Dejen de extorsionarnos

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Hay una cualidad constitutiva que tiene el radicalismo y que lo define propositivamente: la capacidad de debate como producto del pensamiento crítico. La Convención Nacional del pasado lunes en Parque Norte, deliberación que terminó en la aprobación de un documento con el que la UCR ratificó su pertenencia a Cambiemos, fue una prueba de aquel distintivo característico. Debate de ideas, sopeso de criterios, cálculo de diferencias, enojos, insultos, pero al final un voto democrático, autosuficiente, que asume la posibilidad de error, la eventualidad del fracaso político (o electoral) pero como consecuencia, en todo caso, de una idea rectora: “vencer al populismo”.
—¿Por qué?
Porque en el radicalismo -en tanto partido de ADN republicano- las adhesiones a determinadas estrategias políticas nunca son incondicionales. Es decir, representa la exacta oposición a un nutriente que suele abonar los campos populistas, pero que repugna al protagonista de un partido democrático y de una sociedad democrática, que vendría a ser el ciudadano: ese sujeto político que participa de la vida pública y que está en contra de los excesos autocráticos.
Pues bien: el tiempo dirá qué pasará en octubre, pero el vigor del partido radical, la hondura de su debate interno genera envidia republicana: envidia entre aquellos que aún en la disidencia responden al estímulo de la democracia y reaccionan ante cualquier forma de autoritarismo.
Es pronto para saber si el radicalismo tomó el camino correcto. Si será escuchado por un partido como el PRO, poco afecto a deliberaciones horizontales de este tipo, reacio a las elecciones internas (miremos la Nación, confirmemos analizando lo que pasa en Corrientes), y ni qué hablar de los acuerdos de cúpula, como propuso Alfredo Cornejo en la Convención. Al PRO se le ha brotado la piel cada vez que alguien le pidió algo distinto a lo que está acostumbrado a digitar el Presidente con su raquítico entorno, más afecto al marketing que a la política.
Dicen algunos, sobre todo los que flotan con el helio que infla los globos amarillos, que no hay PRO sin Macri y mucho menos Cambiemos sin Macri. Eso es lo que enerva al radicalismo, a una parte al menos. A aquellos que no pueden sostener con la mirada altiva el doble estándar que implica criticar por autoritario al kirchnerismo y al mismo tiempo aceptar el capricho del PRO, que aún no resuelve si Cambiemos admitirá que la candidatura presidencial se decida en una elección primaria.
¿Cuál es -en este marco- la fe que mueve al radicalismo? ¿Por qué cree que esta vez será distinto? Si Macri no está acostumbrado a escuchar, ¿por qué lo haría ahora? ¿Y si no lo hace? ¿Romperán? ¿O seguirán doblados a la pobre caricia con la que se justifican algunos? ¿A la supuesta fortaleza de la alianza parlamentaria?
Si vuelven a ganar las elecciones y la situación (sobre todo económica) no cambia sino que se acentúa (ir más rápido en la misma dirección, como promete Macri), ¿qué pasará con el radicalismo y su propia historia, que solía estar lejos de la furia empobrecedora del liberalismo insensible, especulador e inescrupuloso? ¿Cómo remontarán los alfonsinistas el haberse opuesto a los mandatos de don Raúl Ricardo, del padre de la democracia?
Encrucijada difícil.
¿Y qué pasará con Corrientes si gana la oposición? El gobernador Gustavo Valdés ya marcó las diferencias, tal vez en clave proselitista. “No podemos permitir que nos discriminen ni nos castiguen por pensar distinto”, dijo en el cierre de campaña para las elecciones de hoy, evocando la Era K. Imposible no coincidir. Pero Valdés tiene responsabilidades más allá de su gusto político personal y ello implica también hacer cumplir en Corrientes lo que pide para el país.
“No podemos permitir que nos discriminen ni nos castiguen por pensar distinto”. Claro que no. La coherencia allí es el mejor antídoto para exorcizar la bipolaridad de algunos que ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
Igual, hay esperanzas. La alineación Nación-Provincia-Municipios dejó la vara bastante baja y a Valdés, bastante comprometido. Pero el Gobernador, lejos de amedrentarse, le puso el pecho a la situación, se cargó el proceso electoral al hombro, el peso de algunas candidaturas, y puso en juego su propio capital político (que es muy alto, según todas las mediciones públicas y privadas) para tratar de entregarle al macrismo un alivio en el penoso derrotero electoral que ha cumplido hasta hoy. Pero si la cosa sigue adversa, nadie duda de la capacidad de Valdés para una rápida relectura del mapa político. A favor tiene su vitalidad, su inteligencia y su baúl personal vacío de lastre y de tosquedades silvestres. Cosas -todas- que estimulan el pragmatismo amigo del futuro y de una carrera que se proyecta por encima de 2021. Veremos.

