“Viaje al país del agua” en la Feria del libro de Buenos Aires

PRESENTACION: 03 de mayo de 2022 / Sala Julio Cortázar / 18 Hs.
Quiero agradecer a todos y todas las que se acercaron, a quienes hicieron posible este acto trascendente para el libro y para mi. En el acto, mas o menos, esto fue lo que se dijo:
Gracias a todos por estar acá.
Para empezar quiero agradecer. Al Instituto De Cultura de La Provincia De Corrientes que le dio a este libro un espacio central en el Día de Corrientes en esta importante Feria Internacional del Libro. Y a Leonardo Moglia por editarla, y por el trabajo que hace con todos nosotros en tanto autores correntinos.
Mi especial reconocimiento por el trabajo que hacen ambas instituciones -una pública y otra privada- para visibilizar el nuestro, que es un trabajo solitario y que debe sortear muchos obstáculos.
Acerca de muchos de ellos ya se habló en esta feria. Otros más, podríamos aportar, tienen que ver con los cánones, con los que deciden los cánones; con la concentración de la producción; con los espacios para que las editoriales de provincias puedan federalizar su producción y los autores puedan estar en librerías por fuera de sus territorios.
No hay duda de que en las provincias hay literatura muy rica y variada, autores y editores que hacen lo imposible para romper con otro de los grandes asuntos de la centralidad: la tensión entre los autores capitalinos, que desarrollan los temas de la llamada agenda nacional, y los autores de provincias a los que les toca, vaya uno a saber por qué, temáticas locales, regionales o regionalistas.
Hay que revelarse ante eso. Revelarse pero con acción. Abandonar solo la queja y empezar a hacer algo para discutir estos espacios y posiciones.
Buenos Aires no es tan grande, somos muchos correntinos, dijo Teresa Parodi alguna vez. Aquí mismo veo escritores, pero vi muchos más recorriendo la feria. Y leí a muchos otros, provincianos como yo que cuentan sus cosas, pero sin que ello carezca de humanidad o de universalidad. ¿Alguien puede desmentir eso?
Necesitamos producir, discutir espacios y temas y generar, tal vez, un círculo más fuerte entre lectores y editores, correctores y críticos para hacer crecer nuestra literatura. Eso sí. Pero me niego a aceptar que lo que tengamos para decir esté determinado sólo por nuestro código postal.
Dicho esto, quiero decir que es un honor para mí estar hoy aquí presentando este libro. Y otro honor compartir esta mesa con Julio Tomas Cáceres referente de la cultura de nuestra provincia que supo darle representación -con su poesía, su música y su voz-, a eso que llamamos con orgullo, identidad.
De Julio escuché por primera vez la poesía de Sosa Cordero. De Julio escuché la belleza del atardecer que en las veredas de los esteros, allá en Concepción del Yaguareté Corá, pintó don Osvaldo. Y entonces me animé a jugar y a pedirle su palabra.
Pínteme ese atardecer, le rogué a Sosa Cordero, y su alma de poeta me devolvió esta maravilla:
“La tarde filtra zafiros/
sobre el sueño de los pastos”.
***
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Viaje al país del agua, este libro que hoy presentamos acá, es una cita. Es un homenaje a un gran libro compilado por Cristina Iglesia que reúne crónicas de Rodolfo Walsh y aguafuertes de Roberto Arlt en la región de los ríos: la región del Norte argentino. Es un homenaje a ellos, a ella, y una excusa: retomar una crónica de 1966 que se publicó en la Revista Adán, escrita por Walsh bajo el sugerente título de “Viaje al fondo de los fantasmas”.
Fue también, entre julio y agosto de 2020, una forma de reencauzar la angustia en la que estábamos todos en tanto humanidad: la angustia del futuro que no nos permitía ver la pandemia de coronavirus.
Así nació este libro. Gracias a un viejo boceto de mis épocas de estudiante. Gracias a la colaboración de mucha gente y a una espina clavada oportunamente por Cristina Iglesia. Presentando en Corrientes su hermoso libro sobre Walsh y Arlt me dijo, como al pasar, que ninguno había dejado herederos.
