Nada es para siempre

 

 

 

 

“El futuro va a ser el que quieran los argentinos, nada es para siempre”.
Cristina Fernández de Kirchner
Presidenta de la Nación

Siempre Cristina Fernández estuvo un paso adelante. Fue presidenta por eso, y por eso mismo reelecta con 54 por ciento de los votos, algo que ni con la segunda vuelta puedo perforar Mauricio Macri, el nuevo presidente de los argentinos.

Cristina supo leer al electorado argentino, al que no obstante perdió en el camino, cuando extravió la brújula de la acción, de la construcción de su sucesor y cuando, agobiada por el calor del poder, perdió también la mesura y la prudencia se transformó en cadenas cargadas de soberbia que propició el hartazgo.

Ganó Mauricio Macri y con él nace una nueva Argentina: un país que debe sincerarse y reconstruirse después de 12 años de kirchnerismo, que aún con sus errores, tiene en ristra una larga lista de aciertos que, al decir de la propia Presidenta, “han empoderardo al pueblo”.

Macri llega ahora producto de sus méritos, pero también del cansancio. Es producto de una masa votante agobiada por el griterío, el manoseo y la mentira, más que por las cuestiones que pueden ponderarse desde el punto de vista de la gestión o de la acción de Gobierno.

Macri derrotó a un Scioli que, enredado en las dos puntas incompatibles de ser él mismo o ser el vocero del “proyecto”, tuvo salvavidas de plomo desde el primer momento; soldados que minaron su camino y referentes kirchneristas que lo incendiaron en público, sin el más mínimo reparo. Cargó en su lomo responsabilidades de su propia insolvencia, pero también otras que habría que buscar puertas adentro de la casona de Balcarce 50.

 

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Corrientes, en tanto, ratificó su año de pertenencia peronista en el nivel nacional. Votó a Scioli en las Paso, en las generales y ayer. Pero ganó Macri.

Es justo decir también que los mismos electores vienen acompañando al oficialismo radical cuando se dirimen cuestiones internas, locales. Ayer votó por el gobernador de Buenos Aires rompiendo un régimen histórico en el mismo acto: aquel que sostiene que los correntinos siempre acompañaron candidaturas presidenciales ganadoras.

Pero el dato, además, se compone de otro detalle que no es menor: la elección de ayer dejó a Ricardo Colombi como el único gobernador del NEA en perder la elección. Chaco, Misiones y Formosa, provincias peronistas desde hace mucho, ratificaron al candidato de esos respectivos gobiernos.

No pasó así en Corrientes. Aquí ayer volvió a ganar Scioli, como en todas las elecciones nacionales anteriores, aunque el voto en bloque del peronismo local empezó a deshilacharse, producto entre otras cosas de la feroz interna entre Fabián Ríos y Camau Espínola, la falta de compromiso, de fondos, y el repliegue en esta tercera parte de la campaña. Ganó Scioli, pero festejó Macri.

Capital, últimamente esquiva al PJ y a su variante frentista -pese a las gestiones más que aceptables de Espínola y Ríos (sobre todo en comparación con la de Carlos Vignolo, por ejemplo)-, trocó el triunfo sciolista a nivel provincial para entregar su apoyo al actual Jefe de Gobierno porteño, lo que complica el futuro de los referentes peronistas que de no revertir semejante situación, tienen más cerca el llano que el gobierno de Corrientes que, dicen, es el objetivo general.

La elección de Colombi

Ricardo Colombi, asimismo, hacedor del frente y auto-sindicado como responsable de la victoria, en realidad debe cargar en sus espaldas una feroz derrota como la de octubre y una performance más bien discreta en los comicios de ayer que, por tratarse de un balotaje, por razones obvias polariza los guarismos con ganancia para todos.

Fue, siguiendo esta misma lógica, beneficiario de un repunte como también responsable de una nueva gran pérdida: la de ser el único gobernador de la región en no poder colocar arriba en los escrutinios a su candidato, el líder del PRO y a quien el radicalismo intentará usar de catapulta para llegar al poder al que no pueden acceder con nombres y proyectos propios.

Es decir: Cambiemos, en Corrientes, hizo una mejor elección ayer producto del balotaje, de la desaparición de las opciones, no de una estrategia de infalibilidad electoral como intenta vender el Gobierno de Corrientes en virtud de la necesidad de acomodar sus calchas con el macrismo, colectivo al que se subió más tarde que temprano y por más conveniencias que convencimiento.

