Ni pasado ni futuro: puro presente

Las Paso no nos comprarán un pasaje al futuro ni nos mandarán, castigados, de vuelta al pasado. En ambos casos porque es imposible en términos materiales, y porque desde la vereda de la política, estas elecciones (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) carecen de poder para hacerlo. Y como están planteadas, además, hasta carecen de sentido.
En las elecciones de hoy (salvo algún que otro armado legislativo) ninguno de los que asista a votar podrá elegir casi nada, y mucho menos sortear la ambivalencia discursiva de los fracasos que se dirimirán recién en octubre: aquello del futuro (inasible, inexistente, y que vendría a representar Mauricio Macri como constante promesa) y el pasado (que puede ser un mal recuerdo, pero también experiencia, y que se le enrostra como pesadilla corrupta a Alberto y Cristina Fernández).
En las Primarias de hoy competirán diez fórmulas presidenciales, pero contra sí mismas. O contra el piso mínimo de sufragios que deben conseguir, según manda la ley, para pasar a la segunda instancia (1,5% del padrón electoral), que en Argentina es el derecho de competir en las elecciones generales del 27 de octubre.
Las elecciones de hoy, por tanto, sirven de poco. Entre otras cosas porque el instrumento no se usa para lo que fue creado. Y porque más allá de las quejas por los costos y otras minucias, a algunos tal vez les convenga que las Paso sigan así: sin definir nada.

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Las Primarias se instrumentaron para consagrar y legitimar candidaturas internas. Para resolver por medio del voto las diferencias que no pudieran zanjarse a través de los acuerdos. Para equilibrar oportunidades, porque no es lo mismo la lista Z que la lista A, así sea en el partido de gobierno como entre los caballos de un comisario de pueblo. (Para entender esto no hace falta poner los nombres propios de las listas oficialistas, tanto del Gobierno como de la oposición. Pasa lo mismo en Corrientes como en todo el kilometraje nacional. Las pillerías corporativas están tan vigentes como cuando se pensaron. Y ya hace años de eso).
Las elecciones de hoy, en todo caso, servirán a medias en algunos frentes legislativos. Para explicarlo podríamos tomar el caso de Corrientes:
Las Primarias abiertas sirven para el proceso que están siguiendo en el frente ECO+Juntos por el Cambio: ver cómo se arma la lista final de candidatos a diputados nacionales entre las nóminas que encabezan Jorge Vara (UCR), Ingrid Jetter (PRO) y Emilio Rey (UCR). 
Sirven para eso que están haciendo en el frente Consenso Federal de Roberto Lavagna: para ver cómo se arma la lista entre los hombres y mujeres que siguen a Gabriel Romero o a Juan Almada.
Los comicios de hoy servirán, en paralelo -por esa manía que tiene el peronismo correntino de ir siempre un paso atrás en las estrategias políticas-electorales en relación al radicalismo-, para garantizar la candidatura de José Aragón, que fue de todas las postulaciones perón-kirchneristas inscriptas y bajadas, la única habilitada a llevar adherido el troquel presidencial de Alberto y Cristina Fernández. De interna libre y ecuánime, poco y nada. De equilibrio, poco. De novedoso, nada. (Sigue allí lo que queda del partido de Perón gastando tiempo en traiciones y mezquindades que lo alejan, un poco más cada vez, de la “proeza” de Julio Romero. Ya pasaron 46 años de aquello, y todo indica que esa cuenta seguirá en aumento).

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Pese a todo, esto no quiere decir que el de hoy sea un día perdido. Las Paso servirán para saber qué está pensando la ciudadanía en relación al rumbo del Gobierno, de la economía, pero también de otros asuntos que tallan y mucho, según dicen las encuestas.
Que Mauricio Macri mantenga expectativas de reelección después de todas las chapucerías económicas reconocidas y no reconocidas de su gestión, con consecuencias insondables, habla a las claras de que la variable económica, o solo ésta, ya no alcanza para medir el estado de ánimo de un país como la Argentina. “Ya no es sólo la economía, estúpido”.
Que los Fernández tengan chances de volver al poder después del desquicio del final del tercer kirchnerismo, reafirma el ligamen del humor social vinculado a la economía, pero también a la importancia de la presencia estatal como ordenador social.
(Lo que parece contradictorio, en realidad se complementa).
Que ninguno de los dos frentes mayoritarios se asegure nada aún, habla de los matices. De que Argentina aprende y avanza. Habla de que importan también las formas, la institucionalidad, los nuevos derechos. Importa cómo se acomoda cada candidato ante los temas de la agenda actual que no tienen que ver con la plata: el aborto, la paridad de género, el ambiente, el maltrato animal. Los llamados derechos de tercera y cuarta generación.
Allí, entonces, confluye, como en un combo, la complejidad del sistema social-electoral argentino. No se trata sólo de lo que pueda decir o hacer tal o cual dirigente; del comportamiento hegemónico de determinado medio de comunicación. El voto de hoy, cada uno de los casi 34 millones de sufragios que se contarían esta tarde (esperemos que sin sorpresas y, en la medida de lo posible, sin demoras) se compondrá por partes disímiles de asuntos políticos, económicos y mediáticos. Pero también se ganará en el territorio: acarreando gente como se hizo desde siempre, con la bolsita o la dádiva en efectivo; la promesa de un cargo, de un ascenso. Se ganará en las redes sociales, sean estas reales o virtuales, pero sobre todo en éstas. Se ganará dando respuesta o prometiendo respuestas a los nuevos reclamos. Se ganará militando, boleteando, presionando…
El resultado de los operativos que desplegarán los comandos electorales devendrá en guarismo que se analizará desde mañana hasta el 27 de octubre. Por eso lo de hoy es casi nada. Puro presente. Y no definirá ni la vuelta al pasado ni alcanzará el futuro, que no sabemos cuál es. No sólo eso: por las proyecciones que se hacen, el futuro se vislumbra más bien desalentador. Y no tiene que ver con quién gane o deje de ganar. Ni lo que pasó explica toda la realidad difícil que nos toca. Más bien tiene que ver con asumir de una vez y para siempre que no hay fórmulas mágicas para nada y que las transformaciones sociales llevan tiempo, mucho, por lo que es una irresponsabilidad andar regalando segundos semestres o riquezas que no tendremos si antes no las producimos.
En todo caso, las elecciones de hoy servirán para medir la veracidad de las encuestas.
Las Paso dirán si es verdad que la grieta sigue más lozana y extendida que nunca, alimentada por todos, incluso por los que dicen combatirla. Si es verdad que Macri y Fernández polarizan a más del 80 por ciento del electorado. Si es verdad o mentira la tercera opción de Roberto Lavagna o el poder de daño de José Luis Espert.
Medirá el tamaño de las pérdidas del resto de las fórmulas: las dos de la izquierda y las otras cuatro que se codean para que no quede nada más allá de su posición de extrema y de derecha.
Servirá para limpiar el camino, aún más, de cara a octubre. Pero no se juega ni la vuelta al pasado ni un boleto al futuro, en ambos casos porque, como quedó dicho, es imposible. Y porque del pasado se puede aprender, como al futuro se puede no ir. Porque unos y otros, así como tienen fortalezas, también apilan fracasos. Y el más importante seguirá siendo, más allá de los eslóganes, derrotar a la pobreza que hambrea a un tercio de los argentinos y a uno de cada dos correntinos. Ante esa realidad no cabe la especulación.
Ya no basta con denunciar autoritarismos, porque los hubo y los hay en todos lados. Está de moda hablar del despotismo kirchnerista, pero fue el propio radicalismo el que blanqueó el absolutismo macrista dentro de Cambiemos. María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta confían (y lo dijeron en el diario La Nación de ayer) en que Macri pueda escuchar un poco más y a más gente después de las elecciones (si es que hay después), no sólo a su gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba. Veremos.
Ante estas dos variantes de la frustración nacional tampoco cabe seguir apelando a las campañas de miedo que llegan al punto peligroso de la circularidad que deja a unos azuzando el fantasma del fraude, y a otros, en la vereda del despotismo mesiánico. Que no nos guste el resultado no nos da derecho a decir que la democracia está amenazada de muerte. Y si tiene problemas -en tanto artefacto humano imperfecto-, habrá que arreglarla entre todos. Desde Raúl Alfonsín para acá, la democracia costó demasiado como para que alguien pretenda arrogarse su representación. Nadie puede. Ni a título personal ni partidario. Es de todos.

