El viento que arrasa

Pocas veces un cumpleaños fue tan pródigo en lecturas. Agradezco a quienes me han acercado a estas letras. Y quien tuvo mucho que ver con el descubrimiento de esta autora fue mi amigo Carlos Lezcano. El encuentro fue literario. De lecturas, de charlas, de gastronomía y algunas bebidas. Así fue como conocí a Selva Almada, bajo la sombra de unos árboles y un viento norte caliente en el extremo norte de los Esteros.
Ese es su contexto, pensé, luego de leer a Martín Lojo, que dijo de ella: “Almada reconstruye la experiencia del pueblo de provincias con extrema precisión; descubre sus reglas y recrea su lenguaje buscando no sólo la sonoridad de sus palabras sino también la complejidad de sus sentidos”.
Primero la traté, en la Feria del Libro de Caá Catí, y después le entré a algunos de sus libros, en este orden: “Chicas muertas”, “El mono en el remolino” (de reciente aparición, pues se trata de algunas notas sobre el rodaje de Zama, de Lucrecia Martel, la película que pelea por el Oscar) y “El viento que arrasa” (2012). Del que voy a hablar-escribir.
Dice parte de la contratapa de la octava reimpresión que tengo ante mis ojos y tuve no más de dos días entre mis manos (es atrapante y rápido de leer), que “El viento que arrasa es una novela en la que los personajes son nítidos, corpóreos, se escuchan sus voces, sus modos. Y los del paisaje: el monte, el sol, los árboles achaparrados, los autos rotos, las camisas transpiradas y las vidas destruidas.”
Cuando terminé de leer la novela, no sólo confirmé esa descripción, sino que admiré una arquitectura literaria al parecer simple, que se enhebra casi en una sola locación y en un par de horas, pero que dispara tantos aspectos de la vida que parecen imposibles. Imposible que cupieran en las 160 páginas exactas que mide de largo el relato.
Siento aún cómo el viento arrasa. Lo siento cerca, justo en la piel en estos días de calor y humedad, pero también en el corazón por recuerdos propios y ajenos que se entremezclan.
Se siente uno interpelado: por los que miran, por los mirados, por los que se van y también por los que se quedan a hacer poco y nada antes de morir, como dice el último y sufrido suspiro de la prosa, en la sutil potencia de un tiro de gracia para la historia, que muta allí mismo en un soplo de vida para muchos fantasmas que se esconden fácilmente en los meandros de la conciencia. Excelente.

About the author: Eduardo Ledesma

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