 

Amnesia

Olvidando como prefieren en Salta y Mayo sus viejas sociedades con el kirchnerismo, dicen ahora que Macri es la tabla de salvación para los correntinos. Ojalá que lo sea, pero para el beneficio del millón de correntinos, no para abrir una claraboya por donde colar la institucionalización del feudo en el que se ha convertido Corrientes desde hace más de una década.

Puede que sea cierto que el Gobierno Nacional muchas veces actúa mal con gobernadores que no se dejan arrastrar de las narices o seducidos por la billetera; pero puede que sea cierto también que en estos tres lustros en los que gobierna el radicalismo, hubo tiempo suficiente para que Corrientes haga algo más que quejarse de los otros y empiece por asumir sus propias culpas. Que empiece por reconocer que tal vez haga falta una oxigenación, la misma que increíblemente reclamaban, en nombre de la república, para la Argentina.

Ricardo Colombi debe comportarse, también dentro de los límites provinciales, como pide que otros se comporten afuera. Mandó a criticar a Scioli porque usó un helicóptero oficial para venir a Corrientes en clave de campaña, y resulta que usó el avión sanitario para hacer de claque de Macri en Jujuy.

Actitudes como esta empobrecen su calidad democrática, tanto o más que las actitudes de Cristina Fernández que ayer, por la vía de Daniel Scioli, fue corregida dolorosamente, dejando al proyecto en los umbrales de una victoria y, por tanto, en la vidriera de una derrota.

Un país nuevo comienza ahora y se espera también por una provincia nueva, que se empape de los aires de cambio de los que tanto se ha hablado en los últimos días para renacer al trabajo, a la seguridad, al mejoramiento de los caminos, de la energía, de las viviendas, y de los parámetros educativos y sanitarios.

Las urnas hablaron y dejaron mensajes varios en el país como en la provincia, tanto para el oficialismo como para la oposición.

Cristina Fernández mostró ayer el sendero. Al mediodía, cuando fue a votar, dijo, en un acto de brutal lucidez, que “nada es para siempre”. A la tarde, millones de argentinos lo ratificaron, mandando a guardar el plan de continuidad. Algunos otros deberían tomar nota.

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Corrientes, ariete del voto desdoblado

 

Una vez más, como desde el retorno mismo de la democracia en 1983, Corrientes enhebró su voto como el resto del país: eligió a Daniel Scioli, aunque el aporte no haya alcanzado para para un triunfo efectivo; y a los candidatos a legisladores del Frente para la Victoria, coadyuvando de ese modo al triunfo local del ex motonauta y a la construcción de una posibilidad de cambio en la provincia después de tantos años de mando radical.
Esto último resulta central. El triunfo de los candidatos a legisladores del oficialismo nacional, convierte a “Camau” Espínola en senador (y en senadora a Ana Claudia Almirón, una ignota militante a la que pocos le conocen la voz y que apenas cumple la edad para acceder al recinto de sesiones más importante del país) y en potencial candidato a disputar la sucesión provincial en 2017, si es que logra sortear su propia interna y es capaz de construir el poder que necesita el PJ para organizarse en torno a un objetivo que esté más allá de los hombres y que responda al movimiento y a la Patria, como pedía el general Perón.
Ganó también “Pitín” Aragón, un camporista sin pergaminos que tuvo el mérito de estar en la boleta de Scioli, y la gracia de competir contra candidatos menos empáticos que él, como el ministro de Salud, Julián Dindart, que ahora irá al Congreso para evitarle a Ricardo Colombi la acción de un despido y darle, asimismo, la posibilidad de potenciar una cartera importante como la de Salud Pública. La lista de Diputados se completa con otros hombres y mujeres beneficiarios de la vigencia de la sábana prehistórica del régimen electoral argentino.
Alejandro Karlen, otro descastado, perseverante pero sin blasones, ahora pasará a ser la voz mejor paga de la provincia en un parlamento surcontinental. Una elección, por su novedad, con carácter histórica.
Capital, lo de siempre. La niña bonita del mapa electoral ratificó su pertenencia política a todo lo ajeno al peronismo. Ganó ECO, producto de una estrategia nuevamente acertada de colectoras múltiples invertidas. Un voto despedazado, síntesis de lo sucedido el 5 de julio cuando arrasó la coalición gobernante y lo acaecido el 9 de agosto, en las Paso, cuando la provincia entera se pintó del mismo azul que la boleta kirchnerista.