La nueva agenda de Corrientes

El categórico triunfo que el gobernador Gustavo Valdés consiguió el domingo pasado en las elecciones legislativas con las que plebiscitó su gestión, arroja resultados que van más allá de los números, confirmados este viernes por el escrutinio definitivo.
Los guarismos puros y duros indican que el 70% del electorado correntino fue a las urnas: 583.621 sobre los 833.689 que estaban habilitados; y que de ese total, más del 60% le extendió un blindaje de amplio espectro al Gobernador: alrededor de 325 mil voluntades.
Los resultados indican también -como ya se dijo la semana pasada- “que al margen de sus responsabilidades y la mesura que debiera imponerle la investidura totalizadora que ostenta”, Valdés puede saborear como propia esta performance histórica: no sólo logró sumar más votos que cuando ganó la gobernación el 8 de octubre de 2017, sino que apiló una diferencia de más de 40 puntos con la vertiente peronista que salió segunda, el Frente para la Victoria; y que ese aval popular le dará, a partir del 10 de diciembre, dos tercios en ambas cámaras legislativas. En ambas.
¿Qué más significa semejante nivel de apoyo popular? Podríamos explicarlo en estos puntos:

1. Que ante la falta de una oposición real, deberá el propio Valdés generar los anticuerpos para el mal de la autocracia. Lo sabe, y por eso dijo, el lunes, que esta elección “nos obliga a darnos un baño de humildad (para) no avasallar al otro”. “Si nosotros utilizamos los números que nos otorgó la ciudadanía en las cámaras, terminaremos destrozando (todo), y si no hacemos un Estado de mayor calidad democrática, tenderíamos a generar un Estado autocrático. Si nosotros agregamos humildad y escucha, vamos a mejorar la calidad institucional” de Corrientes.

2. Que ahora tiene todos los resortes institucionales formales para desarrollar su gobierno: un Poder Judicial que renació con el proceso que empezó Ricardo Colombi en 2001 y que en general acompaña; y un Poder Legislativo con mayorías especiales para tratar sin necesidad de negociación todos los temas: desde las declaraciones menores, pasando por los empréstitos, hasta llegar -eventualmente- a la necesidad de alguna reforma mayor. Se trata de una suma de poder cuyo uso demanda otra suma similar de compromiso y sensatez republicana.

3. Que el Gobernador fue avalado por la ciudadanía para cumplir lo que postula y que genera adhesiones mayoritarias: el desarrollo y la modernización, la ampliación de derechos, la generación de trabajo de calidad, de infraestructura acorde y la pelea contra la pobreza.

4. Valdés obtuvo el domingo pasado las herramientas que necesitaba para plantear, sin excusas, las condiciones de desarrollo para nuestros recursos naturales, el emprendedurismo, la industrialización y la innovación (que venía siendo demorada en la conciencia y el accionar de varios de los mandantes anteriores).

5. El Gobernador obtuvo los avales legislativos que necesitaba para avanzar con las reformas electorales que viene planteando: la paridad de género en todas las listas y el voto joven en todas las elecciones. Ojalá también le alcance para revisar el sistema electoral arcaico con el que vota Corrientes, y que de una vez por todas aparezca un método más equilibrado, más seguro, más amigable con los votantes, más barato y más ecológico.
(Y ojalá que los socios de ECO, de paso, encuentren otro mecanismo para contarse las costillas, y que ese método de orden interno no sea a costa de todos. Y ojalá que la oposición encuentre al menos algo de orden interno, con el mecanismo que sea).

6. El Gobierno, el más fuerte que se recuerde en la historia reciente de la provincia, fue pertrechado para elevar la mira. Para pasar del pago de sueldos en tiempo y forma a la creación de más sueldos, mejores oportunidades y al fomento de trabajo privado de calidad.

7. Fue dotado para colocar a Corrientes en el radar del mundo, para buscar inversiones y para generar condiciones de despegue. Para avanzar más rápido en la generación de energía, la ampliación de rutas aéreas, de rutas productivas viales y de puertos; para abrir y eficientizar nuestros pasos fronterizos que además fortalecerán todavía más la integración regional. Corrientes debería usufructuar su ubicación estratégica como territorio central y vital del Mercosur.

8. Gustavo Valdés consiguió el domingo un crédito extenso para trabajar al menos en dos bandas: en la diaria, que implica atender la agenda de la pobreza; y en la de mediano y largo plazo, que exige otro tipo de itinerarios, igual de acuciantes e importantes. Se inscriben allí las agendas intelectuales, culturales, turísticas. La tecnología. Los nuevos derechos. El amplio abanico de la producción con alto valor agregado, temas que impactan de lleno en los sectores de la población que, con potencialidades por encima de la media, están pensando más en el autoexilio que en la espera de una alineación interestatal que nunca llega. O que fracasa una y otra vez.

