al poder mismo y a sus beneficios.

La humildad y sencillez del vicario de Cristo, alegra y acerca a la plaza. Es necesario. Pero para que sea real, debe hacerse carne en el palacio.

¿Seguirán los cardenales este ejemplo de su guía, el sucesor de Pedro? ¿Los obispos, los curas y religiosos? ¿El pueblo creyente?

La lista puede extenderse y debe hacerlo en nombre de la justicia. Pero si empieza por casa, si de una vez se hace lo que se predica, mejor aún. Para la propia iglesia y para todos los hombres y mujeres de buena voluntad que esperan del cristianismo, en particular, también un gesto de ternura, no siempre de observación y juzgamiento. O una mirada a su propio pasado fundacional, más despojado de los lujos y más comprometido con los problemas de los otros, más cerca del barro que del oro.

El padre Jorge, el cardenal Bergoglio, por definición, llevó a cabo en Argentina algunos de esos gestos necesarios. Es reconocido incluso entre quienes detestan lo que hace y dice, porque ataca, en calidad de político (que lo es) la matadura más inflamada de la política, que se copia de la caridad de la iglesia pero no construye caminos seguros para la dignidad de los hombres, que está lejos de la limosna proselitista.

En sus primeros pasos el papa Francisco dio señales de tener un horizonte. Y no se trata sólo de los objetivos primordiales para la preservación del catolicismo, que tienen que ver con corregir los descalabros financieros, la corrupción institucional, la pederastia. Eligió un nombre y con él una cruz.

Sabe Dios cómo le irá. Pero desde el miércoles a hoy, hay motivos para volver a mirar, esperanzados tal vez, qué pasa en la gran barca de Pedro.