Me pareció tan potente esa frase. Potente como inalcanzable. Pero como de sueños está hecho también este camino, me tracé un objetivo. Claro que no era para perpetrar la impertinencia de reclamar ninguna herencia, sino más bien para acometer una emulación.
La idea original de esta crónica, entonces, era caminar por esos caminos de Walsh, ese que había recorrido entre otros con Pecco Tissembaun y el mayor Braillard Poccard en 1966, cuando el estero era menos que agua y pasto engarzados.
Pero al poner el pié en el barro, en el puerto Juli Cué del Carambola, supe que la cosa sería distinta. Y lo fue.
Al final se convirtió en una crónica de momentos y lugares. En una crónica de personas que habitan como sus antepasados un territorio aún esquivo y misterioso. Enorme. Insondable. A veces ajeno.
La crónica cabalga además sobre ese detalle que es central, y que lo será todavía más con los años: fue escrita en el marco extraordinario de la pandemia, sin que ese episodio sea determinante en el texto. Es un personaje fugaz, pero inolvidable. Como inolvidables son los personajes de este libro. Los de carne y hueso.
Chuli Vallejos el guía, por ejemplo, sin quien nada de esto sería lo que es. Los hermanos Victoriana, Ramón y Cirila Villagra, los más conmovedores para mi. Y otros tantos, como Casimiro Ojeda, que fue, creo, el hallazgo de la crónica. Y que está en el libro por una cadena grande de favores de gente comprometida con su trabajo, con su lugar y con su gente. A Casimiro no pude verlo en persona, por las limitaciones de la pandemia, pero una guardaparque de Loreto me tradujo ante ese hombre, sobreviviente de una pelea con el jaguar, nada menos. Me tradujo con un trabajo tan minucioso y tal vez más importante que el que hubiese podido hacer yo mismo. A Kuny Alvarez, mi agradecimiento de siempre.
Quiero agradecer especialmente aquí, también, a Fernando Laprovitta, un gran guía para mí y para este trabajo. Y a Pitty Benítez, quien fue para esta crónica un gran facilitador de encuentros. Con ellos y con todos los hombres y mujeres que viven en el corazón y en los contornos del estero, fuimos armando estos retazos de historias que se estructuran en el formato de la crónica periodística y narrativa, que lleva mi firma pero que es un trabajo coral y quiero compartirlo con todos ellos y ellas, porque me ayudaron a contar las vidas que cuento, los oficios, los sueños y las frustraciones.
***
Dijimos que el viaje central y los demás que se cuentan en el libro se hicieron en momentos del cierre total por el aislamiento. A la luz de los meses (años ya), eso fue un acierto, porque el territorio estereño se nos presentó vacío, y sus ecos pudieron salir a superficie. Algunos pocos de esos ecos pudieron ser captados por mi sensibilidad de periodista, de narrador, de cronista.
Digo en el libro:
Pensé entonces en la idea de “ver lo invisible”, de Thomas Fleischner. En la experiencia que uno vive en el momento de la observación y de esos vínculos emocionales que se trazan engendrando una mirada distinta de lo que se observa. Pensé en esa libre asociación y en lo que escribió el poeta y ensayista uruguayo Eduardo Espina, quien aludiendo al Iberá sentenció que allí, envuelto en esa “netitud” de provincianía gaucha, “la razón pertenece cada vez menos al mundo de las palabras”.
Mis compañeros, entonces, además de Walsh fueron Francisco Madariaga, Manuel Belgrano y otros tantos, desde Félix de Azara hasta Alcide D’orbigny, que anduvieron antes que yo por ese lugar que hasta el centenario (1910) era considerado el último gran secreto de la Argentina.
Digo en el libro:
Flotábamos en esas zonas misteriosas donde se presiente una fiereza que brota de los huesos enterrados. Esqueletos que cuando eran molestados y volvían a ver la luz, medían en escala de gigantes.
La etnografía lo explica a su modo: flotábamos sobre las únicas zonas que permanecen habitadas en el estero, y donde se encontraron a lo largo de los años restos de sus primeros pobladores, a los que llamaban karacará: crueles miembros indígenas de las tribus chaná, vinculados a las etnias charrúas, y que adornaban sus cabezas con plumas de carancho, hasta que fueron guaranizados.