9. El domingo, Valdés fue mandado a la cofa a explorar oportunidades que estén más allá de las urgencias internas. El propio presidente Mauricio Macri advirtió el cambio de envergadura del dirigente correntino y hay quien dice (ya se escribió sobre ello en la prensa nacional) que hasta lo están apuntalando para que sea el interlocutor del PRO con el radicalismo, partido en donde anidan dirigentes que no asumen la contradicción histórica que implica apoyar a un gobierno insensible como el de Cambiemos.

10. Valdés consiguió en las urnas un respaldo que es también una brújula para su gestión. “La provincia no es sólo la economía sino también más instituciones. Y si la sociedad no sabe dónde va, no acompaña, por eso hay que tener una agenda nueva, visión de futuro, mejorar, fortalecer y desarrollar nuevas instituciones para que la gente vaya no sólo por el buen clima político, sino por la calidad de las instituciones”, expresó hace un par de días el consultor Enrique Zuleta Puceiro, hablando por Radio Dos. Hay allí una clave: mayor institucionalidad, que no es mayor burocracia.

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El respaldo está. Que el Gobierno se fortalezca para hacer y no para atropellar será la tarea más difícil que tendrá en adelante Valdés, que además tiene como mandato no escrito evitar cualquier condición de quiebre en el único lugar donde hiberna una amenaza fuerte para su crecimiento: su propio frente interno.
Será crucial, en el corto plazo, ver cómo genera la cobertura de las vacantes. Varios funcionarios fueron promovidos a legisladores y casi todos consiguieron ese salto de seguridad social, razón por la cual el Gobierno tendrá la necesidad de reponer hombres y mujeres. Tal vez sea la ocasión, incluso, para incorporar más mujeres y de ese modo empezar a saldar una de las promesas de campaña.
Por lo pronto, y con respecto al resto de los temas, el Gobernador ya dio algunas señales de hacia dónde quiere ir. En la semana fue a ver al presidente Macri. Volvió para cortar cintas de algunas de las muchas obras que el Gobierno financia en la Capital, como no se hacía desde 2001, y luego retornó a Buenos Aires, donde se reunió con el Presidente de Brasil.
Con Bolsonaro (más allá de lo que representa en lo personal y de los acuerdos o desacuerdos que puedan generar sus postulados ideológicos-políticos) planteó la necesidad de “la integración económica, social y cultural entre nuestras ciudades fronterizas”. Según se informó, ese fue el tema sobre el que dialogaron el Gobernador local y el Presidente carioca en el almuerzo en su honor ofrecido en el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada. Es que para Corrientes, como para Argentina, Brasil es mucho más que un vecino rico, un shopping de frontera o un lindo lugar para ir de vacaciones.
De aquí en adelante lo que aparece es el viaje a China, expedición que emprenderán esta semana el Gobernador y una comitiva de funcionarios, legisladores y empresarios para plantear dos intereses puntuales que tienen escala y volumen para la economía local: la exportación de carne y de madera.
He aquí una agenda. Sobre esto es lo que debe acordar, aportar, discutir u oponerse la oposición, mientras encuentran sus propios temas, curan las heridas producidas en el devenir de sus traiciones y se fortalecen saneando sus diferencias democráticamente. Está claro que el ataque por el ataque no da resultados. La hegemonía de ECO no menguará si enfrente sólo hay un puñado de intereses personales disfrazados de partidos. Ya van varias elecciones. Es tiempo de que la oposición tome nota de que el electorado correntino viene votando construcciones colectivas, mas no aventuras de grupúsculos enajenados.
Al oficialismo, en cambio, se lo observará desde el prisma de la deontología. Valdés no puede pedir más. Tiene una provincia -podríamos decir- en orden (más allá de las dificultades de mucha gente para llegar a fin de mes) y un programa de gobierno. Tiene lo necesario. Por cómo lleva a puerto este barco con viento de cola se lo juzgará en dos años. Y en los libros de historia.

