Con la democracia se elige

Incluido el “urnazo” que marcó el retorno de la democracia en 1983, la de hoy será la novena elección presidencial consecutiva de la República Argentina. Es verdad que hubo turbulencias en el tránsito que nos trajo hasta este presente (entre las presidencias de Fernando De la Rúa y Néstor Kirchner), pero no es menos cierto que las soluciones a las varias inestabilidades que azuzaron la conquista del doctor Raúl Ricardo Alfonsín, se buscaron y se encontraron en el plano de la institucionalidad política, lo que hace posible una conclusión en la que coincide el arco ciudadano mayoritario cuando razona desapasionadamente: la democracia es un valor fortalecido en la Argentina de los últimos 40 años.
Las diferencias políticas-ideológicas-clasistas se zanjan hoy, voto de por medio, en las escuelas. Lejanas e inconcebibles parecen, por eso mismo, a la luz del tiempo transcurrido y los remedios utilizados, los días en que las cosas se arreglaban a balazos o en los cuarteles, como paradas inexorables de un camino al cementerio asfaltado con valiosas vidas de militantes y dirigentes. Y de inocentes también.
La democracia está en vigor frondoso, valorada en positivo por la inmensa mayoría del pueblo argentino, aun con sus falencias. Y cuando esta mañana se abran los centros de votación, a las 8, se confirmará esa lozanía. Pero también se confirmará una demanda que acumula largos años: la de una necesaria-urgente revisión integral del sistema electoral nacional, desde la forma hasta al fondo.
Dicho en términos menos líricos, la vigencia y vigor de la democracia encuentra respaldo en el presente llamado a las urnas. En el devenir normal de los comicios pese a que, desde su puesta en marcha, las condiciones generales de vida de la mayoría de los habitantes del país cayeron en urgencias y penurias, con carencias de todo tipo, acicateadas por la marcha enclenque de la economía.
Pero incluso la gestión de las angustias, en un país como la Argentina, que también fue el país del 2001, encontró un canal alejado de los prepoteos. El país se queja, pero al mismo tiempo evita la violencia.
¿Hay reclamos para hacer? Sí, muchos, empezando por la responsabilidad que debe revestir el accionar de la dirigencia política y del resto de los actores de la democracia.
Argentina carece de muchas cosas, entre ellas de acuerdos básicos para respetar las decisiones que se toman sumando las voluntades individuales o de grupo.
Es por eso necesario hacer un alto y repasar actitudes, pues resulta preocupante la postura radicalizada de algunos que desprecian la voluntad popular cuando ésta los contradice o les exige rectificaciones. Preocupa que quienes deberían ser los garantes de un estado de cosas institucional (en el oficialismo y la oposición, pero también en las iglesias y en las universidades, y aun en los sectores periféricos), exacerben los ánimos al punto de poner en entredicho el modo en que se distribuye el poder en Argentina.
Es por esto que resulta siempre peligroso (esta columna no es original en este punto) que cualquiera pueda decir que la elección de hoy decide si la Argentina continúa en democracia, si enarbola o arría los valores republicanos, si garantiza o restringe las libertades.
Al menos es un exceso atreverse a semejante declaración. Y aunque tal vez ese grito en boca de algunos sólo descubra su verdadera carnadura conceptual, también pone en situación de actualidad lo que supuestamente muchos dicen condenar: la grieta final que coloca a los unos conmigo, y a los otros, a ellos, en contra mío.
Muchos argentinos fueron a las elecciones Primarias del 11 de agosto y allí se expresaron con claridad en una dirección. Esa dirección podría ratificarse hoy, o rectificarse. Ese es justamente el juego de la democracia. No entenderlo de ese modo y, en cambio, actuar embriagados por el mandato enajenado de los caprichos, resulta cuanto menos dañino. Obstaculiza el futuro.
Hay consenso acerca de la dificultad que deberá enfrentar, gane quien gane, para enderezar la situación económica y todos sus derivados negativos. Por eso será importante encauzar la transición y generar una agenda conjunta de cara a la gente, que contenga sus demandas más urgentes, pero también las importantes.
Gane quien gane deberá entender que no es lo mismo la prepotencia que la discusión, la ley que el decreto, la transparencia que la corrupción. Que ya no hay margen para los bolsones de López ni para las discriminaciones antojadizas. Como tampoco hay margen para los tarifazos, la inflación, el desempleo, la miserabilidad de los salarios, la pobreza resultante y la indigencia que le sigue como una estela, yuxtapuestos en un triste cuadro de desigualdad, que al crecer, constituye el verdadero deterioro de la sociedad, germen de las puebladas que están brotando en varios países de la América que nos contiene.
Más de 33,8 millones de argentinos están habilitados para ejercer hoy su derecho a elegir a sus autoridades: presidente, vice y legisladores nacionales que reconfigurarán, desde diciembre, el nuevo mapa político de la Argentina. Son, en exacto, 33.841.837 opiniones personales que desde esta noche se conformarán como una voluntad colectiva. 
Eso es la democracia.
Su soberanía excede el deseo de cada uno.

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