El voto conservador
Se hace difícil analizar, en medio de un escrutinio que aún no termina, el perfil sociológico del voto correntino o argentino registrado en las elecciones de ayer. Además de ser pretencioso, quien lo intenta podría incurrir en el error fácil de la falta de reposo y de datos suficientes para bosquejar el análisis. No obstante, hay una línea que se traza casi siempre con lápices conservadores. De otro modo no se explica cómo ganó Scioli y cómo Colombi logró sobreponerse a su estruendosa caída dos meses y medio atrás.
Hace años que el peronismo K padece su “fin de ciclo”. Eso es lo que dicen, al menos, los sectores opositores al Gobierno de la Nación, pero recien ahora, puestos los números de anoche, la cosa parece traducirse en la realidad electoral del país, más allá de que nadie garantice resultado alentador en la segunda vuelta del 22 de noviembre a nivel general.
Aquí el kirchnerismo pudo reinventarse más allá de que debió depositar su pellejo en torno a la figura “indigesta” de Scioli, que igualmente hizo sacrificios. Por caso, tuvo que revestirse en asbesto para soportar todo: la lista interminable de hechos de corrupción de gobierno de Cristina; el desplante de los ajenos y el desprecio de los propios, como el titular de la Biblioteca Nacional, Horacio González, que adelantó un “voto desgarrado” y con “cara larga” a candidatos que “no están al nivel de las fuerzas que representan”.
Scioli aguantó su propio karma y los ataques y convirtió en votos todo lo que le tiraron. Le pasó como a Colombi en Corrientes.
Es que cuesta encontrar banca ciega para el gobierno de Ricardo Colombi. Irrita su indiferencia y su trato hosco con los socios; sus gestiones pobres y sus culpas compartidas; su falta de generación de trabajo y de infraestructura. Pero a la hora de los bifes, el abogado del Paiubre convierte en favor electoral el pago de sueldos, su más sostenido y publicitado logro. Además, blande con éxito aquel discurso de “lo mejor está por venir”, sin que nadie repare en el tiempo que ya se perdió esperando eso mismo, desde 2001 a la fecha.
No obstante, siempre que jugó ganó, aun dando de ventaja el tiempo suficiente como para que el electorado pueda darse cuenta de que con los sueldos no es suficiente. Para que puedan comprender, entre otras cosas, que las inversiones que tanto reclama el propio mandatario, vendrían cuando haya suficiente energía y caminos en condiciones, por ejemplo, y cuando se asuma la cuota parte de responsabilidad de la situación complicada de los correntinos, que no siempre es culpa ajena.

La razón política
Un triunfo electoral da derechos y obligaciones. Se impone una idea por la fuerza del voto y es obligación de quien la sostiene, no cambiar ese ideario hasta hacerlo realidad. En Argentina, pero también en Corrientes, hace años que se habla de modelo. Se trata de modos de ver el mundo.
Expresado el electorado, resta saber ahora quién se quedó con la razón política. ¿Es el kirchnerismo el que ha sido ratificado en Corrientes y por lo tanto, captor del beneplácito de la gente que dista de aquella amonestación constante de la que habla la oposición? ¿O es que ganó Scioli en su rol de componedor, de paloma entre tantos halcones; en su rol de moderado ante tanta soberbia y bronca acumulada? ¿Ganó Scioli o perdió Macri y su aparato aquí en Corrientes? ¿O todo está por verse, como pasó en las Paso y ayer?
¿Cuál sería el resultado según el gobierno de Corrientes? ¿Perdió Macri (que anoche sorprendía al país dando poco menos que un batacazo) o hay que ver también causas de derrota puertas adentro de una administración que lleva años navegando en superficie culpando a los demás de los propios yerros y que no obstante, ahora que el ocaso empieza a vislumbrarse, activa mecanismos de supervivencia trabadas por la Constitución? Es decir, ¿tuvo Macri aquí el contrapeso de sus socios?
¿La razón política de las urnas, nunca lineal, está hoy del lado del kirchnerismo o del colombismo, en el entrecasa correntino? ¿Potencia candidatos para 2017, en el caso de la puja entre fabianistas y camaucistas, o no es más que un dato como los que siempre capeó Colombi echando mano a su pragmatismo aceitado dentro y fuera de sus límites políticos, para sobreponerse luego, y gobernar como gobierna desde hace tres lustros?
Ricardo Colombi hizo saber en sus últimas declaraciones públicas que el adversario a vencer es Camau Espínola. Contra él apunta sus dardos envenenados y él lo cela cuando en ristra los funcionarios del Gobierno Nacional pasan por Corrientes sin pegarse una vuelta por la cuadra del poder. “Yo mando acá y me ningunean”, le dijo el otro día a un periodista radial. “Es como que yo venga acá y arregle la pauta con un empleado”, graficó.
Pero él manda y todavía mandará, hasta 2017, o hasta que la prudencia política indique, porque ya echó a rodar la posibilidad de una reforma que, si bien jura y perjura que será sin re-relección, no hace falta ello para poner sobre el tapete otro tipo de discusiones que en las usinas oficialistas ya se ponderan, y que tienen que ver con la consecución de un albacea que “cuide” el gobierno dos años más hasta que Corrientes reacomode su esquema electoral con el resto de las provincias del país. Inquietante.
El PJ y sus vertientes tienen por delante, por esto mismo, un doble desafío. Constituirse como opción de poder, y construir liderazgos que amalgamen la fuerza, no que potencien las internas que lo alejan de la posibilidad de gobernar una provincia como Corrientes. Y no es que el peronismo sea una tabla de salvación. Puede decirse que tal vez sea el esquema político que está más cerca de lograr una sucesión que aún defectuosa, le hará mejor a Corrientes que la pretensión trasnochada de algunos de conseguir para el Taragüí una versión mejorada del gildismo formoseño. Ni más ni menos.