Ganó Valdés

Ganó Valdés, sin ser candidato. Más del 70% del electorado correntino fue ayer a las urnas, y de ese total, más del 60% le extendió un crédito amplísimo al gobernador Gustavo Valdés, que al margen de sus responsabilidades y la mesura que debiera imponerle la investidura totalizadora que ostenta, puede saborear como propio el contundente mensaje de las urnas: plebiscitó su gestión y logró la mayor diferencia en votos entre un primero y un segundo que recuerde el frente que lidera. Y que recuerde la historia política reciente de la provincia.
Valdés y los suyos lograron una diferencia de más de 40 puntos, ganaron en municipios importantes en manos de la oposición y con esas credenciales, a partir del 10 de diciembre, tendrán -él y los suyos- no sólo mayoría sino dos tercios en ambas cámaras legislativas. En ambas. Y si los resultados se consolidan sin modificar la tendencia que había al cierre de esta edición, podría incluso ser más holgada en Diputados.
—¿Por qué pasó esto, de este modo? 
—Porque Valdés, pese a la fragmentación de la oposición que le dejó el camino casi libre, se puso al frente de una campaña que tuvo también sus dificultades, tanto internas como externas, y apostó su capital político sin especular.
Valdés encabezó la campaña y salió a recorrer la provincia, sin mucho para mostrar como resultado de la alineación Nación-Provincia-Municipio, más allá del esfuerzo discursivo que hace para tributarle a Mauricio Macri alguna ayuda en el magro camino electoral que viene registrando Cambiemos.
Hasta ayer, a lo largo de las once elecciones concretadas en el país, Cambiemos sólo ganó en una. Ganó en Corrientes con Valdés. 
Incluso, el Gobernador sostuvo los pilares de la campaña con su propia imagen, para de ese modo contrarrestar los eventuales efectos negativos de candidaturas impuestas por la alianza, pero reñidas con la marquesina de estos tiempos, en términos de marketing, pero también políticos. Conceptuales.
Salió a caminar la provincia y el resultado se midió ayer. Ratificados los resultados, estos dirán que Gustavo Valdés puso su gestión en consideración popular y logró más votos que cuando accedió al sillón de Ferré. En 2017 se convirtió en Gobernador con el 54,05% de votos. Ayer consiguió más del 60% y una diferencia de más de 40 puntos porcentuales con el segundo: el Frente para la Victoria.
Un verdadero respaldo contante y sonante que cotizará en las mayorías calificadas que la alianza tendrá en ambas cámaras, y en varios concejos municipales. En las mayorías que tendrá, por caso, en Capital, donde de nuevo la figura y la acción de Valdés fueron determinantes.
—¿Para qué sirve tanto poder? 
—Le sirve a Valdés para marcar directrices, para hacerse cargo de su propia herencia y tomar decisiones en ese sentido. Le sirve tal vez para ponerse en dirección al 2021, porque puede exhibir esta elección como una votación genuina en torno de su figura y su proyección política. En torno a su idea desarrollista que genera muchas, necesarias y entendibles expectativas.
La sociedad se expresó y lo hizo de manera mayoritaria en favor de una figura, una postura y un discurso. Le dio la llave a Gustavo Valdés para convertir ese proyecto en acción.
En apariencia, nada tiene en contra el primer mandatario para poder llevar adelante su tarea. No hay escollo en superficie que dificulte el plan que viene bosquejando. No le impactaron, en las urnas, las condiciones desfavorables de pobreza que lastiman a la provincia, ni la falta de trabajo, ni de infraestructura. No caló en Corrientes la mala fortuna de Cambiemos, producto de una mala gestión que termina siendo peor en términos económicos. No influyó en el voto, en el de ayer, ni la inflación ni el precio impagable de las tarifas.
—¿Por qué nada de esto impactó en Corrientes? 
—No impactó porque la gente hizo un voto doméstico. Acompañó a su oficialismo más próximo, priorizando los atributos positivos de Valdés y de la estructura que lidera. Priorizó la previsibilidad del gobierno, y castigó a la oposición que exhibió sus peores formas, sus pequeñeces. Aún en la derrota, así de contundente como la de ayer, la mayoría de la minoría salió a buscar afuera las culpas que están adentro. Mucha crítica y nada de autocrítica, aunque haya mucho material para la crítica.
Ante semejante desaguisado, la mayoría electoral de Corrientes ayer prefirió un esquema de orden. Una calma. Una tranquilidad. Una paz que se exhibe como la principal fortaleza del gobierno, desde que se inauguró con Ricardo Colombi en 2001 y que se materializa en con el pago en tiempo y forma de los salarios.
Lo que no se le extendió a Valdés, y tendrá que procurárselo solo, son las imprescindibles dosis de autoequilibrio. Dosis de humildad que serán vitales para administrar propositivamente el mandato de las urnas y los anhelos de la gente que ayer votó una cosa, pero podría votar otra más adelante.
Ganó Valdés, lejos, ratificando no sólo el rumbo, sino sumando más votos que en 2017, lo cual implica de por sí una responsabilidad, porque los contrapesos son resorte exclusivo del gobierno, de su gobierno, ante el repliegue de la oposición.
La llamada de atención que llega con este respaldo formidable tiene que ver con el manejo de las balanzas republicanas. 
Ganó Valdés, y ahora queda para el análisis el detalle de los números, y en ese detalle los contrafácticos: cuánto más hubiese sacado la alianza si los candidatos hubiesen sido otros; o cuánto menos si la boleta de ECO iba unida a la de Cambiemos. O viceversa. O cómo hubiese sido si la oposición iba toda junta.
Lo cierto es que ganó Gustavo Valdés y fortaleció la hegemonía del gobierno, lo que les acerca -a él y los suyos- nuevas y más responsabilidades.
Una de ellas, la más importante, es convertir en hecho los discursos, y ordenar a sus funcionarios que dejen de hablar como si la cosa hubiese empezado ayer. 
Hay respaldo, pero también condiciones ideales que deben ser respondidas de la misma manera. Ya no hay lugar para la queja ni la excusa. Tendrán dos tercios en el Senado y en Diputados. No se recuerda semejante nivel de apoyo para un gobierno en la historia reciente de Corrientes. Por lo tanto, será responsabilidad de la propia coalición de gobierno permitir el debate y no caer en el facilismo de la escribanía parlamentaria, que tanto se ha criticado.
Dado este escenario, además, el Gobernador tendrá la herramienta que necesita para llevar adelante su agenda del desarrollo y de la modernización. Uno de estos temas es, o debe ser, la reforma del sistema electoral. La paridad de género, el voto joven y el sistema de boletas. La boleta única, por caso, no sólo aportaría a la ecología. También limpiaría los yuyos de la política del aparato, que gasta dinero que no hay en cosas como la maraña de papeles que se vieron ayer en los cuartos oscuros. Maraña que además dificultó el escrutinio, otro punto bajo en la elección de ayer donde sólo hubo tres categorías que contar.
Que en los cuartos oscuros haya más de 40 boletas y que sólo uno de los sectores se quede con el 60% de los votos, habla a las claras de que el sistema, si bien le sirve a la política de la rosca, no representa las visiones de provincia que existen hoy en Corrientes. En Corrientes hay una visión de provincia que es mayoritaria y otra que no logra acomodarse. No hay 40 proyectos distintos que se justifiquen en 40 papeletas.
Habrá que buscar, en todo caso, otro mecanismo para que los sectores y sectorcitos de la política vernácula se cuenten las costillas. No puede seguir siendo a costa de la ciudadanía y de su sistema electoral general.
Quedará también para más adelante el detalle de los cortes de boletas. Los apoyos y los rechazos, pero que son cuestiones menores en relación con el triunfo logrado por Valdés, el mayor en la historia de Encuentro por Corrientes.
Ni Ricardo Colombi estuvo para empañar la noche de Gustavo Valdés. Se corrió a un costado. Desde lejos vio el triunfo y consolidación del Gobernador, dicen que desde Mercedes.