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Lo que dejó la Convención de la UCR, además, es la vigencia de la política como mecanismo de transformación.
La jugada de Cristina Fernández de correrse y de nombrar a Alberto Fernández, es una jugada que deja en manos de la política algo que en la Argentina de hoy ya no puede resolverse ni con personalismos ni sólo con astucia. El radicalismo parece entender eso a la perfección. Y a una jugada política devolvió con otra jugada política, con más institucionalidad. Resta saber si lo que fue una necesidad de la hora para el kirchnerismo, es una conducta vital para el radicalismo. Resta saber si la cosa no acabó en Parque Norte.
La institucionalidad política, asimismo, suele ser motivo de discursos para la Coalición Cívica. No se le nota tanta acción, pero le brotan los discursos en ese sentido. El massismo también leyó el momento y aprovechó para sacarle el jugo a una puesta en escena democrática que delegó la decisión en su líder, que hasta ahora no sabe qué hacer. Roberto Lavagna sigue sin caer, mientras el Peronismo Federal sigue cayendo. Hay que esperar. Como habrá que esperar también la reacción del PRO, que en su corta historia exhibe sólo misales de adoración a Macri. Tal vez, y dado que atravesamos otro momento, la respuesta sea distinta.
Por lo demás, la democracia argentina le deberá a los radicales -una vez más- la luz que alumbra el camino. Lo que pasó el lunes en la Convención de Parque Norte (aquella muestra condensada de convivencia interna en la disidencia) es tal vez la evidencia de que los argentinos podemos ejercer la política sin caer en los extremismos destructivos. “Nos acercamos o nos alejamos de nuestros valores históricos, pero damos la cara y nos haremos cargo si nos equivocamos”. Ese parece ser el mensaje radical.
El lunes pasado hubo debate. Política. Se discutió: se ganó y se perdió, pero se discutió, lo cual es un ejercicio sano y sanador que muchos radicales olvidaron que existe, sobre todo por estas pampas.
Hay que agradecer a la Convención Nacional de la UCR sus conceptos republicanos y aplicarlos siempre, no sólo cuando conviene. En Corrientes, por ejemplo, hace tiempo que sus sucesivos gobiernos radicales dejaron a un lado la caja de herramientas radicales. Responden a un líder, que demanda silencio y obediencia. Eso mismo que Cornejo y otros, el lunes, marcaron como las deficiencias de Macri. Pues son esos, y no otros, los atributos de las personalidades populistas.
“Dejen de extorsionarnos” lanzó entonces el gobernador de Mendoza y presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical. “Dejen de extorsionarnos y decir que cada crítica de la UCR por tarifas aumenta el Riesgo País y dispara el dólar. Dejen de extorsionarnos con eso de que no podemos hablar en público sobre nuestras diferencias”, remató.
Eso mismo podrían esgrimir aquí, en Corrientes, muchas voces disidentes. “Dejen de extorsionarnos”, porque eso es lo que los convierte en lo que critican, dirían, a modo de síntesis, esas voces supuestas…

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Cornejo habló de errores, de achiques y, por lo tanto, en términos electorales, pidió ratificar la alianza pero ampliarla, como se hizo en Corrientes desde 2001.
Cornejo pidió cambiar el nombre, de ser necesario: “Eso no importa”, dijo, dado que Cambiemos se convirtió en un oxímoron en sí mismo: Cambiemos no ha cambiado nada de lo que vino a cambiar. Más bien empeoró lo que ya estaba.
Por eso mismo en Corrientes ya se hizo el cambio y hoy se pondrá a prueba, en las legislativas. ECO ya olvidó deliberadamente su pertenencia a Cambiemos. Y no está mal, pues nadie está obligado a declarar en su propia contra.
Cornejo pidió “tolerancia, respetarnos más”. “Tenemos ideas sensatas, no estupideces para proponerles”, bramó, y se lanzó a construir puentes de plata con los peronistas republicanos. De nuevo allí marcó un rumbo: a sus elementos internos, sobre todo a los más fundamentalistas, les dijo que en el peronismo también hay republicanos. Que no todo se agota en la grieta, ni en la lógica binaria de Twitter.
Cornejo reconoció que “tenemos probabilidades ciertas de salir derrotados en las elecciones de octubre”, por lo que pidió redoblar los esfuerzos. “El populismo no los sacará de la pobreza”, les dijo a los pobres. Podríamos aportarle una idea al gobernador mendocino: tampoco lo hizo el programa de Cambiemos, más bien todo lo contrario.
Por eso tal vez haya que cambiar. Parte del radicalismo ya advirtió que ha llegado el momento.

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About the author: Eduardo Ledesma

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