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Paso: algunas razones del triunfo de Daniel Scioli y Camau Espínola

En la Nación ganó la continuidad moderada encarnada por un perfil más silencioso y conciliador. Y en Corrientes la amenaza de un cambio que, aunque vacío desde el contenido, está lleno de voluntad por una formación alejada de la política que no descansa hasta conseguir los objetivos. Daniel Scioli y Camau Espínola son los nombres de este domingo electoral en Corrientes.
Más o menos y después del papelón de Capital Federal tras el ballotage del 19 de julio, los números de las encuestadoras parecieron preanunciar, desde entonces hasta el jueves, lo que al final pasó: la victoria de Daniel Scioli a nivel nacional, lo mismo que la lista kirchnerista de parlamentarios del Mercosur, que recién ahora, de cara a octubre, habrá tiempo para escudriñar.
Y ganó Scioli porque no es cierta la lírica desesperada de la derecha política, mediática y opinadora de las redes sociales acerca de la voluntad de cambio.
Es verdad que hay mucha gente en contra de las políticas del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, y grupos concentrados a lo largo y ancho del país que ni siquiera pueden diferenciar, a esta altura de los acontecimientos, lo que es política por argumentos y lo que son las reacciones del odio en cadena, tan o más perniciosos que la tan “molesta” cadena nacional utilizada a veces para hacer, además de anuncios, proselitismo no tan velado.
Ganó el ex motonauta porque la economía se las arregla para gambetear a la feroz inflación negada con la indiferencia de los tontos. Porque los logros son eso, después de tanto tiempo de desquicio. Porque la contención de la clase media y de los más humildes fue un hecho, más allá de las más variadas detracciones.
Ganó el Gobernador de Buenos Aires porque YPF no es lo que decían y porque Aerolíneas resulta que también vale la pena. Ganó el administrador de empresas, y aún debiendo revalidar este logro en octubre, semejante triunfo es su premio al gran “estoico”, a la perseverancia de haberse bancado lo peor de su propia interna que ahora, dado que no tuvo otra opción electoral ponderable, es su turbina, lo mismo que su lastre.
Ganó Daniel Osvaldo Scioli porque Macri no logra enamorar, y porque este país sufrió mucho el proceso de los cambios para creer en un ilusionista de ocasión que acomoda su discurso mirando las urnas o, lo que es peor, escuchando a un ecuatoriano que es capaz de cualquier cosa con tal de lograr sus propios objetivos.
Ganó el esposo de Rabolini porque Massa fue apenas un proyecto en gradiente: supo estar primero en las expectativas de la gente; bajó al segundo lugar (de las encuestas) después de varios desatinos y terminó tercero en las Paso, más allá de su relativo poderío bonaerense y de las posibilidades de redención en octubre o después de diciembre, si es que accede a los acuerdos electorales, que en la Argentina de la democracia estuvieron siempre a la orden del día.
Ganó Scioli porque el resto de los candidatos no supieron o no pudieron acomodar el discurso a los tiempos que se viven en un país con dificultades, muchas, pero propenso a escuchar propuestas y soluciones, no discursos mesiánicos o clichés de conveniencia.
Ganó el oficialismo porque la oposición no supo construirse con mayor seriedad. Y porque Scioli sí logró configurar una imagen más allá del kirchnerismo. Estiró la cuerda cuando lo maltrataron, pero jamás cortó su vínculo con Balcarce 50 y ello, pese a las quejas, concitó la atención del electorado que no quería a un puro (lo que explica la muerte electoral de Randazzo), pero tampoco uno tan distinto. Scioli fue, en suma, el cambio justo.
Y, entre otras razones, porque el peronismo conserva su aparato político en todo el territorio, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, que no es otra cosa que una garantía de triunfo en tanto no se cambien las formas vetustas de votación que a gritos piden los electores, pero que resiste con firmeza la casta dirigencial que se beneficia de sus recovecos.