Dejen de extorsionarnos

Hay una cualidad constitutiva que tiene el radicalismo y que lo define propositivamente: la capacidad de debate como producto del pensamiento crítico. La Convención Nacional del pasado lunes en Parque Norte, deliberación que terminó en la aprobación de un documento con el que la UCR ratificó su pertenencia a Cambiemos, fue una prueba de aquel distintivo característico. Debate de ideas, sopeso de criterios, cálculo de diferencias, enojos, insultos, pero al final un voto democrático, autosuficiente, que asume la posibilidad de error, la eventualidad del fracaso político (o electoral) pero como consecuencia, en todo caso, de una idea rectora: “vencer al populismo”.
—¿Por qué?
Porque en el radicalismo -en tanto partido de ADN republicano- las adhesiones a determinadas estrategias políticas nunca son incondicionales. Es decir, representa la exacta oposición a un nutriente que suele abonar los campos populistas, pero que repugna al protagonista de un partido democrático y de una sociedad democrática, que vendría a ser el ciudadano: ese sujeto político que participa de la vida pública y que está en contra de los excesos autocráticos.
Pues bien: el tiempo dirá qué pasará en octubre, pero el vigor del partido radical, la hondura de su debate interno genera envidia republicana: envidia entre aquellos que aún en la disidencia responden al estímulo de la democracia y reaccionan ante cualquier forma de autoritarismo.
Es pronto para saber si el radicalismo tomó el camino correcto. Si será escuchado por un partido como el PRO, poco afecto a deliberaciones horizontales de este tipo, reacio a las elecciones internas (miremos la Nación, confirmemos analizando lo que pasa en Corrientes), y ni qué hablar de los acuerdos de cúpula, como propuso Alfredo Cornejo en la Convención. Al PRO se le ha brotado la piel cada vez que alguien le pidió algo distinto a lo que está acostumbrado a digitar el Presidente con su raquítico entorno, más afecto al marketing que a la política.
Dicen algunos, sobre todo los que flotan con el helio que infla los globos amarillos, que no hay PRO sin Macri y mucho menos Cambiemos sin Macri. Eso es lo que enerva al radicalismo, a una parte al menos. A aquellos que no pueden sostener con la mirada altiva el doble estándar que implica criticar por autoritario al kirchnerismo y al mismo tiempo aceptar el capricho del PRO, que aún no resuelve si Cambiemos admitirá que la candidatura presidencial se decida en una elección primaria.
¿Cuál es -en este marco- la fe que mueve al radicalismo? ¿Por qué cree que esta vez será distinto? Si Macri no está acostumbrado a escuchar, ¿por qué lo haría ahora? ¿Y si no lo hace? ¿Romperán? ¿O seguirán doblados a la pobre caricia con la que se justifican algunos? ¿A la supuesta fortaleza de la alianza parlamentaria?
Si vuelven a ganar las elecciones y la situación (sobre todo económica) no cambia sino que se acentúa (ir más rápido en la misma dirección, como promete Macri), ¿qué pasará con el radicalismo y su propia historia, que solía estar lejos de la furia empobrecedora del liberalismo insensible, especulador e inescrupuloso? ¿Cómo remontarán los alfonsinistas el haberse opuesto a los mandatos de don Raúl Ricardo, del padre de la democracia?
Encrucijada difícil.
¿Y qué pasará con Corrientes si gana la oposición? El gobernador Gustavo Valdés ya marcó las diferencias, tal vez en clave proselitista. “No podemos permitir que nos discriminen ni nos castiguen por pensar distinto”, dijo en el cierre de campaña para las elecciones de hoy, evocando la Era K. Imposible no coincidir. Pero Valdés tiene responsabilidades más allá de su gusto político personal y ello implica también hacer cumplir en Corrientes lo que pide para el país.
“No podemos permitir que nos discriminen ni nos castiguen por pensar distinto”. Claro que no. La coherencia allí es el mejor antídoto para exorcizar la bipolaridad de algunos que ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
Igual, hay esperanzas. La alineación Nación-Provincia-Municipios dejó la vara bastante baja y a Valdés, bastante comprometido. Pero el Gobernador, lejos de amedrentarse, le puso el pecho a la situación, se cargó el proceso electoral al hombro, el peso de algunas candidaturas, y puso en juego su propio capital político (que es muy alto, según todas las mediciones públicas y privadas) para tratar de entregarle al macrismo un alivio en el penoso derrotero electoral que ha cumplido hasta hoy. Pero si la cosa sigue adversa, nadie duda de la capacidad de Valdés para una rápida relectura del mapa político. A favor tiene su vitalidad, su inteligencia y su baúl personal vacío de lastre y de tosquedades silvestres. Cosas -todas- que estimulan el pragmatismo amigo del futuro y de una carrera que se proyecta por encima de 2021. Veremos.

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Lo que dejó la Convención de la UCR, además, es la vigencia de la política como mecanismo de transformación.
La jugada de Cristina Fernández de correrse y de nombrar a Alberto Fernández, es una jugada que deja en manos de la política algo que en la Argentina de hoy ya no puede resolverse ni con personalismos ni sólo con astucia. El radicalismo parece entender eso a la perfección. Y a una jugada política devolvió con otra jugada política, con más institucionalidad. Resta saber si lo que fue una necesidad de la hora para el kirchnerismo, es una conducta vital para el radicalismo. Resta saber si la cosa no acabó en Parque Norte.
La institucionalidad política, asimismo, suele ser motivo de discursos para la Coalición Cívica. No se le nota tanta acción, pero le brotan los discursos en ese sentido. El massismo también leyó el momento y aprovechó para sacarle el jugo a una puesta en escena democrática que delegó la decisión en su líder, que hasta ahora no sabe qué hacer. Roberto Lavagna sigue sin caer, mientras el Peronismo Federal sigue cayendo. Hay que esperar. Como habrá que esperar también la reacción del PRO, que en su corta historia exhibe sólo misales de adoración a Macri. Tal vez, y dado que atravesamos otro momento, la respuesta sea distinta.
Por lo demás, la democracia argentina le deberá a los radicales -una vez más- la luz que alumbra el camino. Lo que pasó el lunes en la Convención de Parque Norte (aquella muestra condensada de convivencia interna en la disidencia) es tal vez la evidencia de que los argentinos podemos ejercer la política sin caer en los extremismos destructivos. “Nos acercamos o nos alejamos de nuestros valores históricos, pero damos la cara y nos haremos cargo si nos equivocamos”. Ese parece ser el mensaje radical.
El lunes pasado hubo debate. Política. Se discutió: se ganó y se perdió, pero se discutió, lo cual es un ejercicio sano y sanador que muchos radicales olvidaron que existe, sobre todo por estas pampas.
Hay que agradecer a la Convención Nacional de la UCR sus conceptos republicanos y aplicarlos siempre, no sólo cuando conviene. En Corrientes, por ejemplo, hace tiempo que sus sucesivos gobiernos radicales dejaron a un lado la caja de herramientas radicales. Responden a un líder, que demanda silencio y obediencia. Eso mismo que Cornejo y otros, el lunes, marcaron como las deficiencias de Macri. Pues son esos, y no otros, los atributos de las personalidades populistas.
“Dejen de extorsionarnos” lanzó entonces el gobernador de Mendoza y presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical. “Dejen de extorsionarnos y decir que cada crítica de la UCR por tarifas aumenta el Riesgo País y dispara el dólar. Dejen de extorsionarnos con eso de que no podemos hablar en público sobre nuestras diferencias”, remató.
Eso mismo podrían esgrimir aquí, en Corrientes, muchas voces disidentes. “Dejen de extorsionarnos”, porque eso es lo que los convierte en lo que critican, dirían, a modo de síntesis, esas voces supuestas…