Entonces recordé a Francisco Madariaga, que conocía en detalle el alma de esas fuerzas escondidas:
—Son los esqueletos que besan a las islas, durmiendo un sueño aluvional, entero y peligroso, propio de los cadáveres de los que no fueron realmente derrotados.
***
Se trata de una crónica, literaria, narrativa, pero es una crónica. Todos los hechos allí contados sucedieron.
Los vivos hablan por ellos y los muertos a través de sus propios documentos. De sus obras. El paisaje, en tanto, se me reveló como otro protagonista, con vida y libreto propios. Me siguió en cada una de las incursiones. Se me clavó como la lluvia y el frío de aquel agosto de 2020. Pero muchos años tuvieron que pasar desde mi primer abordaje hasta este libro. Mis palabras no alcanzaban siquiera a describirlo.
Sucede que el Iberá es mi provincia. Es el corazón de mi provincia, la nuestra.
Hay quien dice que uno en tanto periodista o cronista se prepara toda la vida para poder contar la manzana de su casa. Su barrio.
Fue esa una dificultad adicional para mi. Contar al Iberá y a su gente, que es mi Iberá y mi gente: un otro igual a mi, que me hace espejo.
¿Cómo conseguir allí la distancia? ¿Cómo no sucumbir ante la emocionalidad que implica ver, más allá de los desarrollos productivos o turísticos, la desigualdad, atávica como su hija la pobreza?
Digo en el libro:
Afloró allí, en ese patio seco rodeado por el agua, el aroma inconfundible de la miseria, hija de estafas reiteradas que se pudren en el tiempo y que pude oler, sentir y ver en el resplandor de un rayo en ese atardecer de selva y laguna. Lo sentí de golpe como un golpe: era la punzada de un invierno antiguo y triste, repetido, agazapado en ese mundo sin puertas.
No pude dejar de verme y se me rompieron los puentes.
Salí del paso con el discurso que mejor he podido articular en los últimos años, que es el discurso político. Y allí otra vez Madariaga. ¿Cómo superar semejante poesía, potente como una caballada?
¿Qué es Corrientes, don Francisco? le pregunto.
—Un reino natural de arisca republicanidad —me dice, y yo nunca supe desde qué época hablaba, o a cuál se refería.
Arisca republicanidad, sí. Reino natural también.
Sólo decir en este punto que esta crónica contó un Iberá en período de seca, el Iberá del largo período de seca de los últimos dos años y medio que terminó en los incendios de principios de año. Fue un dolor compartido ese, el de los fuegos. Mucha gente nos ayudó. Y gracias a eso, y a las lluvias -que se acordaron de caer-, el reino está renaciendo.
Por último quiero traer aquí algo que se dijo de este libro. “No se trata de una crónica común”, escribió mi amigo Carlos Lezcano, que además tuvo la gentileza de acompañarme hoy aquí, gesto que agradezco siempre. “Hay en el texto y en su autor un secreto y antiguo vínculo con el espacio de las lagunas, tal vez por haber nacido en San José de las Siete Lagunas de Saladas. Desde ese vínculo rastrea, escribe, cuenta, y lo hace llevando consigo la poesía y la prosa de Francisco Madariaga, pero sin repetirlo.
Durante el invierno de 2020 el estero abrió sus puertas al cronista y “el caballero repasó las lagunas de los oros naturalmente populares, y se embarcó, en las balsas de los oros, con todos los excesos”.
“Viaje al país del agua” es una crónica sin límites claros entre el periodismo y la literatura. Pero es periodismo, aun con todos los excesos, que para mi son latidos. Acaso este es el periodismo que me gusta hacer.
Si además, alguien siente interés de leer ese periodismo, esos latidos, el primer y último objetivo de todo texto se habrá cumplido.
Muchas gracias a todos por estar
A mi familia que me acompaña a la distancia.
A mi madre, que debe andar por ahí mirando este acto.
Y especialmente al maestro José Luis Castiñeira de Dios que con su presencia prestigió este acto. Me siento muy honrado por ello.
Muchas gracias.
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Crítica: “A corazón abierto”

Por Evelín Bochle
Poeta, Licenciada en Letras, Docente.