Corrientes peronista
Y en Corrientes gano Camau para confirmar que aún conserva los votos que le reportan su buena imagen. Para fundamentar el miedo de los personeros del colombismo que amarrados a las poltronas del poder, hace tantos años, vieron de cerca el cruce de la guillotina en 2013 y ahora nuevamente, en clave de alerta para lo que pueda ocurrir en 2017, cuando su protector, salvo un desquicio constitucional, tenga que volverse a las canchas de Mercedes por no haber encontrado un heredero digno, empático con la gente y, sobre todo, ajeno a las traiciones a las que son afectos las familias correntinas cercanas al palacio de Salta y Mayo.
Camau Espínola ganó porque la gente supo interpretar que una cosa era julio y otra distinta agosto. El electorado correntino desdobló su voto entre el “colombismo” del pago en tiempo y forma y el “camausismo” que hizo una gestión municipal histórica (sobre todo en comparación con sus predecesores). Y después de asestarle un golpe en las elecciones de julio a los cálculos electorales futuros de Fabián Ríos, redireccionó su voto para rescatar al PJ de su rol perdidoso, lo que además confirma el peso de la feroz interna que viven (aunque acostumbrados) los compañeros justicialistas.
Ganó Carlos Mauricio porque es, a la luz de los resultados, el mejor de los candidatos provinciales. Porque fue más creíble su discurso vacío que las excusas profesionales del resto, sobre todo de los candidatos más promocionados. Mantenidos por la política desde el principio de los tiempos que no conocen otro camino que el de las excusas para tratar de morigerar el impacto de su propia impericia.
Ganó el ex atleta olímpico porque tal vez entendió que la soberbia que lo llevó contra el paredón en 2013, lejos de ser buena consejera, puede ser el vehículo de la ruina. Camau entendió algunas cosas, según él mismo dice, aunque es largo el camino por el que debe transitar para demostrar esa verdad y convertirse, primero en senador en el mes de octubre, y desde allí en la opción que todos creen que será si construye, políticamente, en los próximos dos años.
Ganó el múltiple medallista de las velas porque el PJ entero entendió los beneficios de la política aliancista bien hecha. Sumó de a poco y de a muchos votos y redobló el beneficio en virtud de la diáspora que sufrió el oficialismo de ECO, que, además de partir sus votos en cuanto candidato a presidente hubo, quebró también su línea discursiva.
Votaron a un representante de la derecha en vez de a su propio candidato; acompañaron a los peronistas de toda laya en boletas y boletitas y, por si fuera poco, el vicegobernador Gustavo Canteros salió a jugar de cuerpo entero con Daniel Scioli, que al parecer no es tan malo como dice Ricardo Colombi que son los kirchneristas, que, al parecer, son otros distintos a los que fueron sus socios de los primeros tiempos.
Ganó Camau Espínola porque conserva su peso electoral pese o gracias a lo playo de su entendimiento político, y porque más allá de lo que dice, pudo demostrar que es capaz de hacer, cuestión que vale mucho en relación a lo poco que hacen los que están y lo descalifican.
Scioli y Camau. Ambos deportistas del agua y cultores de las “p” de la perseverancia, prudencia y paciencia, consiguieron ayer el respaldo de las urnas. Todavía no ganaron nada, pero tienen por delante un rumbo cierto si no desconocen el sentido y la velocidad de los vientos de la política.

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