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Cornejo habló de errores, de achiques y, por lo tanto, en términos electorales, pidió ratificar la alianza pero ampliarla, como se hizo en Corrientes desde 2001.
Cornejo pidió cambiar el nombre, de ser necesario: “Eso no importa”, dijo, dado que Cambiemos se convirtió en un oxímoron en sí mismo: Cambiemos no ha cambiado nada de lo que vino a cambiar. Más bien empeoró lo que ya estaba.
Por eso mismo en Corrientes ya se hizo el cambio y hoy se pondrá a prueba, en las legislativas. ECO ya olvidó deliberadamente su pertenencia a Cambiemos. Y no está mal, pues nadie está obligado a declarar en su propia contra.
Cornejo pidió “tolerancia, respetarnos más”. “Tenemos ideas sensatas, no estupideces para proponerles”, bramó, y se lanzó a construir puentes de plata con los peronistas republicanos. De nuevo allí marcó un rumbo: a sus elementos internos, sobre todo a los más fundamentalistas, les dijo que en el peronismo también hay republicanos. Que no todo se agota en la grieta, ni en la lógica binaria de Twitter.
Cornejo reconoció que “tenemos probabilidades ciertas de salir derrotados en las elecciones de octubre”, por lo que pidió redoblar los esfuerzos. “El populismo no los sacará de la pobreza”, les dijo a los pobres. Podríamos aportarle una idea al gobernador mendocino: tampoco lo hizo el programa de Cambiemos, más bien todo lo contrario.
Por eso tal vez haya que cambiar. Parte del radicalismo ya advirtió que ha llegado el momento.

Cristina conmoción

La decisión de alta política con la que Cristina Fernández de Kirchner sacudió ayer la modorra nacional constituyó una conmoción. Hasta los propios se sorprendieron. Los extraños se desconcertaron y los anti se dividieron en dos grupos. Los unos escupen fuego como dragón enojado y los otros aún no reaccionan, aplastados por el impacto de la noticia.

—¿Qué noticia?
Esa que motoriza la decisión de Cristina Fernández de correrse a un costado, de anunciar que será candidata a vice de Alberto Fernández y que competirá en las elecciones Primarias.
Tanto impacto causó la jugada (el tiempo dirá si fue táctica o estratégica), que el movimiento parece darle la razón a Alejandro Grimson, autor del libro “¿Qué es el peronismo?”.

—¿‏Por qué le da la razón?
Porque Grimson, un antropólogo social e investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), viene diciendo hace tiempo que “el peronismo no deja de conmover la política argentina”.

—¿Y qué tiene que ver con la decisión de Cristina Fernández de Kirchner?
Eso justamente: que conmovió el tablero político nacional, les guste o no les guste a algunos o a muchos.

“De pronto surgió una perspectiva”, escribió ayer la filósofa Esther Díaz. “Una lección de gubernamentalidad. Un ejercicio de la política, no un mandato del márquetin. Sentido de la oportunidad, astucia razonada, conexión con los problemas reales, renunciamientos necesarios. Somos testigos de un gesto político notable, de un acontecimiento”, sentenció.
Tal “acontecimiento”, tiene reminiscencias históricas: Fernández-Fernández suena similar a Perón-Perón; Alberto al gobierno, Cristina al poder es igual a lo dicho y hecho por Perón y Cámpora. Hay otras referencias menos románticas, más dramáticas y un poco más alejadas de la realidad de este supuesto “renunciamiento” de Cristina, que acerca el recuerdo de Evita.
Pero más allá de la comparación en clave histórica, aprobatoria o condenatoria (pues hay para todo) este “acontecimiento” ya desdibujó varias otras candidaturas que ensuciaban el camino al acuerdo de un armado opositor competitivo. Además, dejó en falsa escuadra la estrategia del “populismo-venezualismo” de Cambiemos. Comprometió aún más al radicalismo que, dividido como está, no sabe si creer o no el golpe de efecto, si llamar o no a los peronistas para armar un frente alternativo, o si seguir o no en Cambiemos. (El gobernador mendocino Alfredo Cornejo dijo ayer, en Clarín, que tras la jugada de CFK, su propuesta para sumar peronistas a Cambiemos “está más vigente que nunca”).
El “acontecimiento”, en tanto tal, también, puso en modo de recálculo a los operadores internacionales y los organismos de crédito.
Sucede que Alberto Fernández puede encolumnar gobernadores, puede contener a otros referentes del peronismo de centro, federal, racional o como se llame; puede sumar a las clases populares, a los trabajadores y a sus líderes a los que ya envió señales de afecto y puede dialogar con aquellos que no lo harían con Cristina (ni ella con aquellos). Es que el hombre representa, desde las veredas del “márquetin”, como diría Esther Díaz, una figura más educada, o al menos más moderada que CFK. Alberto Fernández vendría a ser una figura de esas que le gustan al establishment comunicacional-institucional de la Nación, pues entre otras cosas encarna un antídoto para los fantasmas de la cesación de pagos y el aislamiento internacional. Es un constructor, dicen. Un componedor.
Ayer, igual, el desconcierto del establishment comunicacional-institucional de la Nación fue tal, que abordaron el acontecimiento con calificativos desdeñosos, ayudados con carpetas de servicios varios.
Extravagancia dijo uno; títere acotó otro. Alberto es un mentiroso, un doble agente, bramó una señora. Un verdadero panqueque sin personalidad, analizó alguien en Corrientes, para este cronista.
Ella es ella, más que nunca: pues nunca antes alguien renunció a los honores pero no a la lucha, se bajó un escalón y desde allí digitó quien estará en el de arriba. Genial, ironizó alguien más. Sustentan en esa movida la figura de la marioneta. (Además de actuar con los manuales de la infantilería política, quienes apuntan eso en realidad todavía resisten la inteligencia de una mujer como Cristina: la atacan y la niegan, creyendo que así se exorcizan de ella y del alcance de su expertise política).
“Es la admisión de que con ella sola no alcanza”, llegó a decir un radical correntino que pidió reserva tras la conversación con quien esto escribe. “El anuncio encierra el reconocimiento de que el cristinismo había achicado al kirchnerismo”, analizó un colega en la metrópoli. “Esta decisión implica nestorizarse para tratar de ampliar su base en busca de la recuperación del poder”. Etc., etc..

***

Sergio Massa fue el primero en ver la luz al final del camino:
“Tenemos la responsabilidad de construir una gran coalición opositora y una nueva mayoría para los argentinos, para derrotar a un gobierno que destruyó a la clase media argentina”.
“Creemos que es importantísimo construir no solamente un nuevo gobierno y una nueva mayoría sino un nuevo peronismo”, afirmó minutos después de que la ex presidenta anunciara su decisión a través de un video de Twitter.

Massa trazó así el objetivo: ganarle a Macri.

En la misma línea se leen las capitulaciones de Agustín Rossi y Felipe Solá. Se esperan más. Daniel Scioli optó por la idea de una gran Paso. Los gobernadores peronistas, varios de ellos, se mostraron “contentos”.