Esta crónica tiene como marco principal la IV Feria del Libro de Caá Catí: “Donde nacen los vientos”, llevada a cabo durante los días 1, 2 y 3 de septiembre de 2017.
—“Gerardo murió en mis brazos” —confiesa una de las voces de A corazón abierto, refiriéndose a la muerte del escritor saladeño Gerardo Pisarello.
Un corazón se detiene para siempre. Por un instante, por una fracción de tiempo, la muerte aparece como lo que realmente es. Durante ese intervalo en que se la entiende, se la reconoce, no ocurre otra cosa, no hay palabra ni símbolo, sólo silencio.
El silencio se interrumpe cuando reaparecen los versos, se reaviva la palabra para sortear el dolor, se disimula a la muerte al nombrarla. La palabra, como signo, se ubicarse entre el sujeto y la cosa misma.
Quien narra el momento de la partida del escritor es Romy; Rómulo Francisco Espinoza; abogado, escritor, músico y uno de los discípulos de Gerardo. A partir de allí las voces de jóvenes poetas van a referirse a personajes, hechos y lugares que constituyen la realidad cultural e histórica de Caá Catí y de la zona.
Eduardo Ledesma evoca, a través de ellos, a los grandes poetas, a los que recogieron el legado de los originarios: Albérico Mansilla, David Martínez, Carlos Gordiolla Niella, Pedro Cabral, Olga y Enrique Piñeiro, José Alberto Alarcón y el mismo Pisarello.
Los que toman la posta son principalmente los fundadores de Pájaro de tinta, un enorme y fructífero grupo literario. Son testigos que ofrecen sus relatos y sus anécdotas; pero también son partícipes de la historia porque continúan la actividad iniciada e instaurada por esos grandes que admiran. Ellos son los creadores de la feria como evento cultural e identitario.
Con respecto al género, tenemos en cuenta que la crónica es un tipo de texto que busca el punto cero, el aquí y ahora.
—“Ahora es septiembre de 2017. Ahora es Caá Catí. Ahora es la cuarta entrega de una feria del libro que se despide anunciando su continuidad. Ahora es de noche y el calor afloja.”
Entendemos que el autor regrese constantemente a ese cronotopo; sin embargo, le es imposible sostener la escritura en ese lugar y en ese tiempo. La feria es un disparador que lo ubica una y otra vez frente a otros que aparecen a través de las voces que ahora escucha. La feria es el vehículo que le ofrece la oportunidad de desplazarse e instalarse en un espacio y tiempo poéticos.
Si bien este tipo de texto por definición ubica los acontecimientos en el tiempo, ocurre que el autor se encuentra con personajes y hechos que se pierden en un pasado emparentado con el tiempo detenido, originario. Por eso la obra se va constituyendo como una búsqueda de la palabra, que a través de los grandes poetas de nuestra zona se vincula directamente con la palabra fundadora de los primeros habitantes, ésos que nombraron por primera vez las cosas cuando comenzaron a existir:
—“Caá Catí —dijeron, y quedó para siempre.” Hierba de aroma intenso, monte de olor pesado.
Por todo esto, también es una obra en la que se construye la propia voz poética de su autor. Eduardo Ledesma se presenta como un cronista, pero llega bastante más allá de ser un recopilador de datos:
—“A Caá Catí fui como cronista, pero hice un mal cálculo: pensé que me sobraría tiempo, pues acostumbrado a la vida de los pueblos, no pensé ver más que unas pocas cosas en medio día. Me equivoqué. La feria modifica esa rutina y el tiempo parece no alcanzar.”
Su voz es ésta. Genuina y verdadera se abre camino por entre los testimonios de los protagonistas directos. Lo emocional se entrecruza con un interesante trabajo de investigación y recopilación de información.
La muerte de un hombre, relatada y sentida por otro hombre es un evento devastador que enmudece y paraliza. Pero culturalmente, se funda como un momento de transición y trascendencia. El sentido de pertenencia y la identificación cultural confirman la constitución de una literatura justificada desde su origen.

 

Gracias Evelin Bochle. Por estas palabras, que le dieron marco, nada menos, que a la presentación-lectura de “A corazón abierto” en la Feria del Libro de Buenos Aires. Inmensamente agradecido.
Eduardo Ledesma
Mayo de 2019

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