Ahora queda el trabajo. Para todos.

Queda el armado de un vehículo electoral amplio y competitivo mientras se generan los planes y proyectos para lo que viene: una Argentina con enormes carencias y dificultades. Una Argentina en la que será necesario fortalecer los mecanismos de gobernabilidad. Y esta será una necesidad para los Fernández eventualmente, como para los Macri o los Massa, los Lavagna o los Schiaretti. Para el que gane.
Queda además, mientras tanto, llegar a las Paso, después a octubre y tratar de que el país resista entero para encarar el proceso que comenzará el 10 de diciembre.

Queda por delante frenar el deterioro diario de la Argentina, de su gente.

Es allí donde radica la importancia de las señales que envíe el Gobierno a partir de este nuevo escenario. O de las que envíe Mauricio Macri. O el radicalismo en su calidad de socio-sostén territorial del fracaso de Cambiemos. Es que “Macri sólo le ganaba a Cristina, y capaz ahora no le gana a Alberto”, dijo ayer el histórico dirigente Julio Bárbaro. Antes era peronista; ahora es un inclasificable por la cantidad de boletos que se le ven en los bolsillos.
Además dijo otra cosa. Habló de conmoción: de una conmoción que sacudió a gobernadores, intendentes y dirigentes de todo arco político nacional. Y eso tal vez genere todavía más bronca entre los que minimizan la jugada y la descalifican, porque los globos y el ritual de fiesta de quince con música de Gilda nunca moverá las estructuras políticas de la Nación como movió un video con voz en off de CFK, transmitido por Twitter.
Por eso los berrinches en los referentes más desbocados e irresponsables del macrismo que, ante la falta de argumentos, azuzan el miedo, insultan. Fracasan también allí, en la reacción ante una jugada política que pone fichas nuevas en el juego cuyo resultado se conocerá recién el mes de octubre.

—¿Qué hay además, mientras tanto?
La pequeñez de aquellos que recuerdan los días en los que Fernández y Fernández tenían visiones distintas de la política, del gobierno, del país. Opinar distinto lo hizo distinto a Fernández. Y ahora la hace distinta a Fernández.
No obstante ello, al traer esos recuerdos, los odiadores de clase, los fanáticos y los interesados beneficiarios del statu qúo actual no ven que el “peronismo jamás será atrapado en una frase”. Desconocen que para explicarlo es necesario “escapar del análisis unidimensional y desplazarce a un abordaje multidimensional”, como dice Grimson. No alcanza con el enojo.

¿Por qué?
Porque “el peronismo nació y se configuró como un espejo invertido del antiperonismo”, y ambos corren a la par desde hace más siete décadas.
Y el antiperonismo, y su primo hermano el macrismo, son hoy los jefe de campaña de un espacio en formación que puede, si sabe, liquidar el pleito en una pasada.

Política, economía y elecciones

Hoy hablamos con Daniel Collinet acerca de la economía, del plan oficial de control de precios, o de alivio, que tiene mucho de kirchnerismo y de electoral. También hablamos de las implicancias en la provincia. Esta es una de las columnas que semanalmente tengo (los días lunes) en el programa “No está todo dicho”, dado el año electoral y las necesidades básicas insatisfechas de desenmarañar la complejidad extrema del sistema y los procesos políticos correntinos.
Gracias Daniel por el espacio, que espero sirva para que entre todos nos ayudemos a pensar lo que nos pasa y por qué nos pasa.

Mirá el video aquí:‼️?

EDUARDO LEDESMA 22/04

Política, economía y su influencias en las próximas elecciones. Eduardo Ledesma y todo su análisis en NETD TV

Posted by No Esta Todo Dicho on Tuesday, April 23, 2019

 

Cierre de listas o plan integral de “salvación personal”

Hoy hablamos con Daniel Collinet acerca de las listas de candidatos a legisladores para las elecciones del 2 de junio. Esta es una de las columnas que semanalmente tengo (a partir de ahora los días lunes) en el programa “No está todo dicho”, dado el año electoral y las necesidades básicas insatisfechas de desenmarañar la complejidad extrema del sistema y los procesos políticos correntinos.

Gracias Daniel por el espacio, que espero sirva para que entre todos nos ayudemos a pensar lo que nos pasa y por qué nos pasa.

Mirá el video aquí:‼️?

EDUARDO LEDESMA CIERRE DE LISTAS

El cierre de las listas en Corrientes dejó mucha tela para cortar y muchos análisis por realizar, tarea que realizó Eduardo Ledesma en No Está Todo Dicho TV

Posted by No Esta Todo Dicho on Monday, April 15, 2019

Sin elecciones

La Argentina, últimamente, no es noticia: eso es, para los argentinos, una gran noticia. Y nos sorprende: ya hace semanas, incluso meses que la Argentina no produce sorpresas, que todo se desarrolla en la dirección y al ritmo previsibles. En medio de crímenes diversos, que los medios relatan con regodeo y babita, se constata la obstinada degradación de las condiciones económicas y sociales, la obstinada acumulación de causas judiciales contra Cristina Fernández de Kirchner, sus socios y amigos y familia, la obstinada preparación de las elecciones que, desde marzo a noviembre, mantendrán al país ocupado o como si.

La forma de estas elecciones ya es un disparate y es, también, el síntoma más claro de un liderazgo roto. Los gobernadores provinciales que buscan su reelección desconfían de sus supuestos jefes nacionales y no quieren que les hagan perder votos, así que, para distanciarse, convocaron sus elecciones en fechas distintas de las presidenciales —y distintas entre sí—. Será un festival: desde el próximo domingo 10 de marzo hasta el domingo 16 de junio solo habrá tres fines de semana en que no se elegirá a algún gobernador. Son los que corresponden a tres feriados nacionales —el 24 de marzo, el 1 de mayo, el 25 de mayo— pero el Domingo de Resurrección sí habrá voto en San Luis.

Esa avalancha arrolladora de elecciones deberá conducir hacia el gran estallido final: el 11 de agosto se harán esas “primarias abiertas” cuya función real no entiende nadie, el 27 de octubre la primera vuelta de las presidenciales y las legislativas nacionales, y el 24 de noviembre, el balotaje que decidirá el próximo presidente o presidenta o presidento de la República Argentina. Será el Día de la Resignación, un gran momento del rechazo: elecciones que no van a decidir quién debe ser el presidente sino quien no debe serlo.

Hay dos candidatos excluyentes: Mauricio Macri, Cristina Fernández de Kirchner. Todas las encuestas muestran que más de la mitad de los argentinos no quiere votar a Macri. Y que más de la mitad —otros, los mismos— de los argentinos no quiere votar a Fernández. Más allá de odios particulares o prejuicios varios, no hay duda de que los dos se ganaron ese rechazo con cuidadosas gestiones de gobierno.

Tras ocho años de presidencia definida por la intolerancia y la soberbia, Fernández entregó un país con 29 por ciento de personas pobres, un déficit fiscal incontenible y un 125 por ciento de inflación en sus tres últimos años a un sucesor que hizo campaña diciendo que nada era más fácil que bajar la inflación, que no entendía por qué no lo habían hecho.

Que no entendía estaba claro. Ahora, tras tres años definidos por los errores y rectificaciones y más errores y menos rectificaciones, el gobierno del sucesor Mauricio Macri acumula una inflación de casi el 160 por ciento. En ese lapso la deuda externa aumentó más del 30 por ciento, el PBI bajó más del 15 por ciento, el precio de los servicios se triplicó y la cantidad de pobres creció en un 15 por ciento. La obsesión de sus publicistas es buscar alguna cifra positiva —y no la encuentran—.

En síntesis: está claro que los dos fracasaron tristemente en sus intentos de mejorar el país que recibieron de sus predecesores; que los dos lo empeoraron y empeoraron, sobre todo, las vidas de los que más apoyo necesitan. Y, sin embargo, las mismas encuestas también dicen que un tercio de los argentinos quiere votar por cada uno de ellos y que, por eso, su próximo presidente será Cristina Fernández o Mauricio Macri.

O, dicho de otra manera: si todo sigue su curso, los argentinos elegirán para gobernarlos a una persona que cuenta con el rechazo de más de la mitad, porque su otra opción despierta más rechazos todavía: el mal menor elevado a estrategia de Estado.

Los dos candidatos, por supuesto, juegan con esa situación. El mayor mérito que exhibe cada uno de ellos es no ser el otro. Las encuestas dicen que Macri tendría menos intención de voto que Fernández pero que, ya en la segunda vuelta, Fernández provocaría más rechazos y entonces él le ganaría. Macri necesita a Fernández para poder ser el mal menor. Es la misma política que usaron, durante años, Cristina y Néstor Kirchner: hacían todo lo posible por conservar a Macri como rival porque muchos los votaban a ellos para impedir que ganara él. Y ahora él hace lo mismo con ella, y la Argentina lleva más de una década entrampada en esta treta de pelea de barrio, en este barro inútil.

(Pero el precio que pagó Macri para recuperar a su enemiga útil fue muy alto: solo el fracaso de sus políticas económicas consigue mejorar la imagen de Fernández, que terminó su gobierno muy desprestigiada y, desde entonces, se siguió desprestigiando más y más con revelaciones sobre sus tan variadas corruptelas. Hay quienes se sorprenden de que los argentinos quieran que los gobierne una señora con tantas y tan fundamentadas causas criminales. Pero la corrupción despierta una indignación variable y funcional: es el reproche más vehemente cuando un sector social rechaza la política de un candidato o un gobernante, pero se olvida cuando esa política les parece deseable o encomiable).

Así está, ahora, la Argentina: entre dos variaciones del fracaso, dos pasados que luchan por no pasar del todo. No hay ninguna razón —ellos no la ofrecen— para creer que ahora van a hacer bien lo que ya hicieron tan mal, pero las tentativas de producir opciones nuevas no prosperan. Es cierto que, en su mayoría, las llevan adelante jóvenes viejos del “peronismo civilizado” —con perdón— como Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey, caudillos locales cuarentones guapetones bien trajeados que se parecen demasiado a una mezcla de los dos malos conocidos. Y que ahora, informados de su inviabilidad por las encuestas, están tratando de inventar algún otro candidato, como el ex ministro de Economía de Duhalde, Roberto Lavagna. No parece que vaya a despegar, no suscita entusiasmos ni tiene por qué.

Así que lo más probable es que se imponga el mal menor, que siempre es mal pero nunca menor. En las últimas décadas, la Argentina se ha especializado en innovar: busca incansable —y encuentra, solvente— formas nuevas de la degradación. Esta, la de un país que se resigna a reelegir a uno de dos fracasados porque no tiene la audacia o la imaginación o la consecuencia necesarias para buscar otras salidas, es una nueva cumbre: la promesa de otros cuatro años perdidos.

Quedan todavía unas semanas; quizás en ellas pase algo y la Argentina recupere su poder de sorpresa. No parece. Mientras tanto, la política del menos malo es la mejor forma de seguir fomentando el descrédito de la política, de confirmarla como un juego ajeno, inútil, casi innecesario —y abrir la puerta a vaya a saber qué apóstoles y espadachines—. Bolsonaros y trumpitos se restriegan las manos. Para contrarrestarlos deberían aparecer opciones nuevas: no personas sino proyectos, debates, la búsqueda común de una idea de país. Llevamos décadas sin hacerlo; ya no está claro que sepamos cómo.

Buscando el mensaje de las urnas

Además de ser un análisis, es un compendio de las tesis tal vez más escuchadas en los últimos días, después de las elecciones del 22 de octubre. Esta nota, publicada en Artepolitica.com, tiene como objetivo brindar un “aporte a todo lo interesante que ya se ha escrito, así que buscamos juntar aquí los debates que nos parecen centrales luego de las últimas elecciones del 23 de octubre”, dice su autor: @TomiOlava.

Claramente es un muy interesante aporte para entender lo que viene sucediendo en Argentina. Super recomendada.

Podes leer el artículo completo aquí: 

Peronismo para millennials

En medio de tanto barullo, esta nota ayuda a entender algo lo que está pasando en Argentina. Más allá de la grieta y del lugar que cada uno ocupe en ese diferendo, consciente o inconscientemente, esta nota merece ser leída. Si además la lectura se hace desapasionadamente, pero con criterio crítico, dejará ver todo su valor. Sus autores: Martín Schuster & Agustín Cesio. Fue publicada por la Revista Panamá.

Un párrafo dice: “Durán Barba no le dio a Cambiemos una técnica política, un método, sino una filosofía política”. No una techné, sino una episteme. No solamente un coacheo publicitario de mensajes motivacionales y camisas celestes, sino también un diagnóstico de cómo son las nuevas sociedades y una propuesta (con pretensión científica) de acción sobre ella. ¿Cuál es el diagnóstico, Durán? Que las nuevas sociedades están compuestas por individuos políticamente apáticos, agnósticos a los grandes relatos del siglo XX, a quienes no hay que venderles intensidad épica sino, por el contrario, ascenso y progreso en el ámbito que es para ellos prioritario: la intimidad del mundo privado de la vida.

Hacé clic y leé la nota completa aquí: